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Allende, 50 años después

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Telma Luzzani

Derrocado el 11 de septiembre de 1973, el líder de Unidad Popular sigue iluminando a los pueblos que luchan por un mundo justo y solidario. Retrato del hombre que era intolerable para EE.UU. y la CIA.

Palabra de Salvador. Orador extraordinario, el líder de la Unidad Popular dejó un discurso célebre previo al ataque genocida al Palacio de la Moneda.

Foto: Na


A 50 años de su muerte, Salvador Allende, el presidente mártir, sigue iluminando el camino hacia la utopía de una humanidad que alcance el más alto grado de sí misma y sea capaz de construir un mundo armónico, justo y basado en la igualdad y el amor.
El 11 de septiembre de 1973, ante el dolor y el estupor de latinoamericanos y de gran parte del mundo, Allende, como presidente de Chile, luchó hasta la muerte para evitar que las Fuerzas Armadas de su país, en connivencia con Estados Unidos, concretaran un golpe de Estado genocida. No lo logró. Murió en el mismo lugar a donde lo había llevado el pueblo de Chile el 4 de septiembre de 1970: la Casa de la Moneda, el palacio presidencial.
Salvador Allende nació el 26 de junio de 1908, en Valparaíso. Provenía de una familia de clase media alta, muy politizada y heroica. Sus tatarabuelos Allende Garcés fueron guerrilleros que lucharon contra los españoles en la guerra por la Independencia de Chile. Uno fue parte de las milicias de Bernardo O’Higgins y el otro se enroló en el escuadrón de los Húsares de la Muerte, creado por Manuel Rodríguez.
Su bisabuelo, Vicente Padín, fue decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, fundador del Hospital San Vicente y médico voluntario durante la Guerra del Pacífico. Su abuelo, el doctor Ramón Allende Padín, fue un referente importante para Salvador. Fue fundador de la primera maternidad de Santiago y, además, Serenísimo Gran Maestre de la Orden Masónica de Chile: un hombre con un fuerte sentido del deber público, social y político.
A los 18 años (1926), Salvador o «Chicho», como lo llamaban cariñosamente, ingresó simultáneamente a la Facultad de Medicina y a la masonería. Medicina y política, siempre estuvieron juntas. En la secundaría había sido presidente del centro de estudiantes, además de excelente deportista: campeón nacional de natación y de decatlón. Como estudiante universitario fue vicepresidente de La Federación de Estudiantes y fundador del grupo Avance donde se estudiaba a los clásicos del marxismo.
A los 29 años llegó al Parlamento como diputado y al año siguiente se convirtió en el ministro de Salud más joven de la historia chilena bajo el Gobierno de Aguirre Cerda. Sus logros como ministro fueron notables: se redujeron las muertes por tifus, se expandió el servicio dental gratuito en las escuelas, se produjeron y distribuyeron medicamentos contra enfermedades venéreas, entre muchas otras medidas.

Socialismo eterno
En enero de 1959, Allende viajó a Venezuela para asistir a la asunción del presidente Rómulo Betancourt. Hacía dos semanas que los «barbudos» liderados por Fidel Castro habían tomado el poder en Cuba. Salvador decidió viajar para ver en persona esa revolución naciente. Se entrevistó con Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos, Raúl Castro y con Fidel. Fue el comienzo de una amistad definitiva.
Cada vez que el imperio agredió a Cuba, Allende levantó su voz para defender a la isla. En 1967, durante una conferencia continental celebrada en La Habana, propuso la creación de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) con el lema: «El deber de todo revolucionario es hacer la revolución». OLAS quedó integrada por diversos movimientos de izquierda latinoamericana que compartían, en principio, las propuestas estratégicas del proceso cubano. Defendía la lucha armada antiimperialista para lograr la liberación de los pueblos del continente y superar el subdesarrollo económico, social y cultural que asolaba a nuestra región. No obstante, las discrepancias en el seno de OLAS fueron muchas y el organismo terminó diluyéndose.
Antes de triunfar en las elecciones de 1970, «Chicho» había hecho otros intentos. En 1952, se presentó por el Frente del Pueblo y quedó cuarto entre cuatro candidatos. Obtuvo apenas 52.000 votos. En 1957 volvió a intentarlo. Le ganó el derechista Jorge Alessandri por apenas 30.000 votos.
La tercera fue la vencida. Cuando ganó la presidencia con la Unidad Popular en 1970 el contexto regional no era el mejor. Chile estaba rodeado de dictaduras militares y Estados Unidos estaba muy alerta para que no surgiera en su «zona de influencia» otro Gobierno socialista.
Aun así, y apegado estrictamente a la Constitución chilena, Allende consiguió, entre 1970 y 1973, mejoras importantísimas en salud, educación y redistribución del ingreso. Avanzó en la reforma agraria y en la recuperación de los bienes naturales chilenos. Nacionalizó la gran minería del cobre, hierro, salitre y carbón en poder de empresas transnacionales. Estatizó casi la totalidad del sistema financiero –la banca privada y los seguros– además del comercio exterior, la producción y distribución de energía eléctrica; el transporte ferroviario, aéreo y marítimo; las comunicaciones; la producción, refinación y distribución del petróleo y sus derivados; la siderurgia, el cemento, la petroquímica y química pesada, la celulosa y el papel. Adoptó, además, una política exterior soberana y en defensa del multilateralismo y la autodeterminación de los pueblos. Como suele subrayar el politólogo Atilio Boron, los líderes del siglo XXI –Evo Morales, Hugo Chávez, Rafael Correa– tuvieron en Allende un precursor.
Para la oligarquía chilena y para el imperio, el ejemplo que Salvador daba al mundo era intolerable. «Si Estados Unidos no logra controlar América Latina, no podrá consolidar con eficacia su dominio sobre el planeta», afirmaba un documento del Consejo de Seguridad Nacional de ese país, al recomendar el derrocamiento de Salvador Allende, citado por Noam Chomsky durante una conferencia magistral en la Universidad Nacional Autónoma de México, en septiembre de 2009.
El Gobierno socialista fue asediado desde el primer día con una artillería de medidas destituyentes que hoy englobamos baja la etiqueta de «guerra hibrida». La prensa de derecha comenzó a demonizar a la Unidad Popular como sinónimo de caos y a Allende como a un guerrillero que buscaba destruir a Chile. Hubo desabastecimiento de productos de primera necesidad, cacerolazos de las clases medias, cortes de ruta y manifestaciones del gremio de los camioneros. Hubo fuertes presiones diplomáticas, todo para crear el clima propicio para un golpe de Estado, cosa que ocurrió el 11 de septiembre de 1973.
Cuando la Fuerza Aérea bombardeó los principales edificios de Chile –la Moneda, inclusive–, Allende supo que ya no había salida. «Seguramente esta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes», dijo a los trabajadores y por extensión a todo el pueblo chileno. «¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos».
Su Gobierno había sido un fructífero laboratorio de socialismo estrictamente enmarcado en la democracia. Su derrocamiento fue el ensayo de experimentos brutales: primero el uso de la guerra híbrida para derrocar a un Gobierno popular y luego, la ejecución de la «doctrina del shock», es decir, aprovechar el estado de pánico de una sociedad para imponer un modelo de neoliberalismo salvaje.
Antes de morir, dijo Allende emocionado: «Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición». ¡Que así sea!

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