Humor

Una espía entre nosotros

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Julián Elencwajg

La «estrella culona» emprende su segunda exploración del territorio al que los Homo sapiens llaman Argentina. Un adelanto de su investigación sobre el interés de las personas en hurgar en las vidas ajenas.

Semanas después del final de la expedición de los científicos del Conicet a las profundidades marítimas de Mar del Plata, comprendí que la fama es efímera, pero a la vez aprendí que el pueblo no olvida a quien lo hizo feliz. Quedó más que claro en las repercusiones que hubo de un estudio similar hecho por investigadores uruguayos que descubrieron que no todas las estrellas tienen mis atributos. 

El recuerdo permanente y el reconocimiento de esos seres bípedos que viven fuera del agua se agradecen, por supuesto, pero odiaría pasar a la posteridad solo por mi voluptuosidad cuando sé que tengo mucho más para dar. Eso es lo que me llevó a aventurarme nuevamente e iniciar mi segunda exploración del territorio que los Homo sapiens llaman República Argentina.

Mi intención desde el inicio fue llevar a cabo una observación no participante de la conducta de los seres humanos y, si lo que se quiere es recabar información sin causar molestias, preocupación o teorías que tal vez estén basadas en pruebas escasas y argumentos endebles, supongo que no es conveniente llamar la atención. Como se imaginarán, no es tan sencillo pasar desapercibido siendo una estrella de mar en tierra firme. Quizá lo mejor para no ser objeto de sospechas mientras se hace un análisis minucioso de las personas sea optar por la estrategia inversa y hacerse ver para ser invisible.

Antes de poner a prueba mi hipótesis de trabajo acerca de la conveniencia de la exposición, procedí a documentarme y descubrí que hubo un escritor llamado Truman Capote que hizo exactamente eso: tras el éxito de su novela A sangre fría, concedió montones de entrevistas, apareció muchas veces en televisión, pasó vacaciones en yates y casas de campo y terminó 1966 con una fiesta en el hotel Plaza en honor de Kazay Graham, el editor de The Washington Post. Años después, prácticamente todos sus amigos lo condenaron al ostracismo por escribir, apenas disfrazadas, muchas de las historias que le habían contado en «La Côte Basque», un anticipo de su libro Plegarias atendidas.

Panteras negras
Otro caso de observación detallista e indisimulada que hallé fue el de un mamífero estadounidense dedicado al periodismo conocido como Tom Wolfe, que en junio de 1970 asistió como invitado a un encuentro organizado por el músico Leonard Bernstein y su esposa Felicia, quienes convocaron a un grupo de amigos a su dúplex neoyorquino en Park Avenue para recaudar fondos en favor de los Panteras Negras, una organización que en aquel momento estaba en medio de un proceso judicial por haber sido acusada de poner bombas en un cuartel de policía. Días después, su artículo «Radical Chic» («La izquierda exquisita»), que registra sus impresiones del ágape, fue publicado en la revista New York con una tapa que mostraba a tres mujeres vestidas como damas de sociedad, pero con el puño derecho en alto. El efecto para los retratados fue devastador al punto que Jamie, uno de los hijos de Bernstein, recordó que su madre nunca se recuperó de la vergüenza y murió poco después de un cáncer fulminante. Comienzo a sospechar que no es una buena idea hacerse amigo de cronistas y escritores si uno quiere que sus secretos estén a salvo, pero no me atrevo a asegurarlo hasta no completar mi trabajo de campo.

Mientras tanto, sigo documentándome acerca del interés que tienen los seres humanos por espiar a sus pares y evitar ser espiados, como se ve en tiras cómicas como «Spy vs. Spy», la historieta de la revista Mad creada por Antonio Prohias, que se convirtió en un clásico del humor gráfico y tuvo un éxito tan grande que sus personajes llegaron a protagonizar un juego de mesa, diversos videojuegos y versiones animadas y hasta publicidades de Toyota, Universal Channel y Mountain Dew.

De acuerdo con lo que sé hasta el momento gracias a los documentos a los que tuve acceso, el interés por el espionaje y su tendencia a grabarse unos a otros acompaña hace siglos a esos seres tan parecidos a los monos y es improbable que eso vaya a cambiar. Mientras analizo la forma más conveniente de seguir infiltrándome entre ellos sin ser descubierta, recuerdo que hubo un humano que hace años cantó que el hecho de que alguien sea paranoico no significa que no haya otros persiguiéndolo y pienso que en una de esas deba tomar alguna medida drástica para seguir espiando sin ser espiada. Seguiré informando. Borren este documento después de leerlo.    

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