Humor | POR PEDRO SABORIDO

Por ese palpitar…

Tiempo de lectura: ...
Pedro Saborido

–¡Pero qué cosa! Resulta que hago meditación holística, respiración termodiferencial, masaje afrohúngaro descontracturante (obvio que antes hago masaje judeoparaguayo contracturante para poder contracturarme así después me puedo descontracturar), yoga sadaga ramah-lé janá, yoga kutipawa ramal 2 x Barrio San Martín, hago de todo… y sin embargo no logro la calma, no logro la felicidad –le dijo Marcos a su nueva pareja, Clarisa, que enseguida le contestó:
–Para ser feliz, hay que escuchar al corazón.

–Es una frase cursi.

–Deberías aprender a ver que en lo cursi también hay autenticidad. La obviedad de lo cursi tiene raíz en su certeza. Despreciamos lo obvio por no ser novedad y esa es precisamente su virtud: si es obvio es porque es habitual y esa es su certeza. Pensás demasiado. Y en la razón no vas a encontrar felicidad.

–¡Pero si tengo mi búsqueda espiritual! –se quejó Marcos.

–Pero buscás a través de la razón. Probá a escuchar a tu corazón, podés empezar ahora mismo.

–Bueno, a ver… –dijo Marcos e inclinó su cabeza hacia el lado izquierdo, apuntando con su oreja hacia el pecho y hacia su corazón. Este, de pronto, se hizo escuchar.

–Quiero ir a Mundo Marino, en San Clemente. Es el lugar ese en el que hay orcas y delfines y espectáculos donde saltan y todo eso. Me encantaría conocer. Y después ir a Villa Gessel, a Mar Azul, Mar de las Pampas es muy cheto. Vamos en Flecha Bus o en Plusmar. Que no sea semicama. Y si es abajo mejor, que se mueve menos –dijo con mucha claridad el corazón.

–¿Ves? ¡Ahí está! Te está hablando –dijo emocionada Clarisa.
Marcos asombrado enseguida comentó.

–Es increíble. Vos sabés que alguna vez ya me había hablado. Yo escuché que alguien me pedía que lo lleve a estudiar Ingeniería Civil en la UBA; pero no sé, pensé que era alguien que le estaba hablando a otro en la mesa de atrás. Estaba en un bar.

–Era yo. Fue la primera vez que me animé a gritarte un poco. Hace muchos años que te hablo, pero nunca me escuchás.

–Miraaaá, te está hablando, se escucha claro.

–Gracias, Clarisa –aceptó el corazón. Y obvio que más de una vez le insisto con vos. «Che, dale bola a esta mina Clarisa, que no es una boluda como las otras». O sea, de veras, él tiene un interés…

–Bueno, no la metas a Clarisa en esto, ¡te lo pido por favor! –frenó Marcos a su corazón.

–Te lo digo para ver si coincidimos en una. Yo estoy acá para darte felicidad. Ir a Mundo Marino, estudiar Ingeniería Civil…

–Mirá, lo de Mundo Marino puede ser, más allá de la especulación comercial con el entrenamiento de animales en cautiverio, pero olvidate de la Ingeniería Civil, yo estoy en la búsqueda de algo más espiritual.

–Todo bien con la espiritualidad, pero si querés cruzar el Riachuelo vas a necesitar un puente. No podés ir de Avellaneda a Barracas meditando o en forma de energía. Además, la Ingeniería Civil te puede dar un buen laburo. Si vas al chino y querés pagarle un paquete de Matarazzo con armonía y una zona áurea no te las va a aceptar. Todo el mundo habla de la sabiduría oriental, pero lo más chino y oriental que conocemos es un lugar a donde vamos a comprar queso untable y lavandina. Por ahí la sabiduría los llevó a eso, ¿no? Pensalo.

–Mirá, puedo escucharte, pero se trata de mi felicidad, no de la tuya –explicó Marcos.

–La felicidad se siente en el corazón, fijate las canciones de amor, los Días de la Madre. ¿Viste una propaganda del Día la Madre con una mamá abrazando a un nene (o una nena) enmarcada adentro de un cerebro? ¡No! ¡Siempre son dibujos con corazones! No hay cajas de bombones con forma de encéfalo. La felicidad es como el amor, tiene forma de corazón. Mercedes Sosa cuando canta esa de Fito Paez, no podría cantar «Y dale alegría, alegría a mi lóbulo parietal…».

–Quizá tengan que concederse cosas uno al otro, la felicidad también está en el compartir –trató de mediar Clarisa.

–La felicidad es un punto de vista –comenzó a explicar Marcos. Todo se trata de ver quién se impone sobre quién. Yo puedo compartir con vos Clarisa, porque sos otra persona, y ahí vale el amor y la felicidad de dejar de ser un poco uno para que el otro sea feliz; pero tratándose de uno, hay que ser decidido. La felicidad es una decisión. Y decidirse trae alivio. Decidirse en algo es un paso a la felicidad. No me interesa ir a Mundo Marino ni estudiar Ingeniería Civil.

–¿Podemos usar una remera con la lengua de los Stones?

–No.

–¿Tomar clases en «Aprenda los pasitos de Mick Jagger»?

–Menos…

–¿Tararear o silbar «Satisfaction» cada tanto?

–¡Pero por favor! No sabía que eras un rolinga. Yo escucho jazz, puedo tararear algo de Mile Davis o Keith Jarret si querés.

–Qué embole.

–Lo siento en el alma; pero no –concluyó Marcos.

–Me rompés el corazón –se lamentó el corazón.

–Sí. Sentimos las cosas de manera diferente. Y el problema de la felicidad, evidentemente, es que cada uno siente la felicidad de una manera distinta. Algunos son felices pintando cuadros, otros mirando fútbol. Hay gente que es feliz cuando a su empresa le cierran los números. Gente feliz por ayudar a vivir a otra gente. Y gente feliz por cagarles la vida. Algunos son felices ayudando a los jubilados; otros sacándoles guita para que cierren los números. La felicidad no tiene moral.

El corazón lo aceptó. Marcos y Clarisa quedaron en hablar más tarde.
Marcos siguió con sus cosas, pero a la noche pasó algo bastante extraño.

–Si no me va a escuchar, yo me rajo de este –dijo el corazón. Y abriendo una pequeña herida desde adentro del pecho, de a poquito y aprovechando que Marcos dormía, se salió del cuerpo.

Responsable, le puso un poco de merthiolate y una curita. Y se fue. Dando saltitos que coincidían con sus latidos, se fue.

A la mañana siguiente, en el Incucai, se encontraron con un corazón sacando número y subiendo, de un salto-latido, a un asiento.

–Vengo a donarme a mí mismo; pero a quien le toque pídanle que estudie Ingeniería, que me lleve a Mundo Marino y que se ponga a escuchar a los Stones.

Marcos se despertó. Y se sorprendió por la curita que le apareció en el pecho, pero nunca se dio cuenta de que su corazón lo había abandonado. 

Estás leyendo:

Humor POR PEDRO SABORIDO

Por ese palpitar…