14 de diciembre de 2015
Finalmente habemus presidente. Un presidente que hace un tiempo pocos pensaban que podía llegar a serlo, pero al que la mitad más uno votó. Y eso, en esta buena cosa que se llama democracia, alcanza y sobra para quedarse con todo. La otra noticia, buena noticia, es que se termina el año y con él se terminaron las campañas. Un año a pura campaña con votaciones por todos lados que a cada rato nos ponían las coronarias al borde del colapso. Baste recordar lo que pasó en Tucumán. Aquí en Buenos Aires, solamente, tuvimos 6 elecciones. Cuente: PASO ciudad, elecciones ciudad, balotaje ciudad, PASO nación, elecciones nación y balotaje nación. Comparado con la época de los milicos que decían que las urnas estaban bien guardadas, un lujo. Aunque, la verdad, bancarse una campaña permanente con programas de televisión donde todo el mundo se peleaba con todo el mundo –y a los gritos– no es algo que, creo, le haga mucho bien a la libertad de expresión. A eso súmele la técnica del marketing que hace que algunos –con buen ojo- vendan un presidente como si fuera un yogur. Y cuanto más descremado, mejor. Así son las reglas del juego y del rating. Igualmente no puedo dejar de pensar con nostalgia en las épocas en que todos los candidatos sabían hablar y lo hacían para presentar una plataforma. Palabra que hoy los más jóvenes ignoran. Otro tema que llamó a confusión fue la fragmentación de los partidos políticos. Desde que Sanz vendió el fondo de comercio de la UCR, había radicales que votaban a Macri, radicales que votaban a Scioli y radicales que no votaban a nadie. Lo mismo con el peronismo. El ancho de banda, que ya es crónico, en el PJ, provocaba que hubiese peronistas –o que se hacían llamar peronistas– en cuanta boleta circulara por ahí. Pero no solo esto confundía. También provocaba cierto desconcierto la aparición de nuevos partidos políticos en la confrontación. Me refiero a los medios que dejaron de lado todo recato y se pusieron en campaña como un candidato más. Y lo otro novedoso fue la aparición del partido judicial. Que los jueces primero obedecen y luego emiten fallos es tan viejo como el Martín Fierro, pero aquí, a falta del partido militar (por suerte), parece que ellos tomaron la posta. Así está la cosa y así llegamos a fin de año, lamentablemente con el pan dulce en dólares. Para los militantes que se acostumbraron a esto de la campaña permanente, les recuerdo que dentro de dos años tenemos otra tanda. Mientras tanto, felices fiestas.
—Santiago Varela