Opinión

Washington Uranga

Periodista, docente e investigador

Discursos de odio

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A la derecha de la pantalla. Viviana Canosa y Ángel «Baby» Echecopar.

Los medios –así llamamos a lo que en realidad son corporaciones mediáticas– son escenarios de construcción de sentidos que formatean la mirada de las audiencias e inciden en sus subjetividades a la medida de los intereses que operan desde bambalinas, controlando la propiedad de las empresas dedicadas a la comunicación o ejerciendo sobre ellas influencias tales que condicionan de manera significativa sus contenidos. Hoy son la expresión cultural y comunicacional de corporaciones complejas que disputan el poder en todas las sociedades y que para hacerlo operan también articulada y simultáneamente en el nivel económico, político e institucional.
El «discurso del odio» que emerge en las multipantallas es una estrategia de lectura que los sistemas de poder instalan en los espacios de la cultura y la comunicación a modo de sentido totalizador que todo lo explica. Son enunciaciones movidas en la mayoría de los casos por intenciones espurias, que pretenden la exclusión y la discriminación de ideas y personas y/o actores, y/o grupos sociales. Son manifestaciones que rechazan la mayor parte de los valores de convivencia propios de la institucionalidad democrática; discriminan a través de la ofensa, resaltan el individualismo y subestiman lo colectivo. A su sombra, la política se presenta apenas como un enfrentamiento solo basado en intereses personales, argumentado en base de prejuicios y estereotipos, al margen de las ideas y de la vida cotidiana y, en la mayoría de los casos, ajena a la veracidad informativa de los hechos.
Los discursos de odio reproducidos en el sistema corporativo de medios de comunicación y amplificados y multiplicados de manera exponencial  por las plataformas digitales y las redes sociales son una herramienta para conseguir más tiempo de permanencia en la página web, incrementar la participación en los foros de internet o el número de lectores, pero también para atraer adhesiones y votantes.
El sistema comunicacional no refleja ni la complejidad ni la diversidad de lo social, fabrica estereotipos y maximiza las diferencias para construirlas como conflictos de inevitable superación que obligan a optar por uno u otro extremo. Es el recurso a la simplificación que priva a las audiencias de información y de argumentos impidiendo apreciar la complejidad de los hechos y comprender por fuera de los antagonismos los estereotipos y las disputas.  
En esa estrategia, las noticias (muchas de ellas falsas aunque también algunas verdaderas, pero de presentación sesgada) pretenden condicionar la subjetividad de un «nosotros» colectivo para que se autoperciba como víctima sometida a un otro supuestamente «superior», ese sí protagonista histórico, político y cultural moldeado y validado desde los poderes. Los discursos de odio dañan la dignidad en el presente, pero todavía más el futuro cuando logran enraizarse en el imaginario colectivo, moldean subjetividades, se convierten en opiniones tomadas como obvias verdades y fungen como criterios éticos, epistémicos y políticos.
El «discurso del odio» es la metodología y «la grieta» su resultado. Se les hace frente con la veracidad informativa, la asociación en red y la solidaridad colectiva.

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