2 de febrero de 2022
Aislamiento, temor, duelos traumáticos: el COVID-19 afectó de diversos modos la vida psíquica de jóvenes y adultos. La variante ómicron y la tercera ola.
Volver a empezar. El nuevo brote es especialmente traumático porque llegó cuando la población se preparaba para volver a la normalidad.
TÉLAM
Cuando muchas personas comenzaban a ilusionarse con un verano más cercano a la normalidad, salidas y reencuentros afectivos, llegó la tercera ola con la nueva variante ómicron, mucho más contagiosa, que produjo una suba acelerada de infectados. Una vez más, las certezas fueron derribadas por la realidad. Para algunos especialistas, este escenario responde a que la pandemia tiene determinados ciclos en los que se observan descensos importantes en la transmisión del virus y en la mortalidad, como resultado de la vacunación, y otros, como este, en los que una nueva variante de altísima contagiosidad dispara los números.
«Cuando estábamos pensando que se iniciaba un año y venía el verano y que la vida iba a volver a ser como lo era en la prepandemia, apareció la variante ómicron. Creo que la gente supone que con la vacuna no se adquiere la enfermedad y la verdad es que aun con refuerzo nos podemos infectar, claro que el curso de la enfermedad será mucho más leve, por eso hay que seguir con las medidas preventivas», señala Alicia Stolkiner, profesora de Salud Pública y Salud Mental de la Facultad de Psicología de la UBA. «Este rebrote es sumamente traumático, porque estábamos preparados para un momento donde empezaba, entre comillas, a volver la normalidad, si es que tal cosa existe y, de nuevo, tomamos conciencia de que esto no va a ser una cuestión tan pasajera como en algún momento pensamos», agrega.
En casa. La suspensión de actividades escolares impactó en la vida cotidiana.
FACUNDO NíVOLO
El impacto psíquico de la pandemia no ha pasado desapercibido. De hecho, cada vez son más los trabajos científicos que hablan del tema. Hay quienes incluso se empezaron a preguntar por el correlato de esta situación, inédita a nivel global, apenas iniciado el confinamiento, a inicios de 2020. Así, por ejemplo, un estudio llevado a cabo entre abril de 2020 y marzo de 2021 en 40 países, entre los que estuvo la Argentina, que contó con la participación de más de 55.000 personas encuestadas en línea, detectó depresión probable en el 20,49% de las mujeres que participaron del estudio, en el 12,36% de los varones y en el 27,64% de los registrados como «género no binario». A su vez, la angustia estuvo presente en el 17,41%, 15,17% y 23,09% respectivamente. Este trabajo, publicado recientemente en la revista European Neuropsychopharmacology, mostró que un porcentaje significativo de los encuestados refirió deterioro del estado mental, la dinámica familiar y el estilo de vida cotidiano.
En tanto, otro metaestudio publicado por estos días en la revista The Lancet y que seleccionó casi 50 artículos científicos escritos en diversas partes del mundo entre enero de 2020 y el mismo mes de 2021 se propuso cuantificar el impacto de la pandemia en la prevalencia y la carga del trastorno depresivo mayor y los trastornos de ansiedad a nivel mundial. Los resultados evidenciaron que durante el período los casos de depresión mayor se incrementaron en un 28%, mientras que los trastornos de ansiedad lo hicieron en un 26%. El relevamiento internacional subraya, además, que los grupos poblacionales más afectados fueron las mujeres y los jóvenes.
Zona de riesgo. Gran parte del personal de salud experimentó ansiedad y tristeza.
TÉLAM
Para Stolkiner, no hay un sector de la población que padezca más que otro, sino que se sufre de manera distinta. Según el género, según la generación y según la zona y lugar del país, el aislamiento y la soledad son distintos. «Las vidas cotidianas se ven afectadas de diferente manera: hubo un punto para los niños y los adolescentes muy significativo, que fue la suspensión de las actividades escolares, que es una institución muy importante de la vida extrahogar de los niños y niñas, luego para los adultos mayores que estaban en residencias significó una anulación total del vínculo con el exterior y con las familias, y para las personas que viven solas también fue difícil», indica.
Ahora bien, es cierto que las personas tienen distintas formas de reaccionar frente a las situaciones adversas, hay quienes tienen la posibilidad de desarrollar mecanismos adaptativos y otras que no, justamente por la etapa vital por la cual estaban atravesando al momento de la aparición del coronavirus.
«Además de los niños, los adolescentes y las personas mayores, considero que el tercer grupo afectado fueron las mujeres, porque aumentaron las situaciones de violencia doméstica; claramente el aislamiento y cuarentena jugaron en contra», sostiene Ricardo Corral, presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras y jefe de Docencia e Investigación del Hospital Borda.
Para algunos especialistas, evaluar la huella que la pandemia dejó sobre la salud mental de la población aún es demasiado prematuro, no obstante reconocen que la situación es real. «Todavía estamos en pandemia y aún no es tiempo de balances generales. Se esperaba un fuerte impacto en la salud mental y en efecto ese impacto se ha verificado y continúa en aumento. El propio secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, lo advirtió en mayo de 2020, en una conferencia de prensa que tomó de sorpresa a toda la comunidad de la Salud Mental. En esa oportunidad llamó a los países miembros a invertir preventivamente en esta área, porque podría llegar a venir una ola de trastornos mentales como consecuencia de una crisis de magnitud planetaria. Que yo sepa, ningún país escuchó la recomendación; todos los números empeoraron y probablemente empeoren más», advierte Santiago Levín, psiquiatra y expresidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA).
Levin. «Ningún país escuchó a la OMS;
todos los números empeoraron.»
Stolkiner. «El duelo más profundo es porque la vida como era no va a volver a ser.»
Corral. Niños, adolescentes, ancianos
y mujeres, los grupos más afectados.
Duelos complicados
El hecho de que las personas hayan visto trastocadas sus vidas en muchos sentidos a causa de la pandemia lleva a pensar que los efectos sobre la psiquis van a ser duraderos. Hay artículos científicos que ya comienzan a hablar de los duelos traumáticos de los niños menores de 18 años que perdieron a sus padres por COVID-19. A nivel local, se estima que más de 13.000 chicos menores de 18 años perdieron a su papá, a su mamá o ambos a raíz del virus, de acuerdo a un estudio publicado en The Lancet.
«Recordemos que el ritual del duelo cumple un rol fisiológico. Los seres humanos a lo largo de la civilización no hemos abandonado nuestros rituales de despedida de la persona fallecida. Este proceso, de acuerdo a cada cultura, empieza con un velatorio y esto la pandemia lo cercenó; no se pudo tener ese último estrechón de mano, el abrazo, además las personas se enteraban por teléfono del fallecimiento. Se espera entonces que esa situación favorezca el duelo complicado que, por su gravedad o duración, excede lo esperado», advierte Marcelo Cetkovich, psiquiatra y vicepresidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras (AAP).
«Los duelos fueron por pérdidas de seres queridos o significativos, pero también el duelo es por los proyectos, por imágenes de uno mismo, por cosas deseadas y casi diría que el duelo más profundo es porque todos sabemos que la vida como era no va a volver a ser, esto tiene una parte de duelo y de reorganización, hay un esfuerzo adaptativo constante que la sociedad está haciendo, y es un proceso que no puede ser tan estandarizado, cuando se trata de una cuestión traumática colectiva hay una parte de ese procesamiento que se hace a través de la cultura, de los discursos, de cómo se va incorporando o no lo que pasó en la vida cotidiana. Es importante no transformar en patología lo que en realidad son procesos de sufrimiento que hacen a la vida y a las condiciones de vida de las personas, porque muchas de ellas tienen capacidad de afrontamiento sin necesidad de una intervención terapéutica», subraya Stolkiner.
Pedir ayuda
Muchas veces cuando se habla de las emociones o reacciones de las personas frente a determinadas situaciones traumáticas es común caer en la banalización de ciertos términos, adjudicando etiquetas que lejos están de definir la situación real. Estar triste no es estar deprimido, la depresión es una enfermedad que necesita atención médica, para lo cual lo primero que se necesita es advertirla.
«La mayoría de las reacciones frente a la adversidad son pertinentes y hasta sanas. Los eventos como la pandemia de coronavirus, la primera pandemia de la era digital, con sus restricciones, pérdidas, incertidumbre, alarma y la infodemia agregada ocasionan afectos angustiantes que podemos considerar esperables y normales. Un poco de ansiedad, un poco de insomnio ocasional, no justifican una consulta ni la toma autoindicada de un psicofármaco (ver recuadro), pero cuando el sufrimiento es difícil o imposible de sobrellevar, cuando los síntomas se salen de lo aceptable o tolerable por el sujeto que los padece, cuando quienes conviven o conocen a la persona observan grados altos de sufrimiento, es el momento de consultar», sostiene Levín.
Aislamiento social. Muchos adultos mayores perdieron vínculos con el exterior.
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Actualmente, la atención en salud mental está atravesada por una demanda excesiva producto de la pandemia y la atención se ve demorada incluso para poder hablar por primera vez con un psicólogo. Tal vez una salida sea pensar la atención de forma comunitaria y menos centrada en lo que sucede puertas adentro de un consultorio.
«He participado de experiencias donde se trabaja con grupos de admisión, las personas eran citadas y recibidas grupalmente, se escuchaba el problema y se decidía la derivación, no existía una lista de espera, como se observa hoy donde le dicen a la persona que venga dentro de dos meses. Lo que se veía era que mucha gente que llegaba al grupo se quedaba durante dos o tres reuniones y luego se iba con la sensación de que aquello por lo cual consultó había sido superado. Lo que nos falta como estructura en salud mental –concluye Stolkiner– es un armado mucho más basado en la atención social-comunitaria y en los primeros niveles».