Informe especial | ENTREVISTA A JUAN VASEN

El algoritmo, los chicos y el deseo

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Facundo Báñez

En su último libro, el psicoanalista y especialista en psiquiatría infantil hace foco en ese ecosistema en el cual, a través del celular, el marketing digital rige y modela la vida de los más jóvenes.

En tiempos en que el algoritmo organiza el pensamiento y parece modelar nuestros deseos, crecen las dudas en torno al poder hipnótico que esa suerte de semidios oculto detrás de la pantalla ejerce sobre los más chicos. ¿Hay forma de protegerlos? ¿Y de protegerse? ¿Se puede evitar que su lógica de estímulos imparables perfile la conciencia de las nuevas generaciones? Estos y otros interrogantes resuenan en el último libro de Juan Vasen, psicoanalista y especialista en psiquiatría infantil y juvenil e integrante de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Bajo el título Generación algoritmo (editorial Noveduc), su trabajo hace foco en el desánimo y la ansiedad que atraviesa a esos pibes que, sobresaturados de datos, caen rendidos ante los influjos de la telaraña digital. Y lo más inquietante: describe una sociedad que, aunque nos parezca cotidiana, bien podría ser de ciencia ficción.

–En tu libro hacés referencia a la sociedad imaginada por Ray Bradbury en Farenheit 451 para hablar de la actual.
–Eso surgió de un paciente que vive en Estados Unidos: hace unos años quería vender su casa y llamó a una agente inmobiliaria. La mujer visitó la propiedad y vio que estaba todo bien, pero le dijo que, si quería venderla, tenía que sacar todas las bibliotecas porque a los norteamericanos no les gustaban. Yo pensé que era algo puntual de ellos. Entonces me puse a mirar revistas de arquitectura y comprobé que no había bibliotecas; menos, libros. Ahí vi una correlación con el mundo de Farenheit, donde la policía bombero quemaba libros. El modo de resistencia allí era un grupo en el que cada integrante se comprometía a memorizar un libro. Se podría decir que cada uno era un libro, ¿no? Entonces digo: qué distinto es ser en el libro que ser en el teléfono. Ya no soy en el libro, ya no soy en el mundo, como dice Heidegger. No, ahora soy en el teléfono. Una paciente reflexionaba y decía que la vida al final era una larga conversación con los padres. Creo que para los chicos de hoy es más bien un monólogo con las pantallas. Y ahí aparecen los algoritmos, que de alguna manera se incrustan. Si bien nuestra sociedad no tiene tanta presencia religiosa, como por ejemplo ocurre en India, el dataísmo actúa sobre nosotros como una religión. Es una religión.

–¿A eso te referís con el llamado «inconsciente digital»?
–Eso viene de (Byung-Chul) Han, que dice que la infocracia, es decir la lluvia de datos, termina impactando en las capas prereflexivas. La información se inscribe, se incrusta. El otro día, por ejemplo, una pareja me consultó por su hijo de siete años. El chico toda la vida jugó con cosas, con juguetes, con objetos. Pero un día un tío le regaló la Play y el chico empezó a jugar al Fortnite. Lo hacía en red, con sus primos. Jugaba cada vez más y los padres comenzaron a verlo más frenético, más nervioso, y cuando quisieron ponerle un límite fue un desastre. ¿Qué pasó ahí? Hay muchos factores que podrían explicarlo, pero está claro que algo de esa lógica del algoritmo se inscribió en ese pibe y en su deseo. Pensemos que todos los algoritmos están destinados a la retención: a retener al usuario el mayor tiempo posible y a cualquier costo. Y eso se potencia mucho más en chicos que, por una cuestión de edad, no tienen freno ni la posibilidad de acotar y concientizar. A eso llamo el inconsciente digital o la digitalización del inconsciente.

–¿Y ahí cuánto hay de deseo genuino y cuánto de algoritmo?
–Un chico tiene un deseo básico, que es ser grande. Ese es uno de los motores del juego. El algoritmo hace de ese deseo carne de clic. Clic, clic y clic. Sobre ese juego se monta toda una cantidad de propuestas, de seducciones y de estímulos que llevan ese deseo para el lado que la industria y el marketing quiere. Cuánto hay de deseo genuino y cuánto de algoritmo dependerá de cada situación, pero los dos hoy están presentes. El algoritmo está cada vez más presente marcando el derrotero del deseo.

–¿Se necesitan entonces más profesionales que sepan interpretar sus efectos?
–Está bueno entender qué es lo que pasa, porque la respuesta ya muy remanida es que todo es por la dopamina que dispara el neurotrasmisor de la satisfacción, pero las teorías de los neurotransmisores son siempre simplificadoras. Son esquemáticas. Creo que el desafío no es tanto pensar qué pasa en el cerebro. Sí me parece interesante que se hagan todos los estudios necesarios, porque de hecho algunos muestran cómo funciona el cerebro en situaciones de chicos que juegan mucho tiempo o en los que compiten. Pero para mí el desafío de hoy es más tranquilo, menos tecnológico. Es qué hacemos con chicos cuyo deseo está algoritmizado y retenido por la red de juego, marketing y demás, que es una red que no ofrece red. Es una red que no tiene manos. Es una red que deja caer. Y cómo se hace para regular eso.

–Entiendo que es más complejo si los adultos también estamos atrapados en esa red. ¿Cómo se hace?
–El celular está creado para el exceso. No fue diseñado para un uso racional, lógico, medido. No, está creado para el zafarrancho. ¿Cómo se hace? La única respuesta a eso es: tiempo. Hay que dedicar tiempo que desplace el chupete electrónico que antes era la tele y que ahora son los celulares, pero tiene que ver con tomarse el tiempo, porque si no es muy cómodo, muy fácil… Hay que interesarse, preguntar y conocer qué es lo que miran los chicos en las pantallas. Es una lucha que hay que dar. La ventaja que tenían los padres de antes era que existía lo que se llamaba el «hogar nido», es decir que cada casa tenía fronteras, aduanas, filtros. Hoy eso no sucede. No hay paredes. Las redes terminaron con las paredes. Entonces el trabajo de los padres actuales es mayor. Por eso es clave dedicar tiempo.

–Hablabas de las casas sin libros. ¿Pensás que las historias, la necesidad de contarlas y de escucharlas, también es algo que las nuevas generaciones pierden con el algoritmo?
–Aspiro a que ese deseo perdure. Sobre todo, que perdure la posibilidad de escuchar, porque escuchar e interactuar supone tiempo, tiempo que a todos nos falta. Filosóficamente, desde que somos mortales siempre nos falta tiempo.

–Pero ahora los cambios son más veloces y parecería haber menos tiempo.
–Es cierto. Hay una escena de Black Mirror en la que una chica está tomando café en un lugar donde todos tienen en su celular la posibilidad de puntuar las interacciones. Ella monta una escena donde aparenta disfrutar de su café, pero en realidad no disfruta de nada. Yo aspiro a que esa escena futurista algún día la podamos ver como hoy miramos una escena de Casablanca y en la película todo el mundo fuma. En algún momento dejamos de fumar. Bueno, aspiro a que en algún momento dejemos de estar todo el tiempo fumándonos los celulares y podamos arbitrar alguna manera de clavar el visto… ¿Por qué tenemos que responder todo el tiempo a todo el mundo? ¿Por qué no podemos clavar el visto? La tecnología y el imperialismo del marketing crean un mundo de consumidores. Entonces uno tiene que pensar: ¿yo quiero criar consumidores o quiero criar ciudadanos?

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