10 de diciembre de 2025

–Rebequita de mis corazones, diamantes, tréboles y picas, tengo decirte algo: ¡hoy no podré reunirme contigo!
–Pero, ¿qué es lo que ocurre, Tobías de mi lápida aún no infrascripta? ¿Acaso te duele el maléolo interno de la tibia izquierda? ¿Acaso estás siendo perseguido, acuciado y acosado por una banda de vampiros financieros que quieren absorber tus glóbulos de capital al solo efecto de obtener un mayor interés plaquetario? ¿Te ha aparecido repentinamente un nieto real o imaginario y debés dedicarte a cuidarlo por el resto del milenio? ¿Te atacó una tormenta de estornudos? ¿Te enomoraste de otra mujer autoperceptiva y temés decírmelo? ¿Qué pasa, Tobías, que hoy no vendrás a mí?
–Nada de eso, Rebequita de mis forúnculos virales, nada de eso… Es que… Uy, no sé cómo decírtelo… cómo hacer…
–¡Dilo, Tobías, dilo!
–Pues… ¡que tengo una reunión de consorcio!
–¡Oh, no!
–Sí, amor mío de mis esófagos. ¡Te juro que hice lo posible por evitarla! Te aseguro que imploré, recé, rogué a los dioses, semidioses e ídolos de varias religiones, que insulté en todos los idiomas que conocía y en algunos que no, que le pedí un certificado de insania pasajera al cura, que me manifesté peligroso para terceros y plantabajas, que me hice pasar por mi sobrina, ¡pero nada, no lo logré!
–Ay, Tobías, qué horror, y pasaron solo tres años desde que sobreviviste a la última.
–Y tuve mucha suerte, Rebequita… Acordate de que el del 6°J y la del 2°F terminaron en la comisaría, el del 4°G, en el hospital, la del 7°I en el psiquiátrico y el del 1°H se encerró en el ascensor de servicio y todavía no salió.
–Sí, y no pasó nada peor porque por suerte hay una ley que prohíbe los duelos a muerte.
–Sí, y decí que el administrador la leyó a tiempo y aclaró que en caso de óbito el consorcio se debería hacer cargo del gasto y eso redundaría en un incremento de las expensas, aunque un inquilino casi se bate igual, porque entendió que se trataría de expensas extraordinarias y esas no le corresponde pagarlas a él.
–¡Qué horror!
–Y eso que no te conté de la parte en la que estaban hablando de echar al encargado y reemplazarlo por una máquina de hacer omelettes, y de ponerle inteligencia artificial a la puerta de entrada, para que ella decida quién entra y quién no al edificio.
–¡Ay, Tobías de mis mollejas al estragón, que triste es lo que contás! Se parece mucho a una película de terror.
–Ay, Rebequita de mi cerebelo… ¡A mí me parece más similar a lo que ves cuando salís del cine!
