21 de noviembre de 2024
En la mayoría de los países sus habitantes, antes de salir a trabajar, saben con qué se van a encontrar, saben que la mayoría de las cosas van a estar iguales que el día anterior… incluso iguales que el mes anterior.
Nosotros no.
Nosotros, antes de abrir la puerta, transpiramos y rogamos que lo que encontremos no sea más complicado que ayer. Programar algo, proyectar algo, no para el año que viene, sino para la próxima semana es más difícil que matar un chancho a pellizcones.
Por eso yo, antes de salir, me pongo el casco, saludo a mi mujer como si me fuera a la guerra y, previo cargar con todos mis amuletos, salgo a zambullirme en la realidad nacional.
Lo primero que encuentro es un bache nuevo y un colectivo que, para esquivarlo, hace una maniobra digna de locos y furiosos que casi le cuesta un guardabarros a un taxi.
En ese momento se me aparece mi amigo el verdulero Pepe Escarola que venía con cara de haber pisado caca de perro.
–Así no se puede vivir –me dice–, en este barrio, que es bien medio pelo, tirando a pelito, la competencia es fenomenal. Hay dos verdulerías por cuadra, y en una manzana hay más verdulerías que las que había hace diez años en todo el barrio.
–Bueno –opiné yo– si cada vez hay más tipos que venden sandía y brócoli, quiere decir que el negocio anda bien, deja plata. La gente necesita morfar. ¿Qué pretendés que pongan un negocio de venta de corbatas o una librería, ahora que nadie lee más de 280 caracteres de corrido?
Lo dejé a mi amigo despotricando contra la competencia y me voy a ver a un economista amigo, Pepe Bicicleta. Entro en su oficina y el tipo estaba exultante con una sonrisa que le daba vuelta toda la cabeza.
–Bienvenido Dolape –me dijo mientras me daba una copa de champagne–. Brindemos por una economía floreciente, baja el dólar, baja la inflación, baja el riesgo país, estamos en el primer mundo.
–Lo que no baja, sino que sube, es la pobreza de la gente –le retruqué.
–¡Qué tiene que ver! Yo estoy hablando de la economía, no de la gente. Separemos lo importante, que son los pagos de la deuda, de lo circunstancial que es el precio del osobuco. Además ahora que llegó nuestro amigo Trump, las relaciones carnales van a ser una bendición.
–Sí –contesté–, vos cuidate que para las relaciones carnales no te manden a un morocho de la NBA.
Mientras él gritaba «Por un buen negocio se aguanta cualquier cosa», yo me las tomé. A la salida pasé por una reunión de consorcio donde estaban analizando la posibilidad de poner molinete en el ascensor y así cobrar el viaje para ayudar con las expensas y enfilé para mi casa. Fue un paseo corto, es cierto, pero más tiempo en esta realidad me enferma. Y es en serio.