11 de julio de 2014
Desde siempre los papas –incluso nuestro actual papa argentino, que es un campeón– han dicho que en el mundo hay muchos pobres y que hay que combatir la pobreza.
Prestemos atención, la consigna oficial es «Combatir la pobreza».
Lo digo porque hay muchas personas, bien intencionadas, que escuchan mal, se confunden y terminan combatiendo… a los pobres. Que es parecido, pero no es lo mismo.
Ahora bien, «pobre» se define como escaso, insuficiente. ¿Pero en función de qué parámetro se es carenciado? Un tuerto puede ser carenciado en función de los que tienen ambos ojos, pero en el reino de los ciegos, el tuerto es rey.
Entonces, ¿qué se necesita para definir a un carenciado, a un pobre? Se necesita un rico.
El rico le da entidad al pobre; sin ricos, no habría pobres.
Es más, el que menos tuviera de entre los ricos pasaría a ser el pobre de ese grupo. Tal cual.
La pregunta es: ¿puede ser que los ricos fabriquen a los pobres? ¿Puede ser que cuanto más rico quisiera ser alguien, esté obligando a otros a ser más pobres?
Para dilucidar esto no voy a recurrir a Marx, porque hay gente que se pone nerviosa, ni a Perón, porque hay gente que se pone loca. Tampoco voy a hablar del señor Jesucristo, del camello y de la aguja, porque he escuchado interpretaciones increíbles en las cuales los camellos siempre pasan por el ojo de la aguja de a dos… y al trote. Pero sí voy a citar a un modesto esclavo devenido en ciudadano romano, Publilio Sirio, escritor latino del siglo I a. de C., quien dijo: Lucrum sine damno alterius non potest, «No puede haber ganancia de uno sin detrimento de otro».
De ser así, al pedir por los pobres, parecería que los señores papas le estarían diciendo a los ricos que sean menos ricos, para que haya menos pobres. Y también parecería que le estarían recomendando al gobierno que ayude a que los ricos sean menos ricos. Error.
Lo que los señores papas dicen realmente es que, en consonancia con alguna de las variadas colectas, los ricos no se deben olvidar de los pobres. ¿Cómo? Sencillo, como se colabora con cualquier colecta religiosa: dando una limosna.
Es más, yo me atrevería a decir que la limosna deberían darla, no por los pobres, sino por ellos mismos, para ser gratos a los ojos del Señor. Después de todo, lo único que se pide es eso, un óbolo, que además es algo que no suele afectar al patrimonio personal. Para nada.
Y eso alcanza. Recordemos que los pobres no pueden quejarse, ya que de ellos, cuando se mueran, seguramente, será el reino de Dios… y sus alrededores también. ¿Está claro?
—Santiago Varela