4 de mayo de 2022
El conflicto bélico en el Este europeo intensifica la disputa histórica por la hegemonía entre las grandes potencias. Unipolaridad versus multipolaridad.
Lugansk. Artillería ucraniana en una zona de fuertes enfrentamientos con grupos independentistas prorrusos, a comienzos de marzo.
STEPANOV/AFP/DACHARY
La Corporación RAND es un instrumento de la Secretaría de Defensa y las fuerzas armadas estadounidenses. Su nombre quiere decir investigación y desarrollo (Research and Development). Se presenta como un «laboratorio de ideas» y advierte que se trata de «una organización sin ánimo de lucro», pergeñada tres años después de la Segunda Guerra, en 1948, con la URSS como objetivo. El mundo cambió. Pero no el enemigo. En mayo se cumplen dos años desde que salió a la luz un informe en el que califica a la economía rusa como «vulnerable» y aconseja, como en un vademécum, sanciones económicas y políticas; aumento de la capacidad europea para aprovisionarse de gas, sin depender de Rusia; atención a la producción energética de EE.UU. y la importancia de la «emigración de mano de obra calificada y jóvenes bien educados» para incidir perjudicialmente en el desarrollo ruso. La mención a un eventual conflicto bélico es tangencial. El trabajo se denominó «Sobreextender y desequilibrar a Rusia». Sin rodeos. Una descripción de llamativa trasparencia sobre un acecho anunciado. Avanza sin cortapisas en el preludio de una guerra que se describe a partir de los ataques y las bajas humanas y, también, en base a los relatos más sesgados, más allá de las consabidas dobles varas.
El mundo se vio trastocado con la ofensiva militar rusa en Ucrania, el 24 de febrero. Un verdadero drama humanitario que se expresa en miles de civiles fallecidos y en los más de 4 millones de ucranianos que debieron emigrar hacia otros países según datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). Las cifras del éxodo son solo comparables con las de la Segunda Guerra Mundial.
La guerra en el este europeo no comenzó cuando las fuerzas rusas iniciaron su acción sobre territorio ucraniano. Tampoco cuando 20 días antes el presidente chino, Xi Jinping, recibió a su par ruso Vladímir Putin en la jornada inaugural de los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing y proclamaron una estrategia común a la que consideraron «una amistad sin límites» y calificaron como «más profunda que cualquier alianza política o militar desde la época de la Guerra Fría» en aspectos como espacio, cambio climático, inteligencia artificial e internet. No mencionaron la guerra, estaba implícito.
Claro que esta guerra tampoco se inició la noche del 21 de noviembre de 2013, cuando se sucedieron las protestas en Ucrania que derivaron en la llamada Revolución de la Dignidad, un golpe propiciado por EE.UU. y la OTAN, que derivó en el derrocamiento de Víktor Yanukóvich y la asunción de un Gobierno de derecha con raíces filonazis entroncadas en grupos que vindicaban al colaboracionista nazi Stephan Bandera. Por esos días de 2014, entre otras fechorías, incendiaron la Casa de los Sindicatos en Odesa quemando vivas a medio centenar de personas.
Beijing. Vladimir Putin y Xi Jinping durante la reunión que mantuvieron en febrero.
DRUZHININ/AFP/DACHARY
Restaban años para que Volodímir Zelenski, aún en su rol de actor y humorista, rodara un video en el que se burlaba sin compasión de la clase política ucraniana. Restaban días para que se resolviera la crisis de Crimea (marzo de 2014), con la proclamación de la independencia y su posterior incorporación a Rusia; como así la ofensiva de Kiev sobre Donetsk y Lugansk, lo que desataría la Guerra del Dombás, con sus hitos en los acuerdos de Minsk I y II (que Kiev nunca puso en marcha), y mucho más reciente, 48 horas antes de iniciar las acciones bélicas, cuando Putin reconoció la independencia que habían declarado esos territorios prorrusos.
Para algunos analistas, incluso, el germen de esta guerra que promete cambiar las asimetrías en el mundo estaría antes de los episodios de 1991 que desembocaron en la disolución de la URSS en 15 estados. Entre ellos, Ucrania.
Y aunque todos los sucesos exceden a sus propios antecedentes, este conflicto se diferencia porque, lejos ya de la Guerra Fría y la Caída del Muro, acerca dramáticamente a la humanidad al peligro termonuclear y sucede cuando aún no acabó una voraz pandemia que acentuó flagelos mundiales como el hambre, la concentración de la riqueza, la crisis socioambiental y la colosal interacción del capital financiero y la industria militar.
La trascendencia geopolítica está dada por sus actores y escenarios. El analista Rubén Darío Guzzetti relaciona la ambición de controlar Ucrania por parte de la OTAN con un postulado expresado por el geógrafo inglés Hartford Mac Kinder a principio del siglo XX: «El que controle el continente euroasiático dominará el mundo».
Visiones enfrentadas
Este conflicto, que es una tragedia humanitaria como toda guerra, se da, entonces, en un contexto muy particular que lleva a intentar desmenuzar los reales motivos que lo generan y cómo será afectado el orden mundial.
Por caso, el exsenador Eric Calcagno afirma que «no es una guerra ideológica. Tanto Rusia como Ucrania y la OTAN tienen un sistema económico capitalista. No hablamos de si unos pelean por el socialismo y otros por el capitalismo. La incompatibilidad muy grande es que Occidente está librando la guerra en base a la weltpolitik, concepto de política mundial surgido de Alemania a finales del siglo XIX. Una visión del mundo, por caso, en la que todos los países deben ser democracias liberales de libre mercado… Es establecer un parámetro. En cambio, Rusia lo hace en base a la realpolitik. Es decir, no metas misiles cerca de mi país, como hizo Kennedy con Cuba en los 60. Occidente quiere mantener el dominio mundial. Rusia, China e India piensan en la multipolaridad. No quieren conquistar el mundo. Pero ese liderazgo de EE.UU. está en disputa, no solo económicamente: los famosos misiles hipersónicos que tienen chinos y rusos, EE.UU. no los tiene».
Zelenski. El presidente ucraniano reclamó más ayuda militar de Occidente, en marzo.
AFP PHOTO/UKRAINIAN PRESIDENCY PRESS OFFICE
La analista internacional Telma Luzzani advierte que se llegó a un punto de extrema «peligrosidad» por el incremento de la intromisión de la OTAN en el conflicto. El viaje de Boris Johnson a Kiev prometiendo mayor apoyo bélico es apenas un botón de muestra. Por su parte, Stella Calloni reflexiona en la misma dirección: «Estaban preparando una frontera en el este para atacar a Rusia». Recuerda la nefasta historia de «los ejércitos secretos o no tanto de la OTAN, que cometieron miles de atentados y crímenes en Europa después de la Segunda Guerra, y no solo eso, sino que fueron partícipes clave en múltiples acciones, como la Operación Cóndor, coordinadora criminal de las dictaduras del Cono Sur en los 70 y 80».
Por supuesto que lo que está en la mirada de todos los analistas es qué ocurrirá a corto plazo y cómo se vislumbra el tablero mundial. Qué va a definir esta guerra, más allá de su resultado final. Y cuál será el rol de China en ese contexto.
Hay muchas visiones. Como la del académico británico, proucraniano, Taras Kuzio: «China está muy feliz. El declive de Rusia significa su ascenso». Calcagno lo refuta, propone comprender que «China y Rusia son mucho más que amigos. Así como, siendo esquemáticos, la ceguera de Estados Unidos empujó a Cuba a los brazos de la URSS, lo que están haciendo ahora es terminar de aplastar a la UE y empujar a Rusia a los brazos de China. China feliz y contenta. Y Rusia, también». Los chinos no especulan, como creen algunos, con la caída de su aliado: «Saben que después les tocaría a ellos».
El triángulo del poder
La jugada es riesgosa y más aún si se recuerdan otros conflictos históricos en los que se involucró Estados Unidos. Si bien en esta ocasión se instaló detrás del telón, intentando mover los hilos de los ejércitos europeos y puntualmente el ucraniano, le puede salir muy bien o muy mal: «Se llama la trampa de Tucídides, el general ateniense de la guerra del Peloponeso. Describe cómo Esparta recelaba del surgimiento de Atenas. Le ganó la guerra a Atenas, pero ambos quedaron tan débiles, que al final los macedonios se llevaron todo. ¿Es China la Macedonia del mundo?».
Sobre el rol de China, Luzzani considera que «tras la alianza total» de la cumbre Putin-Jinping, en febrero, con el tiempo se advierten disidencias. «Es el estilo chino: respetar el derecho de no injerencia. En ningún momento le quitó el apoyo. EE.UU. se sacó la máscara: el objetivo es desangrar a Rusia y luego ir por China. Es fundamental que Rusia no sea humillada. No les conviene: China ya es la segunda fuerza mundial».
Calcagno. «Está en juego si vamos a tener un mundo multipolar o unipolar.»
Calloni. La histórica intromisión de
la OTAN, factor clave en esta guerra.
Guzzetti. Vaticina que «va a haber
una transición de unos cuantos años.»
Luzzani. «EE.UU. se sacó la máscara: el objetivo es desangrar a Rusia.»
Este proceso de transición al mundo que se viene es visto por Guzzetti como «un intento del mundo anglosajón de recuperar el control». Vaticina que «va a haber una transición de unos cuantos años, la convivencia de dos sistemas financieros; uno controlado por el dólar, con los países que ellos manipulan (entre ellos, la Argentina); otro con una canasta de monedas con la presencia fundamental del yuan». Anticipa: «Tal vez se requieran varias guerras como esta». Desde el punto de vista militar, apunta que «en el proceso vivido en los últimos 40 años, sobre todo en los 90 cuando los EE.UU. se quedaron con el mundo en las manos, el surgimiento de China es el dato fundamental: ingresó con reglas de juego anglosajonas y empezó a cambiarlas. Y tendrá una presencia mayor».
Calloni recuerda a partir de su experiencia: «Es necesario indagar en la historia. Tras la caída de la URSS y el posterior renacimiento de la Federación Rusa hasta volver a instalarse como una de las grandes potencias, resurgió en paralelo la eterna conspiración de EE.UU., Gran Bretaña y de otros contra los rusos, en especial contra Putin».
La periodista menciona a un personaje clave en esta historia. El líder ruso basó su decisión de atacar Ucrania en «desnazificarla». Paradójicamente es acusado por Occidente de nacionalista, ultraderechista, expansionista y que su ambición es construir un nuevo imperio. Allí es cuando se manifiesta el concepto de «Russkiy mir» (Mundo ruso). Incluso desde la cátedra hay disidencias: por un lado se lo considera comprendido por la totalidad de la comunidad asociada con la cultura rusa (historia, lengua, tradiciones); por el otro, las fronteras demarcadas por Rusia, más Bielorrusia, Ucrania, Georgia y Kazajistán, entre otros, basado en lo que fue el imperio zarista creado por Catalina la Grande. Kuzio acusa a Putin: «Cuando volvió a ser presidente en 2012, creyó que pasaría a la historia como el agrupador de las tierras rusas, que incluyen a ucranianos y bielorrusos. El nacionalismo en Rusia se refleja en el zarista presoviético, que niega la existencia de los ucranianos».
Situación compleja
Calcagno, en cambio, reflexiona: «De Gaulle decía que más allá de zares, comunistas o en este caso la Federación Rusa, está el pueblo ruso. Eso permanece. Putin ejerce su liderazgo acorde con lo que el pueblo necesita. Es una guerra defensiva: no puede dejar que pongan más misiles en su puerta. Putin tiene una clara visión de las líneas rojas, está situado en tiempo y espacio, que es lo que sirve para ganar guerras. Los otros creen que son los elegidos por Dios».
«El operativo militar no fue tan sencillo como habían planeado los estrategas rusos», apunta Guzzetti. En efecto, se habla de que las tropas no están del todo preparadas, de atacar sin suministros adecuados, de no reconocer fallas de logística, abrir demasiados frentes, de deslealtades internas. Y de no tener plan B. «El bloque anglosajón viene armando las bandas nazis desde hace años. La situación del Gobierno ruso es compleja, va a tener dificultades internas y una crisis económica. Pero el solo hecho de haber desatado la guerra y estar desafiando el poder de la OTAN nos dice que ya no es el mismo mundo de los 90», añade Luzzani.
Alistados. Boris Johnson en un encuentro con tropas de la OTAN, en Tallin, Estonia.
PAJULA/AFP/DACHARY
Sobre el rol histórico de Putin, Luzzani rescata que llegó en 2000 con el plan de rescatar a la Rusia neoliberal sin dejar de lado el capitalismo. «Su frase –dice– fue “quien no extraña la URSS no tiene corazón, quien quiere restaurarla no tiene cerebro”. Soportó la provocación estadounidense de muchos años. Ahora su actitud es defensiva. Pero está rodeado y asfixiado: el golpe blando o “revolución de color” en Kazajistán, la situación en Georgia, las bases antimisilísticas en Polonia, el avance en Ucrania, los comandos neonazis en Dombás. Otra vez se erige en el salvador de Rusia evitando la segmentación».
En plena guerra, Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado de EE.UU., reconoció que su país tiene injerencia en laboratorios de armas biológicas en territorio ucraniano, cuyo contenido Washington ocultó por años: el reconocimiento obligado llegó cuando la prensa occidental se refería a esas fábricas como «una colaboración científica con Alemania para estudiar aves, murciélagos y reptiles enfermos». Otro ejemplo de los tiempos de las fake news y de lo complejo que es inmiscuirse en la verdad. Lo muestran también el episodio de Bucha o el de la estación de tren de Kramatorsk, en los que la prensa hegemónica acusa de horrores a Moscú, pero no trata del mismo modo el video que publica The New York Times (impensado de prorruso) mostrando a soldados ucranianos masacrando a militares rusos capturados. En esos episodios también se reflejan los tiempos modernos, la crueldad de la guerra, la doble vara mediática y, de algún modo, el mundo que se viene.