26 de julio de 2024
Incentivar el racismo cultural es, según el sociólogo, un plan deliberado para encauzar el malestar social contra un chivo expiatorio. La selección, la vicepresidenta y las trampas ideológicas.
El festejo de la selección argentina por el triunfo en la Copa América quedó en segundo plano. El canto que Enzo Fernández publicó en su cuenta de Instagram poco después del partido con la selección de Colombia expuso una situación que recién se volvió patente cuando jugadores franceses la señalaron como un acto de racismo y homofobia. Deporte y política se asociaron además en las expresiones discriminatorias con las intervenciones del presidente Javier Milei y de la vicepresidenta Victoria Villarruel.
Ezequiel Ipar observa que la condición de Enzo Fernández como figura pública «potencia y extiende» el mensaje racista. «Pareciera entonces que autoriza y vuelve normal e incluso valioso ese uso del lenguaje porque lo dice alguien que no es político, y lo dice supuestamente para divertirse, sin cálculo, lo que amplía la base para su legitimación», destaca el sociólogo, investigador del Conicet y coautor del libro Discursos de odio. Una alarma para la vida democrática. El episodio «genera además mucha confusión para las políticas públicas y para los movimientos sociales, y para las víctimas el hecho de que el difusor del racismo sea una figura de prestigio es mucho más angustiante y desconsolador que si lo dijera una persona por la calle».
«Si digo que el problema es que tus padres vienen de Angola y refiero al color de tu piel qué pretendés, eso es racismo sin discusión y sin ambigüedades.»
–Hubo voces en defensa de Enzo Fernández que valoraron el pedido de disculpas que hizo y afirmaron, como Javier Mascherano entre otros, que el racismo no existe en Argentina y habría que comprender una cuestión picaresca relacionada con códigos del fútbol. ¿Cómo interpretás esas reacciones?
–El tema del deporte y los prejuicios sociales es viejísimo. Clubes e hinchadas hicieron procesos de aprendizaje sobre el modo en que ponen a circular prejuicios y discursos violentos en medio de la competencia deportiva. Uno creía que una línea en el fútbol argentino estaba en una instancia más tolerante, más diversa y más igualitaria; igualitaria en el sentido de que hay que cantar los temas de fútbol y no los de color de piel o de dónde vienen las personas. En ese sentido el episodio es un retroceso enorme y todavía más grave porque proviene de la selección nacional, que tiene un plus de responsabilidad con estos temas. Decir que en la sociedad argentina no hay racismo es por otra parte un enunciado falso. La picaresca puede ser una alusión indirecta, pero si digo que el problema es que tus padres vienen de Angola y refiero al color de tu piel y a la nacionalidad qué pretendés, eso es racismo sin discusión y sin ambigüedades. Cuando uno se entusiasma puede perder la conciencia sobre lo que dice o canta, pero podría ser algo divertido, alocado, hasta con contenido erótico. ¿Por qué entusiasmado es igual a racista y xenófobo? Y la ambigüedad de los géneros suele ser tramposa, porque se usa el humor para vehiculizar el prejuicio y la ofensa.
–Hubo una condena muy fuerte en Europa. ¿Puede tener algún efecto en la sociedad argentina?
–Hay que tomar en serio los comentarios de los compañeros del equipo de Enzo Fernández. Decir que esto es un caso de racismo y es inapropiado es un juicio moral para atender. Están insultando a las familias y teniendo expresiones violentas sobre la dignidad de esas personas. ¿Cómo se habrían sentido los jugadores argentinos, que en general dicen idealizar a la familia, si se hubiera denigrado y despreciado a sus familias en un medio público y desde una selección de fútbol? Los criterios en este caso son morales pero también tienen una dimensión institucional. Si se pidieron sanciones para jugadores de Los Pumas por expresiones parecidas, ¿vamos a usar una vara distinta para un jugador de fútbol? La sanción puede cumplir un papel en la corrección de estos comportamientos y hay que defenderla sin falso nacionalismo ni falsos particularismos.
–¿Cómo analizás la intervención de Victoria Villarruel y el tuit en el que respaldó al futbolista?
–En términos políticos fue lo más grave, porque la vicepresidenta hace una alusión absurda a la nacionalidad y usa esa posición para justificar expresiones racistas. Lo que dice es «no se metan con el racismo argentino, que es nuestro, y fíjense en el racismo de ustedes». Todo el argumento está moralmente mal construido y en términos políticos avala la posición de las extremas derechas globales, con lo cual también hay una paradoja. Lo nacional es en este caso un modo de hacer pasar una ideología política que es la de la extrema derecha. Villarruel quiere jugar con una seudopluralidad, porque alude a una nación hecha por indios, negros, europeos y criollos, pero en la historia de la formación de la Nación no les fue a todos de la misma manera y ella forma parte de un Gobierno que persigue y criminaliza a las comunidades indígenas, y después las incorpora en una supuesta identidad nacional para justificar una afirmación racista. Pero no basta con decir que eso es un absurdo, hay que leerlo como operación ideológica.
«¿Cómo se habrían sentido los jugadores argentinos, que dicen idealizar a la familia, si se hubiera denigrado a sus familias en público y desde una selección de fútbol?»
–El racismo es un viejo motivo de los discursos de odio. ¿Hay una nueva inflexión?
–En su cuenta oficial Villarruel no solo dice que no hay que cargar las tintas sobre el jugador sino también «te banco». Que una vicepresidenta apoye en un discurso público expresiones racistas, en relación a nuestra historia democrática, sin duda es una inflexión. Se puede hablar de hipocresías, observar cómo se recordaba a Roca o se invisibilizaba la presencia indígena, tuvimos presidentes que dijeron cosas equivocadas como Alberto Fernández con la afirmación «venimos de los barcos», pero todo eso está a años luz de avalar una expresión que denigró y despreció a personas particulares. Si se hiciera regla general, ¿en qué cultura política viviríamos? Decir que está bien denigrar, despreciar y restar dignidad a nuestros conciudadanos es una destrucción de la cultura social y política más elemental.
–¿Cómo analizás la reacción de la oposición política?
–He escuchado buenas respuestas y buenas reacciones, pero claramente hay que condenar la expresión racista y a un personaje público que livianamente hace circular esas afirmaciones. Los múltiples modos posibles de reprobar el racismo no tuvieron fuerza en este caso. No vi que la condena a la expresión racista fuera ni plural ni que apareciera la necesidad de poner un límite. Ese es un síntoma por lo menos momentáneo de una sociedad culturalmente devastada que por eso no reacciona. La reacción viene más desde el exterior, y eso nos recuerda momentos trágicos de nuestra historia donde desde adentro no se respondía a grandes crímenes e injusticias. Ahí también están las huellas de un retroceso.
Qatar. Mbappé y Fernández en la final del Mundial 2022.
Foto: Getty Images
–¿Este episodio realimenta el discurso de odio que sostiene el Gobierno nacional?
–Sí, y por eso ellos hacen lo que hacen. Me refiero a Milei y a Villarruel. Hay una estrategia, hay cálculo, no se trata solamente de un compromiso valorativo o de una defensa de la selección nacional. Hacer crecer el racismo cultural y la violencia discursiva les rinde políticamente, y esa es su estrategia. El problema es que no aparezca una oposición que marque un límite a esa posición.
–¿El racismo y la homofobia cohesionan a sectores sociales en la Argentina?
–La experiencia histórica y los estudios que hacemos de sociología y política confirman que en momentos de crisis prima un malestar, una sensación de frustración que en muchos casos, y sobre todo cuando se lo elabora cultural y políticamente mal, usa como válvula de escape la vieja figura del chivo expiatorio. Entre los muchos chivos expiatorios que ha conocido la historia moderna el del racismo es una constante. El racismo cumple una función ideológica en un contexto de crisis y funciona también porque no hay alternativas que enfrenten esas estrategias.
«La condena a la expresión racista no fue plural. Ese es un síntoma por lo menos momentáneo de una sociedad culturalmente devastada que por eso no reacciona.»
–Según distintos estudios, capturar el malestar y la frustración social ante la crisis económica fue una clave del triunfo electoral de la ultraderecha. ¿El discurso de Milei sigue sintonizando ese clima de época?
–Seguro es su estrategia. Los resultados pueden variar, pero la estrategia consiste en que cuanto mayor sea la inestabilidad que genere malestar y frustración, mayor va a ser la apelación a señalar víctimas y responsabilizar a algún grupo vulnerable. Lo hicieron con los comedores, con las mujeres y con la destrucción y el desmantelamiento exhibido de las políticas de género. Lo mismo hicieron con el Inadi, el organismo que se encargaba de tratar problemáticas como la discriminación en los eventos deportivos y que el Gobierno cerró en uno de sus primeros actos. De vuelta, mientras no haya una oposición consistente y seria ese tipo de estrategias avanza; pero hay que insistir con esto: ellos no se parecen a las identidades políticas argentinas, están defendiendo a la extrema derecha global.
–Aparte de la estrategia, ¿el Gobierno está imponiendo sus ideas en lo que llama batalla cultural?
–Es una pregunta difícil. Me animaría a afirmar lo siguiente: sin duda esas creencias racistas, homofóbicas, misóginas y de desprecio a la diversidad sexual están como blanco de estrategias agresivas de la fuerza política que gobierna y no hay demasiadas pruebas de que en estos seis meses ellos hayan retrocedido en el campo de lo que llaman batalla cultural. No sé cuánto están creciendo, pero cuando una voz política pasa a ser la voz del Estado su discurso tiende a normalizarse. Su primer logro sería que la población o un número creciente de ciudadanos tolere o normalice expresiones racistas. Ahí ellos construyen el clima cultural en el que su fuerza política puede crecer. Sobre ese punto dejaría un interrogante abierto.