20 de diciembre de 2023
La palabra «humor» nos remite al concepto de los humores que tenían los griegos en la antigüedad. Estos eran, básicamente, cuatro: la bilis, la flema, la sangre y la bilis negra. Luego, el término «humores» se extendió a todo lo que fuera alguna secreción del cuerpo, desde las lagañas, pasando por los mocos, hasta lo que usted quiera imaginar… Un asco.
Como ven, desde su origen, el humor no tiene nada de gracioso y eso de asociarlo con cosas que despedimos del cuerpo, es en realidad bastante repugnante. Tal vez así se intentara descalificarlo por ser el humor trasgresor, en una sociedad gobernada por una rígida moral judeo-cristiana, donde todo debía ser grave y formal. ¿O alguien escuchó que Dios –cualquier Dios– alguna vez se haya reído?
Otro ejemplo de esto de desvalorizar algo por el nombre es el caso de las llamadas venéreas, donde se utiliza a Venus, la bella y sensual diosa del amor, para referirse a los chancros.
Entonces, ¿por qué no usamos otra palabra para nombrar a lo que nos causa gracia? La respuesta es: no lo sé.
Es cierto que el humor, tal como lo conocemos hoy, utiliza con frecuencia para hacernos reír imágenes y situaciones asquerosas y repulsivas. Pero más allá del recurso que utilice, la palabra clave es: «reír». El humor hace reír y el ser humano es el único animal que sabe –o puede– reírse.
Reírse es bueno, hasta los médicos que son gente seria lo afirman. Avalando esto cada tanto aparece alguna investigación de alguna universidad, pongamos la de Chattanooga, que afirma que los sujetos estudiados que se rieron cuatro minutos diarios o más, incrementaron sus posibilidades de sobrevida en un 6,7%. Eso sí, además de reírse, ayudaría bastante que no los manden a alguna guerra, de las tantas que tienen por ahí.
De tantas posibles formas de humor, una es el humor político. Tomarse en joda a un adversario político es algo muy común en ciertos ambientes, sobre todo los más populares, los menos acartonados. Solo hay que tener en claro que así como a nosotros nos gusta reírnos hay otros, los de cara de bragueta, que tienen una carencia total y absoluta de sentido del humor. Estos tipos no solo no se ríen, sino que tratarían de silenciar al que tuvo la osada ocurrencia de hacer un chiste sobre ellos. Mussolini, Hitler, Franco, Videla son ejemplos de seres a los que no les entraba el humor ni con jeringa. Pienso que esta es una característica de las derechas, más amigas del aceite de ricino y del odio que de pasar un buen rato riéndose de algo, incluso y –sobre todo– de sí mismo.
Como dijo Horacio –no mi primo, sino el poeta romano–: «Sin amor y sin risas, nada es agradable».