Humor | Por Santiago Varela

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Santiago Varela

Hace unos años, una amiga que había vivido en Inglaterra contaba que en junio la habían invitado a un evento que se estaba organizando, para lo cual le enviaban todos los detalles, cantidad de invitados, lugar, horario, etcétera. Mi sorpresa fue al enterarme de que la fiestita que estaban preparando era… ¡la Navidad! ¡Con seis meses de anticipación!
Hoy, en nuestro país, no solo nadie sabe dónde va a estar en la próxima Navidad, sino que ni siquiera sabe dónde estará y qué va a estar haciendo mañana… a la mañana. Si bien la previsibilidad nunca fue nuestro fuerte, hoy ha dejado completamente de existir. Nadie sabe si va a poder renovar el contrato de alquiler, cuánto van a costar los zapallitos mañana, si la empresa donde labura va a cerrar, o si no va a cerrar pero a él lo van a rajar, o si no va a cerrar y no lo van a rajar, pero le van a congelar el sueldo.
Todo puede ocurrir… o no… o a lo mejor. Lo único absolutamente seguro y previsible es que estamos condenados a vivir en un estado de incertidumbre permanente que nos quema la cabeza y nos arruina la salud.
Para colmo, las cosas en el resto del mundo tampoco ayudan. Salvo para los fabricantes de armas, que la pasan bomba, el resto de la humanidad también está preocupada. Tenemos un par de guerras en curso, más alguna otra que están preparando, inmigrantes que arriesgan sus vidas buscando un pecho fraterno, y ahora, en el primer mundo, una inflación del 5% anual que a ellos los pone de la nuca y a nosotros nos parece un chiste.
Evidentemente, con esta situación mundial nosotros podríamos estar surfeando arriba de la ola, pero, en cambio, estamos con el agua al cuello y con un salvavidas de plomo llamado «Gobierno». Gobierno al que nosotros mismos votamos, demostrando así nuestro singular grado de percepción de la realidad, parecida a la que puede tener un sherpa del Himalaya en Florida y Corrientes con 42 grados de temperatura.
Cuesta creer lo que está sucediendo. Los pobres del país, que son muchos, están que trinan porque además de sus propias penurias, tienen que soportar que las clases medias se les caigan encima y les peleen el bofe en la carnicería y el durazno machucado en la verdulería.
Hoy, gracias al crecimiento de la inflación, las tarifas y con los sueldos en la licuadora, la clase media, de la cual estábamos orgullosos, se encuentra en franca vía de extinción. Mal no le vendría que alguna ONG se apiade de ellos así como hacen con el Pato Austral de Pie Plano.
Es una idea.

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