Informe especial | CHINA DESAFÍA A ESTADOS UNIDOS

Fortaleza oriental

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Alberto López Girondo

El país asiático se acerca al liderazgo mundial en base a una economía vigorosa, un creciente poderío tecnológico y militar y el respaldo de su cultura milenaria.

Xi Jinping. Presidente desde 2013, declaró al renacimiento de la República Popular como «un proceso histórico irreversible». (Fong/AFP/Dachary)

El nombre con que los chinos designan a su país, zhongguo (中国), significa imperio o país del centro. Las élites de Estados Unidos se jactan de ser herederas de una nación excepcional que tiene la obligación moral de llevar al resto del mundo sus valores democráticos. Qué mejor ejemplo para ilustrar eso que se llama Trampa de Tucídides, por el historiador griego del siglo de oro ateniense, que reflejó la inevitabilidad de un enfrentamiento bélico entre una potencia en retirada y una emergente que busca su lugar bajo el sol. Con un agregado: desde la crisis financiera de 2008, y sobre todo con la pandemia, se aceleraron los plazos para ese «choque de planetas» entre una civilización oriental y otra occidental. El paso de Donald Trump por la Casa Blanca no hizo sino desnudar el temor del establishment estadounidense por el futuro, al punto que desató una guerra comercial que Joseph Biden no parece dispuesto a desarticular y podría ser la antesala de una guerra en todos los terrenos. En la última cumbre del G7, en el Reino Unido, el sucesor de Trump conminó a los líderes de los países más ricos de Occidente a poner el foco en frenar el avance de China en todos los ámbitos.
Para interpretar los pasos que da Beijing, sin embargo, los sinólogos recomiendan no perder de vista de que se trata de una cultura que durante gran parte de sus 4.000 años de historia fue la más avanzada y rica de la humanidad. Y recurren al ejemplo de los juegos de tablero más representativos en ambos hemisferios terrestres, uno cultor del ajedrez y el otro del go (wéiqí), nacido en China y popularizado desde Japón. La esencia del ajedrez consiste en elaborar estrategias para derrotar al rey contrario o al menos lograr que se rinda. En el go, en cambio, se trata de rodear territorialmente al adversario, dejarlo sin grados de libertad hasta que no se pueda mover. No se trata de eliminarlo. Antiguamente una partida podía durar días, aunque a medida que se fue profesionalizando se establecieron reglas más estrictas. Pero se recuerda una partida entre Honinbo Shusai y Karigane Junichi en 1920 que se desarrolló durante 20 jornadas.
Para Gustavo Girado, director del posgrado sobre Estudios en China Contemporánea de la Universidad Nacional de Lanús, «el camino de China no es plantearse como potencia, no trata de convertirse en un hegemon tal cual lo padecieron en los últimos 200 años». Y lo ejemplifica así: «La intervención militar, la fuerza para hacerse de mercados y el cañoneo permanente de los puertos de aquellas economías más cerradas han demostrado cuál es la actitud imperial». De eso conocen por las invasiones británicas, portuguesas y en el siglo XX, de Japón.
Silvina Romano, investigadora del CONICET e integrante del Área de Estudios Nuestroamericanos del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, explica que la pauta del rol global del gigante asiático lo da esa guerra económica impulsada por Trump que en el fondo tenía como base una guerra tecnológica. «Muy rápidamente China se puso a tiro con el desarrollo de nuevas tecnologías sobre todo en lo militar, algo que no se esperaba tan rápido, en la carrera del espacio y en esta articulación entre lo digital a nivel seguridad y la posibilidad de control de todo lo que sea telecomunicaciones».

Fábrica. Trabajadores producen chips LED en Huaian, provincia de Jiangsu. (STR/AFP/Dachary)

Zonas de influencia
Es que el desarrollo a todos los niveles de la que actualmente es la segunda economía del planeta fue explosivo por varias décadas a partir de las reformas económicas de Deng Xiaoping en 1979, y de ser el taller del mundo sustentado en mano de obra barata se convirtió en productora de tecnologías más sofisticadas, como la plataforma 5G de comunicaciones.
Fue Trump quien apuntó todos sus cañones a empresas chinas de alcance internacional y fundamentalmente a Huawei, a la que en todo el mundo califican como la más avanzada en esa nueva tecnología. En su cruzada recibió apoyo de países europeos, aunque ya muchos habían cerrado tratos con la firma asiática. Es así que Boris Johnson prohibió a Huawei participar en licitaciones para 5G haciéndose eco de la acusación de Trump de que era un instrumento de vigilancia para Beijing. La Unión Europea por ahora se resiste a las presiones.
Pero China también se ofrece como alternativa para el desarrollo de países de su región de influencia, a través de organismos que actúan como contraparte de los surgidos de la Segunda Guerra Mundial, como la Asociación Económica Integral Regional (RCEP por sus siglas en inglés), un acuerdo de libre comercio entre los diez estados miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) y Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda. O la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), junto con Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán. Nada menos que el 40% de la población mundial y el 60% del PIB global. Eso sin olvidar el megaproyecto de la Ruta de la Seda, una propuesta global que avanza por tierras y mares y a la que Argentina pretende sumarse.

Hong Kong. Manifestantes contra la nueva ley de seguridad nacional en ese territorio. (Wallace/AFP/Dachary)


No es osado decir que la pandemia no fue obstáculo para las empresas radicadas en el gigante asiático y cada vez hay más certezas de que el oriente milenario está a las puertas de recuperar su papel de centro del mundo, como lo fue durante milenios.
Durante el 2020, China fue el único país que mostró crecimiento económico positivo, cierto que de un magro 2,3%. Pero el año anterior el PIB había crecido 6,1% contra 2,2% de EE.UU. en 2019 y un promedio aún menor para el resto de las mayores economías. El PIB mundial del año pasado ubica en primer lugar a EE.UU., con unos 19 billones de dólares y segundo a China, con 13 billones, citando números redondos. El tercer lugar no lo ocupa un país sino una organización monetaria, la zona euro, con 12 billones. El cuarto lugar lo ocupa Japón, con unos 5 billones de ingresos totales y el quinto, Alemania, con 4 billones.
Un tema que alerta a los estrategas estadounidenses es que durante la primera ola de la pandemia, China fue el gran proveedor de insumos médicos de Europa y hasta EE.UU., del mismo modo que ahora colabora con vacunas, lo que le permite ir ocupando espacios de legitimidad en países de África y de América Latina, donde desde hace décadas ya es un jugador económico importante.

Centenario. Una mujer y una niña observan una exposición fotográfica con motivo de los 100 años del Partido Comunista chino, en Beijing. (Zhao/AFP/Dachary)

Cambio de época
«Una gran parte del empresariado, los sindicatos y el pueblo estadounidense se mantiene gracias al intercambio comercial con China, pero industrialmente los ha sobrepasado. Y en tecnología de punta también», sostiene Mariano Ciafardini, doctor en Ciencia Política y analista en el Instituto Argentino de Estudios Geopolíticos (IADEG).
«Estamos ante un cambio de época –aventura Ciafardini–. Lo que está en decadencia no es EE.UU. como nación sino el capitalismo como sistema y EE.UU. está pagando los costos de ser el país que sostiene el sistema». Para el autor de Globalización. Tercera (y ultima) etapa del capitalismo, frente a esa decadencia está surgiendo una versión del socialismo «que no es el exactamente como soñábamos en los 60 o 70, sino un socialismo que viene de la mano de un fenomenal desarrollo de las fuerzas productivas y aprovecha instrumentos del capitalismo para desarrollarse».

Ciafardini. «Lo que está en decadencia no es EE.UU. como nación sino el capitalismo.»

Girado. «El camino de China no es plantearse como potencia.»

Romano. Analiza la influencia de la guerra económica iniciada por Trump.

NG. Disímiles miradas sobre derechos humanos, en Oriente y Occidente.


«China sigue los mecanismos de cooperación que nominalmente se plantean en las instancias multilaterales desde la Segundan Guerra hasta acá –añade Girado–. Pero el mundo post Breton Woods es el que está siendo cuestionado por China. Y eso la convierte en vocero de países en desarrollo porque ahí es donde tiene mayor cantidad de adhesiones: proponen cooperación y hasta plantean transferencia tecnológica, cosa que en Occidente no se consigue. Un préstamo de China no tiene las mismas condicionalidades que uno del FMI o el Banco Mundial», concluye el autor de ¿Cómo lo hicieron los chinos?.
Hay pocas dudas de que la cuestión que más puede preocupar a los ciudadanos de a pie de todo el planeta es si la sangre puede llegar al río entre EE.UU. y China. Por más que haya una gran diferencia de armamento de alta letalidad, como artefactos nucleares, en favor del mundo occidental, la nación asiática tiene hoy día los recursos humanos y materiales como para ponerse al día si lo necesitara.
China ya no se queda callada. Lo demostró en el encuentro de cancilleres que se desarrolló en Alaska a mediados de marzo, ante las frases altisonantes de los representantes estadounidenses. «Estados Unidos debe entender y ver el desarrollo de China objetiva y racionalmente. (…) debe trabajar con China en un nuevo camino de coexistencia pacífica y cooperación de ganar-ganar, (…) debe respetar y tolerar el camino y sistema que China ha elegido de manera independiente, (…) debe practicar el multilateralismo en un sentido real». El quinto ítem dice que «Estados Unidos no debe interferir en los asuntos internos de China», recomendó el canciller Wanh Yi.
Al celebrar el centenario del PCCh, Xi Jinping fue más crudo: «El tiempo en que el pueblo chino podía ser pisoteado, en que sufría y era sometido, ha terminado para siempre (…) El gran renacimiento de la nación china ha entrado en un proceso histórico irreversible».
Desde el otro lado del océano, la postura de Joe Biden sobre su competidor más inmediato y perseverante mantiene la estrategia pergeñada en tiempos de Trump, aunque con modos menos estentóreos. «China no se convertirá en el país líder del mundo, el país más rico del mundo y el país más poderoso del mundo… ante mi mirada».