22 de noviembre de 2025
«Si hay algo perfecto y no lo tengo,
para mí es imperfecto.
Porque no lo tengo».
Ringo Starr

Si alguien usa una remera con la cara de su ídolo estampada, tiene que saber que estas remeras a veces se ponen a hablar. Sin distinción de que sea la cara de Mick Jagger, de Jim Morrison o de Lali Espósito. O del Che Guevara. De este fenómeno ya se han escrito muchos testimonios.
Este asunto volvió a pasar con una remera del Che que tenía puesta un tal Felipe. El muchacho había ido a una fiesta con otros universitarios, muchos de ellos politizados. La estaban pasando bien. Había unos cuantos estudiantes de Ciencia Política y se escuchó la palabra «clivaje» varias veces.
Y de pronto, la remera del Che (vamos a decirle así, pero en realidad era la cara estampada del Che en una remera) empezó a hablar, como dando un discurso.
REMERA DEL CHE DE FELIPE:
–Entiendo por qué muchos acá tienen puesta una remera de mí…
Todos en la fiesta dejaron de hablar al escuchar esa voz de acento semicubano. Quedaron entre fascinados y temerosos. Pero siguieron escuchando.
REMERA DEL CHE DE FELIPE:
–Tener puesta una remera de mí puede generarles orgullo y bienestar. Porque reafirma identidad y valores. Es reconocerse en una causa colectiva. Y eso da una forma de felicidad profunda.
Muchos de los que tenían remeras de Lennon, Maradona o Bob Marley movían sus cabecitas (las suyas, pero también se movían las cabecitas de sus remeras) en señal de reafirmación y autoestima al sentirse identificados.
Una chica con una remera de Beatriz Sarlo no sabía muy bien qué hacer. La remera del Che de Felipe (o el Che de la remera) siguió, pero con un giro en su actitud.
REMERA DEL CHE DE FELIPE (Más intenso)
–¡Pero no se engañen! Esa felicidad es efímera y cómoda. La verdadera felicidad, la auténtica felicidad, no se compra ni se viste. ¡Se gana con esfuerzo, con sacrificio y con revolución!
Una remera de Luca Prodan miró a otra remera del Che (de un tal Maxi) y empezó a mirar para otro lado, como diciendo «yo no tengo nada que ver con ese Che, no soy tan tan tan bolche».
Otras caras en remeras empezaron a murmurar. Pero el discurso aleccionador siguió:
REMERA DEL CHE DE FELIPE:
–No dejen que su alegría se base en cerveza y sándwiches de chorizo y hamburguesas industrializadas. Dejen ya esta felicidad espuria y burguesa. ¡El hombre nuevo no se construye con papas Lays! ¡Al chizito… atrás, atrás, atrás!
Obvio que todos en la fiesta empezaban a sentirse entre incómodos y culposos.
Una remera de Maradona le pidió a otra del Che (que tenía puesta una chica) que lo pare. Como si el Che de una remera debiera hacerse cargo del Che de otra remera. Como si fueran una corporación de Ches de remeras. La paradoja era que la remera con la figura Maradona era la de la famosa foto con el Che tatuado en su hombro. O sea, era un «Meta Che», o algo así.
Cuestión que la solemnidad ya desplazaba totalmente el jolgorio, porque la remera del Che de Felipe seguía con su discurso.
Hasta que de pronto, desde atrás de un tacho con hielo y botellas, otra voz se escuchó. Era la de una remera que tenía puesta una chica que se llamaba Ángela, estudiante de Comunicación.
REMERA DE EVITA DE ÁNGELA:
–¡La felicidad no es solo un ideal lejano! Sino también tener una casa, comida en la mesa y poder compartir una fiesta con amigos y familia. Disfrutar de esos momentos sencillos y reales es parte esencial de ser feliz… La felicidad puede estar en vestir una remera o en un chizito compartido por el pueblo.
La remera del Che de Felipe, desafiante, empezó a moverse por sí misma. Avanzó y lo llevó a Felipe hacia donde estaba Ángela, que también se adelantó. No por su voluntad, sino por la de la remera de Evita.
REMERA DE EVITA DE ÁNGELA:
–Si el pueblo sueña con una remera, yo le voy a dar la remera.
REMERA DEL CHE DE FELIPE:
–El consumo es solo anestesia.
REMERA DE EVITA DE ÁNGELA:
–El marxismo entiende que las fantasías son deseos burgueses que hay que eliminar porque son alienación e ideología. Yo no le voy a decir al pueblo lo que tiene que soñar. Solo voy a garantizarles que la felicidad sea inmediata y no en un futuro imposible. La vida es ahora.
REMERA DEL CHE DE FELIPE:
–Lo material sin conciencia revolucionaria solo adormece.
La verdadera felicidad vendrá cuando el pueblo se libere del capitalismo, no cuando lo celebre, aunque sea con una remera de Marx. O una con mi cara.
REMERA DE EVITA DE ÁNGELA (cansada de argumentos):
–Bah… Obvio que la tuya funciona más que la de Marx. Cuando posaste para la foto con esa actitud de líder y galán, mirando al horizonte de tu revolución… ya era clara tu vocación de remera.
REMERA DEL CHE DE FELIPE (contestando el sarcasmo):
–La pose fue natural. Y se entiende que haya remeras con mi cara dada mi belleza hegemónica. Estoy re fuerte. Soy apetecible, lo sé, lo sé.
REMERA DE EVITA DE ANGELA
–Ah… lo reconocés…
REMERA DEL CHE DE FELIPE
–Sí… Pero no quiero que mi belleza viril e insurreccional distraiga de la búsqueda de la felicidad a través del sacrificio revolucionario. No soy como vos, que te teñiste de rubio y usás ropa de Cristian Dior y de Paco Jamandreu. No das un buen ejemplo.
REMERA DE EVITA DE ÁNGELA:
–Y bueno. Es al revés que vos. De cheto burgués pasaste a jugar al ciruja bélico de camping armamentista. Yo arranqué de pobre. Y quiero que todos se vistan como yo ahora.
REMERA DEL CHE DE FELIPE (gritando):
–¡Aspiracional burguesa desclasada!
REMERA DE EVITA DE ÁNGELA (gritando más):
–¡Oligarca con culpa! ¡Zurdo!
Los insultos crecieron. Cada tanto volvían al asunto central: la felicidad ideal, moralmente superior, pero lejana; o la otra, que incluye la redistribución del goce capitalista.
Finalmente, Ringo Starr, desde una remera que tenía puesta una estudiante de sociología, les pidió que siguieran discutiendo en otro lado. Entonces Ángela y Felipe salieron a caminar. Y mientras las remeras seguían discutiendo, ellos se pusieron a hablar de otras cosas. Y lo que siguió es obvio. Porque la felicidad también tiene sus mapas o guiones preestablecidos.
Y así fue cómo las remeras quedaron colgadas en el respaldo de unas sillas, discutiendo, mientras Ángeles y Felipe se dedicaron a una de las formas más concretas de la felicidad.
Porque quizá la mejor felicidad es la que queda cerca.
