Opinión

Martín Burgos

Investigador del CCC

Transición hegemónica

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Exportaciones. Vehículos chinos listos para embarcar en el puerto de Yantai, provincia de Shandong.

Foto: AFP/DACHARY

La relación entre Estados Unidos y China es uno de los ejes sobre el cual se está configurando gran parte de la economía y política a nivel mundial. Ya quedaron lejos las interpretaciones que le daban carácter simbiótico al crecimiento de China respecto de las necesidades de Estados Unidos, según las cuales este último generaba la tecnología que luego sería producida por el gigante asiático para aprovisionar de forma barata la sed de consumo de un sueño americano en declive. Luego de la crisis financiera de 2008, la perspectiva estadounidense giró alrededor de la forma en que se podía trasladar la crisis a China, cargando sobre sus espaldas la culpa por los desbalances globales y poniendo en discusión su política de tipo de cambio alto como lo hiciera con Japón en los Acuerdos de Plaza de 1985.
Hoy ha quedado claro que China no será parte del esquema global que Estados Unidos tiene en mente y se perfila como su sucesor en el liderazgo mundial si no se modifican las tendencias. Es en esa perspectiva geopolítica y militarista que deben mirarse los últimos pasos diplomáticos de Estados Unidos, donde la alianza estratégica militar llamada AUKUS firmada entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos el año pasado se articula con tratados anteriores como el acuerdo de Inteligencia Five Eyes firmado entre esos tres países y Nueva Zelanda y Canadá y el foro estratégico QUAD (Estados Unidos, Australia, Japón, India). La reciente visita de Nancy Pelosi a Taiwán en su carácter de presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos se convirtió en el punto más álgido de la relación entre China y Estados Unidos.
En ese marco geopolítico, la disputa económica que libran las empresas de ambos países por la tecnología es de primera relevancia, como ya quedó plasmado con Huawei y el 5G. Como lo analiza Gustavo Girado en su libro Un mundo made in China, la disputa no se limita a lo tecnológico, sino que también se da en la dimensión de las normas de todo tipo que rigen el comercio global, y que hoy son las que impone Estados Unidos. El freno a las inversiones chinas en la región, así como la disputa por los recursos naturales y los pasos logísticos clave (como el estrecho de Malaca, que une los océanos Pacífico e Indico) se volverán aún más virulentos y una muestra de su relevancia se dio en la pospandemia con la descoordinación de varias cadenas globales que generaron faltantes de insumos clave para la producción.
Es posible que los distintos conflictos económicos por venir generen modificaciones en los formatos de las cadenas globales de valor, ya que las empresas chinas suelen tener conexiones más estrechas con su Gobierno, cuando no son estatales. Esto implica otras formas de gestionar los proveedores y otros objetivos para la empresa, que muchas veces preferirá mejorar el abastecimiento de un producto hacia China que buscar una ganancia desprovista de perspectiva.

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