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Atrapados sin salida

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Ricardo Gotta

El 9 de enero de 2000 Ecuador dejó de tener moneda propia y desde entonces utiliza el dólar estadounidense. Recesión, desempleo, reprimarización y otros efectos de la medida.

Tiempo de crisis. Un libro de cuentas en el que se registraban pagos de agricultores en dólares, en diciembre de 2000, año clave para la economía del país.

Foto: Getty Images

Esa mañana aciaga de marzo de 1999. Bancos cerrados y cajeros automáticos que solo escupían la frase: «Disponible para retirar: 0 sucre». No importaba cuántos sucres hubiera en la cuenta.
Abdalá Jaime Bucaram usaba un sugestivo bigote estilo hitleriano: su mandato como presidente duró 5 meses y 25 días. En 1997, antes de ser destituido por «incapacidad mental», junto con su ministro de Economía, Pablo Concha Ledergerber, profesaron admiración por Domingo Felipe Cavallo y la convertibilidad, hermana menor de la dolarización (con efectos igual de controversiales). «Mingo» daba charlas bien remuneradas en un Ecuador con pobreza del 17%, inflación en alza y dólar a 5.000 sucres.
Jamil Mahuad, menos estrafalario que Bucaram, llegó al Palacio de Carondelet en agosto de 1998. Inflación desbordada y valor del petróleo planchado: junto con el cacao y el banano, sustenta la economía de un país siempre al filo del bimonetarismo. Los ministros duraban un suspiro. Lucía Armijos sobrellevó la crisis de ese marzo de 1999. Aquella mañana aciaga, de sistema financiero colapsado y de un feriado bancario que duró cinco días. Delegados del FMI bajaban a diario en el aeropuerto Mariscal Sucre de Quito con proyectos de dolarización. Era un Ecuador propicio para ser laboratorio. La presión fue avasallante. El Gobierno, impotente, congeló los depósitos durante un año.
La crisis impuso a Alfredo Arizaga González como ministro. Cercano a «Mingo». Cuando el dólar llegó a 26.000 sucres, llamó al FMI: requirió 6.000 millones de billetes yanquis como salvataje. ¿O el doble? El 9 de enero de 2000, el sucre se convertía en papel ajado. En un rayo, devaluación, recesión, desempleo, salarios de miseria, consumo comprimido, pobreza.
Una fugaz reacción fue liderada por Antonio Vargas Huatatoca, de la célebre Confederación de Nacionalidades Indígenas. Se sumaron grupos sociales. Y en semejante desbarajuste se produjo una inopinada alianza con un sector de las Fuerzas Armadas y Carlos Solórzano, un extitular de la Corte. La dolarización llevaba solo 12 días. Soplaron fuerte y cayó Mahuad. Sin embargo, el golpe tuvo su contragolpe: el poder real activó el mecanismo y el Congreso impuso al vice, Gustavo José Noboa.
En la siguiente medición uno de cada tres ecuatorianos era pobre. La inflación alta perduró un par de años. Se profundizó la desindustrialización y la reprimarización. Era mucho más provechoso importar que producir. «La dolarización fue tomada por las elites para su beneficio, en desmedro de las clases populares», sentenció la CELAG en un documento.

23 años no son nada
Hoy, el presidente Guillermo Lasso teme que le explote la bomba de 46.000 millones de dólares de deuda externa. El 15 de octubre habrá balotaje: pugnarán la correísta Luisa González Alcívar y el representante de la derecha, Daniel Noboa Azín, quien sí se admite como hijo del poderoso empresario Álvaro Noboa Pontón, pero busca laberintos cuando lo relacionan con Gustavo Noboa Bejerano, el primer heredero de la dolarización.
Hoy, el 56% de la población (18,4 millones) es pobre y la indigencia roza la sexta parte. El 16% es desocupado. El 48% no supera el salario mínimo: 450 dólares. La canasta básica ronda los 800 dólares. El consumo cayó a niveles extremos y la inflación anual es de arriba del 30%: dependió siempre de la de Estados Unidos; es un par de puntos superior. El índice de riesgo país de la región es liderado por Argentina: le siguen Ecuador, El Salvador y Panamá. Nada casual: tres experimentos dolarizantes.
Gabriel Puriccelli (politólogo argentino del Laboratorio de Políticas Públicas) explica que la dolarización fue «motivada por una inflación galopante, asociada con inestabilidad política; la única solución que encontraron fue drástica. La estabilidad no fue inmediata, pero luego perduró hasta la “muerte cruzada” de Lasso. A la gente, de algún modo, le organizó la vida». Admite que destruyó el trabajo, el salario y que generó pobreza. Su colega Jaime Carrera asegura: «Trajo estabilidad, pero los aspectos negativos se evidenciaron en la incapacidad de mantener tasas de crecimiento económico. Se exige una férrea disciplina fiscal». Dicho de otro modo: imposibilita cualquier fórmula de distribución de ingresos y políticas sociales igualitarias.
Puricelli agrega que «agotado el efecto inicial, la dolarización coexistió con un dólar atado fuertemente al precio de las commodities. La industria de Ecuador es muy pequeña», por lo que es inapropiada la comparación con Argentina, donde «es clave mantener la soberanía de cambio». Subraya: «Igual que con la convertibilidad, al perder el manejo del tipo de cambio o tenés una férrea capacidad fiscal o te endeudás».
La pandemia es un ejemplo emblemático: Ecuador debió salir a pedirle dinero urgente al FMI para hacerse cargo de la crisis.

Ni Correa lo hizo
«La dolarización es la institución más popular en Ecuador»: la frase cobró estado de leyenda. Hoy sigue teniendo amplia adhesión: la estabilidad conlleva «tranquilidad» y «previsión», elementos que influyen en el ánimo positivo. La memoria colectiva quedó asociada al efecto inicial, aunque el sistema representa un corsé del cual es difícil salir. No sirve como promesa de campaña: las ocho alianzas que participaron de la primera vuelta guardaron sus posturas al respecto bajo siete llaves. «La dolarización es como la convertibilidad, un tema escabroso. Todo el mundo sabe que hace daño, pero como es popular, nadie la critica», añade Puricelli.
Para intentar revertirla, haría falta un nivel de popularidad y legitimidad muy grande. De hecho, Rafael Correa, en sus diez años de mandato, no pudo implementar una política en tal sentido. Sí, generó cambio de estructuras en el Banco Central (control del circulante y de depósitos) y duplicó el gasto público, pero las críticas opositoras arreciaron sin tener en cuenta los números económicos positivos. Desarmar la maquinaria, sin grandes daños colaterales, no parece factible.
Pasó casi un cuarto de siglo. «Muchos ni siquiera recuerdan el shock fatídico producido en un país cuya economía ya estaba en el subsuelo. Ni el correísmo pudo con la dolarización, aunque activó la economía como ningún otro Gobierno. Ahora retornamos a ese país del subsuelo, el más inseguro de la región».
Thiago M. H. es economista y funcionario de un banco en Guayaquil. No es un detalle menor su pretensión de reserva de identidad. Un importante dirigente opositor también lo requirió: «Con solo mencionar la desdolarización podría haber un cimbronazo en las encuestas». Coincide, de todos modos, en que «la entrada a la dolarización fue traumática y la salida podría ser catastrófica».
También asegura que «la dolarización es una invitación al narcolavado».
En el mismo sentido, Diego Borja, exministro de Economía (2006), crítico del correísmo, afirma que la dolarización es «un tremendo atractivo para las economías delincuenciales como el narcotráfico, tráfico de personas, de órganos, de armas». ¿Será la explicación por la que Ecuador se convirtió en uno de los países más inseguros de la región?
Otra trampa. No solo la desigualdad, un viejo problema estructural, que se consolida día a día en un país eminentemente importador. Un país en el que circula otra leyenda: «El principal producto de exportación del Ecuador es su fuerza de trabajo». La migración de ecuatorianos al mundo, otra lacerante curva ascendente.

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