22 de agosto de 2024
Rebequita y Tobías caminan plácidamente al atardecer.
–¡Ay, Tobías de mis corazones solitarios, mirá qué hermosa que es la Torre Eiffel en el atardecer!
–Rebequita de mis ensoñaciones diurnas, me parece que estás algo confusionada. Estamos en Buenos Aires.
–¿Y eso qué tiene que ver, Tobías de mis low cost? Que estemos en Buenos Aires no quiere decir que la Torre Eiffel no sea hermosa al atardecer. ¿O vos sos tan narcirulo que te creés que las cosas existen solamente cuando vos estás ahí? Entonces cuando yo me voy y te quedás solo, ¿yo no existo más para vos? ¿Solo soy si vos me ves? ¿Soy un «objeto visible» en tu autoperceptiva singular? ¿Una partícula imaginaria en tu vida? ¿Un dasein heideggeriano que ni siquiera sé que es lo que es eso? ¿Una molécula subatómica en tu macroscopio? ¡Vos no me querés, Tobías, no me querés!
–¡Pará la mano, la neurona y todo lo que la esté acompañando en esta calesita de asociaciones lingüísticas, Rebequita de mi alma! Vos sos muy importante para mí, sos la mujer de mis sueños húmedos, secos y subtropicales con estación ventosa.
–¿Y entonces, por qué no me ves, Tobías? ¿Y si me ves, por qué no me escuchás? Y si me ves y me escuchás, ¿por qué no me olés?
–Uy, Rebequita, qué sentimental te viniste hoy… ¡No dejás sentido con cabeza! Yo te veo, te oigo, te huelo, te tacto y si no te degusto, es porque no soy caníbal; pero vos me pedís que mire a la Torre Eiffel, y eso no lo puedo hacer, porque yo estoy acá, y ella en París.
–Claro, y vos preferirías que ella estuviera acá y yo en París, ¿no? Te gustaría tenerla cerca a ella, abrazar su fría mole de acero y reírte en francés de la pobre mujer argentina que se fue a Francia buscando a un amor que en verdad estaba acá mismo «metiéndole la torre».
–Uy, no, Rebequita… simplemente no puedo verla.
–Ah, ¿la odiás? ¿Qué te hizo la pobre torre para generar en vos ese sentimiento negativo intenso? ¿Acaso te abandonó, acaso se fue una mañana diciendote «ya no hay nada entre los dos», y vos le cantás «La más mía, la lejana», simplemente…?
–Simplemente María.
–No, María no… ¡Me llamo Rebequita! ¿Tanto te atribula, te patetiza, te patibulea esa pobre torre, que ni mi nombre podés recordar? ¿Qué buscabas, un triángulo amoroso entre un hombre, una mujer y una gran torre? ¿Qué sos ahora, «fetichista con grandes objetos fálicos»?
–Rebequita, la que trajo la torre acá fuiste vos.
–¿La trajé acá? ¿No dijiste que no la podés ver porque está en París?
Silencio en la nochecita… porteña, parisina, vaya uno a saber.