Opinión

Pedro Saborido

Escritor y humorista

Elecciones: el arte de la negación

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–La ansiedad está hecha del miedo a la realidad que está por venir.
Es decir: la materia prima de la ansiedad es el futuro. Y como no sé si puedo cambiar el futuro, elijo cambiar yo, ser otro –para que no le afecte el balotaje, y llegar a ver quién es el próximo presidente argentino, Ernesto decidió convertirse en paraguayo.
–Siendo paraguayo, las elecciones en Argentina ¡pe oisu’u che pelota! –comenta Ernesto en un guaraní de traductor de Google («las elecciones en Argentina me chupan un huevo», o algo así, pudo traducir). Relajado, mientras lee muy tranquilo el ABC Color, el principal diario de Asunción, desayunando con tereré y chipa so’o, ha descubierto que el problema no está en la realidad, sino en quien la vive.
–Es uno el que les da existencia a las cosas. ¡Nderemañáiramo pe provlémare, pe provléma ndoikói! («¡Si uno no mira el problema, el problema no existe!») ¡Ja ja ja! –dice calmo Ernesto, mientras deja que solo sea el murmullo de un arroyo el ruido que hace el agua que cae del tanque de la terraza que está desbordando seguramente porque se rompió el flotante. Obvio que para Ernesto no es un problema, dado que ha decidido no observarlo.
Ernesto y su idea han sido invitados al Mundial de Negación 2023. Es un torneo donde participan los mejores negadores de todos los continentes. Y, por supuesto, quienes van a verlos, un público ávido de encontrar nuevas formas de evadir la realidad, que suele ser insistente en eso de meterse en nuestras vidas.
En el Mundial de Negación 2023, hay un sector especial para los que sufren la ansiedad del balotaje en Argentina. Es el «Evadódromo».
Allí está el experimento Ernesto, que ha sido invitado dado el éxito de su propuesta de hacerse paraguayo hasta el 19 de noviembre.
Encontrarán entonces una mini Asunción donde vivir estos días.
Hay otro sector, quizá el más exitoso: es un barrio donde ya es 19 de noviembre a las 21 horas y las cifras indican que no ganó Milei.
Allí la gente puede ver en televisores, en bares o en el departamento que puede alquilar caras tristes en muchos periodistas de determinados canales. Y la alegría de otros. Y salir a festejar si se quiere. Y hacer memes y después dormir tranquilos.
La tercera opción es la menos cómoda. Ahí la gente se mete en un gigantesco «Jacuzzi de intercambio neurótico y catarsis». En medio de burbujas de agua caliente, los que se meten intercambian encuestas por wasap y preguntas del estilo de:
–¿Cómo la ves?
–¿Sos optimista?
–¿A vos qué te parece? ¿Ganamos?
Luego, un ser racional y desprovisto de emociones inmediatas que nublen su accionar pasa a proponer que la mejor manera de combatir la ansiedad es ocuparse fríamente de que los miedos no se hagan realidad. Y lejos de enfocarse en un «no puedo creer que lo voten a este tipo», pase a ver qué puede hacer, mínimamente, para que no lo voten. Ya que todos, solo por un tema estadístico, no deben estar tan seguros.
Es decir, en el Mundial de la Negación y en el Evadódromo hay una trampa (es El Circuito de Negación de la Negación) en la que uno cae irremediable y afortunadamente. Es una donde uno finalmente se sumerge en la negación de la negación y la evasión de la evasión. Es decir: negar la negación es volver a la realidad. Es una trampa benevolente, ya que enseña una de las maneras de combatir la ansiedad, que consiste en ser realista. Así de simple. Ser realista con el truco de no emocionarse.
Porque el problema de la ansiedad es que uno sufre por anticipado aquello que todavía no ha ocurrido. Y que evidentemente no puede asegurar que pueda cambiar. Entonces, llega la elemental verdad: uno solo puede hacer lo que puede hacer. Y esto, aunque sea mínimo, será mejor que solamente dedicarse a tener esperanza. Y la esperanza no es algo bueno.
–La esperanza es una mierda. Porque es deseo sin plan. Es no hacer nada, pero mirando al horizonte emocionados y con música de U2 o algo así de fondo –dicen en el Circuito de Negación de la Negación del Evadódromo, donde instan a moverse.
–Pe esperanza ha’e pe jepy’apy, ha katu pohã ñana («La esperanza es la ansiedad, pero medicada») –dice Ernesto, que empezó a dejar de ser paraguayo y ya planea hacer algo más útil que evadirse o indignarse, que son las formas más elegantes de declarar una confortable impotencia.

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