Informe especial

Detrás de las paredes

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Incertidumbre, insomnio, ansiedad. Aunque el 80% de la población está de acuerdo con la cuarentena obligatoria, la medida tiene innumerables consecuencias individuales y colectivas. El impacto de una pandemia que pone en evidencia desigualdades sociales, económicas y de género.


(Télam)

El SARS-CoV-2 no es un virus más, no solo por la escasa información que se tiene sobre él, sino también porque apareció en un mundo globalizado donde la única defensa confiable, por ahora, es permanecer lejos de los otros. Pese a las dificultades que supone el aislamiento social obligatorio, la mayoría de los argentinos consideran que quedándose en casa están contribuyendo a combatir el virus. Hay datos preliminares que muestran que más del 80% de la población concuerda con la medida y se siente parte del proceso de cuidado. Los más optimistas apuestan a que la pandemia dé lugar a un nuevo mundo, más solidario y equitativo. Esto todavía es una incógnita, aunque no hay dudas de que la humanidad no volverá a ser la misma.
El aislamiento sanitario obligó a muchas personas a entrenarse rápidamente en el uso de herramientas digitales para gestionar la vida diaria, no solo como una forma de resolver problemas sino también de permanecer conectados con la familia y los amigos. El impacto del aislamiento alcanza a todas las áreas de la vida social y sus consecuencias aún están por verse. Sin embargo, queda claro que no afecta a todos por igual. La pandemia desnudó, quizá como nunca antes, la enorme desigualdad a escala planetaria a la que muchos parecían acostumbrados.
Es bajo esta desigualdad que aparecen diversas maneras de atravesar el aislamiento social, cuyas características ya se comenzaron a estudiar. Por estos días, por ejemplo, se dio a conocer un informe realizado por la Comisión de Ciencias Sociales de la Unidad COVID-19 (MINCYT-CONICET) para el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación. El trabajo reveló que los problemas derivados del aislamiento son padecidos, sobre todo, por los grupos más vulnerables. Un ejemplo son las dificultades relacionadas con la alimentación y el abastecimiento de productos de necesidad básica y las derivadas de la discontinuidad de ingresos laborales de trabajadores informales.
«No es lo mismo cuarentenear para todo el mundo. Algo común para todos y todas es que se trata de una situación generadora de ansiedad y mucha incertidumbre. Además, esta pandemia tiene otra característica: se transmite en vivo y en directo, está sucediendo todo el tiempo, sin parar, esto le da un carácter más angustiante. Luego hay un corte que tiene que ver con las clases sociales, no es lo mismo para quienes tenemos la suerte de tener un techo y la heladera llena que para las personas que viven en barrios precarios, sin agua corriente, sin disposición de excretas, y que escuchan por la radio que tienen que lavarse las manos. El coronavirus también vino a mostrarnos la estructura injusta de nuestras sociedades, en todo el mundo», afirma Santiago Levín, presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos.
En la misma línea, Silvina Arrossi, socióloga, epidemióloga y doctora en demografía que se desempeña en el Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES/CONICET) apunta a las condiciones previas al surgimiento de la enfermedad. «La pandemia y el aislamiento se montan sobre una sociedad desigual. Por otra parte, las situaciones vinculares son complicadas. El interrogante es hasta qué punto el impacto psicosocial puede terminar siendo una barrera al cumplimiento del aislamiento. Por ahora, lo que se ve es que pese a las dificultades, más del 80% de las personas se ven contribuyendo a combatir el virus, se sienten parte del proceso de cuidado», indica.
Desde el CEDES realizaron la encuesta TIARA, cuyos resultados están siendo analizados. «Queremos saber qué está pasando con el trabajo, con el acceso a la salud, cuáles son los miedos y las preocupaciones, evaluar hasta dónde hay un malestar psicológico y cómo todo esto juega en función del aislamiento. Por otra parte, las personas no somos todas iguales, no tenemos las mismas estructuras psicológicas ni los mismos recursos afectivos para atravesar el momento», sostiene Arrossi.
Estos recursos se relacionan con lo que algunos especialistas denominan «inmunidad psíquica», es decir, la capacidad que tienen las personas de enfrentarse a las adversidades de la vida. «El contexto actual tiene esas dos dimensiones: amenaza al cuerpo y a la vida en su conjunto. En el campo psíquico nos encontramos con una inmunidad muy deprimida. La seguridad en la vida no es solo ingreso económico, sino contención afectiva, emocional, acompañamiento», manifiesta Emiliano Galende, médico psicoanalista y profesor consulto de la Universidad Nacional de Lanús.


Vidas precarias. La cuarentena afecta a los sectores menos favorecidos. (Juan Pablo Barrientos)

Para Galende, sería en los sectores urbanos concentrados donde el impacto psicológico está pegando más fuerte. «Las personas solas, con poca contención, están más expuestas a los terrores o pánicos que genera. Es en esta población donde van a surgir más problemas, que ya se están viendo: hay más crisis de ansiedad, depresiones, incumplimiento de la cuarentena, enojo, violencia; viven muy incómodos porque el aislamiento no solo refuerza la situación de soledad sino también la sensación de inseguridad en la vida, les cuestiona todos sus proyectos económicos de futuro», enfatiza.
Para Levín, el impacto en la salud mental será muy grande. «Esto tiene una fase aguda, que es lo que está pasando ahora: insomnio, episodios de angustia, episodios depresivos, se agudizan algunas de las patologías existentes, incluso la gente que no tiene ninguna patología vive más tensa, tiene pesadillas, tiene dificultades para dormir. La incertidumbre que siempre se defiende desde la intelectualidad es la incertidumbre filosófica, pero esta incertidumbre es distinta, tiene que ver con la propia supervivencia. Por eso, lo primero que hay que tener presente es que se trata de algo transitorio, es importante la dimensión temporal porque esta situación donde todos los días son domingo o miércoles provoca la sensación de que el tiempo se detuvo. Hay que recordar que esto tiene una fecha de finalización», subraya.


Arrosi. «La pandemia y el aislamiento se montan sobre una sociedad desigual.»

Galende. «Políticas que refuercen la dimensión solidaria, de acompañamiento.»

Levín. «El coronavirus muestra la estructura injusta de nuestras sociedades.»

Volnovich. «Los adolescentes se aíslan en exceso o se sienten invadidos.»

Vínculos al descubierto
Uno de los aspectos que cobra relevancia en estos días es la convivencia familiar. Así, se observa que en los hogares donde había situaciones de violencia previas, esta puede exacerbarse. Pero más allá de estos casos extremos, hay todo un clima que se vive puertas adentro de los hogares que merece atención.
«En general, sobre todo para los adolescentes, es complicado el aislamiento, porque están en un momento de lograr cierta independencia, de armar espacios de privacidad e intimidad, que se ve atacado por esta consigna de tener que estar todos en la casa, todo el tiempo, con los padres permanentemente. Esto genera una situación reactiva: o se aíslan en exceso o se ven absolutamente invadidos y arrasados en su intimidad. Los chicos más chicos, en tanto, están en una suerte de paraíso, porque están con la mamá y el papá todo el tiempo en la casa, pero aun así todavía no sabemos cómo puede repercutir en ellos el encierro, los pequeños tienen un radar muy especial, son muy sensibles a las ansiedades, las angustias y a las cuestiones sociales, aunque parezca que no», señala Juan Carlos Volnovich, médico psicoanalista.


24 horas. La convivencia pone en primer plano las relaciones familiares. (3Estudio/Juan Quiles)

Por otro lado, para muchos padres y madres, estar en la casa y trabajar a distancia también implica una sobrecarga muy grande. «Esto se ve sobre todo en aquellos que tienen que seguir cumpliendo con las tareas domésticas, de crianza y teletrabajo. Por otra parte, en muchos hogares el aislamiento es una olla a presión que va a incrementar, en los casos donde ya había violencia, esta situación previa, y que va a ponerse en evidencia a través de mujeres golpeadas y femicidios», agrega Volnovich.
La manera en que las personas se vinculan cambió durante el aislamiento, pero esto no implica la ausencia total del otro. Sigue habiendo comunicación con los seres queridos: aunque no estén presentes, se sabe que se puede contar con ellos. El problema es cuando los otros no existen. «La angustia frente a la presencia de la muerte lleva a muchas personas a hacer más visible la necesidad de contar con los otros, ese puede ser un cambio cultural muy fuerte. Más allá de lo que pase con la economía, mucha gente se va a tener que replantear la vida personal en términos de tiempo y dedicación hacia los amigos, la familia, la formación de un colectivo social. Van a descubrir que la amenaza de la soledad es muy fuerte. Todas las políticas que refuercen la dimensión solidaria, de acompañamiento, son buenas. Creo que va a haber que revitalizar los clubes barriales, las sociedades vecinales, de jubilados –concluye Galende–, todos los dispositivos culturales disueltos por el individualismo».

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