Informe especial | JUAN CARLOS VOLNOVICH

La música del azar

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Osvaldo Aguirre

«Los jóvenes entendieron que se perdió la relación entre el trabajo y el rédito económico», asegura el psicoanalista para explicar la fascinación por los juegos online. Capitalismo y timba.

Foto: Juan Carlos Quiles/3 Estudio

El negocio de las apuestas online se expande favorecido por la ausencia de regulaciones y entre sus principales consumidores se encuentran los adolescentes. En la Cámara de Diputados de la Nación hay siete proyectos de ley que coinciden en la preocupación por evitar el acceso de menores a los sitios de juegos. En ese marco, el psicoanalista Juan Carlos Volnovich advierte sobre la inutilidad de las prohibiciones y sobre aspectos soslayados en la preocupación actual, que a su juicio cierra el ángulo de observación del problema sobre los jóvenes y excluye la participación y sobre todo «la hipocresía» de los adultos.

También médico y con una relevante trayectoria en el campo de la psiquiatría infantil y juvenil, Volnovich enfoca el problema de la adicción a las apuestas en las transformaciones sociales posteriores a la pandemia. «Cuando se trata del desempeño en el área digital, es casi imposible reglamentar porque justamente las posibilidades de acceso son infinitas», advierte en la entrevista, el mismo día en que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires anuncia el bloqueo de páginas de internet desde redes de escuelas públicas y otras medidas para enfrentar lo que llama «ludopatía infantil».

–¿La adicción a las apuestas es un problema nuevo en la adolescencia?
–Es nuevo y es viejo. La afición al juego está hasta en la historia de la literatura: el personaje de El jugador de Dostoievski no tendría nada que envidiarle a cualquiera de los pibes de hoy en día. La novedad, o lo escandaloso, es la afición de pibes y pibas a este tipo de juego, a las apuestas online. Sin embargo, tenemos que ser muy prudentes porque asistimos a una época en la que hay una tendencia muy grande a psicopatologizar las costumbres y los hábitos tradicionales y a ponerles nombres de enfermedades psiquiátricas, para colmo. Si uno ve el Manual de diagnóstico de enfermedades psiquiátricas, del 2 al 5 ha incorporado alrededor de 300 diagnósticos nuevos. Y una vez que se instala, una categoría psiquiátrica viene acompañada de medidas para curar la enfermedad que se acaba de descubrir. Las medidas son casi siempre represivas, con la vana ilusión de que van a solucionar un problema a sabiendas de que no hay nada más deseado que lo prohibido.

–¿Pero no debería controlarse el acceso de los menores a internet?
–Cuando se trata de las redes, del desempeño en el área digital, es casi imposible prohibir o reglamentar porque justamente las posibilidades de acceso son infinitas y tienen que ver con el desarrollo de las nuevas tecnologías. Son los pibes y las pibas jóvenes quienes más han influido en ese desarrollo no solo como consumidores sino como productores de conocimiento digital. Psicopatologizar la cuestión y buscar medidas represivas están en contra de un enfoque más realista. Vivimos en un capitalismo globalizado que ha hecho de ganar y perder el modelo fundamental y que ha hecho del dinero el dios único, de manera tal que sería satanizar a los pibes y a las pibas por haberse hecho eco de esos imperativos y reconocer que en esta cultura lo fundamental es tener o no tener dinero. En función de estas características los jóvenes de hoy en día no tienen futuro, en el sentido convencional que nosotros pensábamos la relación entre el estudio, el trabajo y el ganarse la vida. Los jóvenes de hoy entendieron perfectamente que se perdió la relación entre el trabajo y el rédito económico y que el trabajo ya no depende de la calificación ni del estudio. Lo que se juega es la sobrevida, y la sobrevida se juega en el azar. Ahí se ofrecen en bandeja los juegos, para colmo en el espacio digital, donde ellos reinan y donde hoy se despliegan todos los órdenes de la vida.

–¿Psicopatologizar sería una forma de abstraer el marco social del problema?
–Sería una manera de distraer. Después vienen las limitaciones drásticas: sacarles el celular o el acceso a internet a los chicos. No solo eso, está previsto un dispositivo legal y psiquiátrico que incluye psicofármacos y en última instancia internaciones. Si jaquearon la computadora del Pentágono, mirá si no van a encontrar otras posibilidades. Entonces se produce este fenómeno de horrorizarnos ante la cuestión, muy hipócrita porque es aquello a lo que conducimos a los jóvenes: no hay un proyecto de salvación, un proyecto revolucionario que los enamore para pensar que su futuro puede estar ahí. Los llamamos ludópatas y limitamos su desempeño, cuando en realidad el mundo se juega así. ¿Qué son los brokers? Aquellos que dominan el mundo en las bolsas de valores son ludópatas, están todo el tiempo frente a infinidad de pantallas que les muestran cómo varían las cotizaciones en los distintos países para comprar y vender en el momento justo: son gigantes de la ludopatía que están jugando a los dados el destino de la humanidad. Esos modelos de subjetivación dominantes no son otra cosa que entrenarse a ganar y perder y los jóvenes los siguen no desde adolescentes sino desde muy chiquitos.

–¿Cuál sería un enfoque realista para enfrentar la situación?
–Yo no sé qué hacer. Lo que sé es qué no hacer. No reforzar la psicopatologización y las medidas represivas, tratar de entender lo que se juega realmente en esta historia y reconocer que no hay un proyecto que pueda seducir a los pibes y a las pibas y llevarlos a una transformación subjetiva. Hay que reconocer también que en este universo de los juegos, de los videogames, de las apuestas, hay sistemas casi diría de autocontrol en los que ellos mismos, los streamers tienden hasta a cuidarse. Ahora están todos muy preocupados por Agusbob, un pibe que empezó a jugar y a hacer apuestas y está con una deuda de 40.000 dólares. Eso genera un pánico, un intento de rescate de ese pibe y de otros y a la vez funciona como una amenaza, un peligro que corre cualquiera.

–¿La pandemia marcó un salto en el devenir de la vida digital?
–Absolutamente. La pandemia, sobre todo para aquellos que la transitaron en la infancia o en la pubertad y llegaron a la adolescencia en ese momento donde el aislamiento era la manera de sobrevivir, sin duda fue una invitación a deslizar la vida a través de la pantalla. La adolescencia es un momento de pasaje de la infancia a la adultez que se juega en dos cosas que los niños no hacen y los adultos sí: las relaciones sexuales y trabajar para ganar dinero. El juego online está asociado a otra cuestión de la que no hablamos, que es la sexualidad y la pornografía. Los capitales dueños de los grandes casinos están muy asociados a las redes de prostitución y de pornografía, que son una industria fenomenal y sin embargo está naturalizada. Los pibes aprenden las relaciones sexuales a través de la pornografía, después lo ponen en práctica poco y mal porque en realidad los vínculos fundamentales se hacen a través del celular. Por el celular se compra, se vende, se pide comida, se tiene sexo. Hay una cuestión muy hipócrita en este rasgarse las vestiduras y señalar a los pibes que apuestan para hacer dinero. No se dice nada de que se pasan el día con la pornografía y esa es su educación sexual. La pornografía no viene del cielo, responde a una industria donde hay directores de cine, actores y empresas que invierten y tienen en sus manos las redes de trata de mujeres y de niños y niñas que aparecen en los videos de los pedófilos.

Fotos: Juan Carlos Quiles/3 Estudio

–La semana pasada hubo una convocatoria de jóvenes a través de las redes para reunirse en un shopping de Tortuguitas. La reunión terminó en una pelea y dejó varios heridos. ¿Hay vínculos entre la vida digital y la violencia callejera?
–Son las dos caras de la moneda. Por otro lado los contactos cuerpo a cuerpo están reduciéndose y las relaciones sexuales se tienen a través de las pantallas. Las mujeres de las nuevas generaciones urbanas entendieron perfectamente bien que una cosa es la posibilidad de quedar embarazadas y otra la obligación de hacerlo. Hoy en día, en Europa, en EE.UU. y aquí, hay que convencer a las chicas de clase media de que quieran tener un hijo a sabiendas de que eso interrumpiría cualquier proyecto personal. Ya se sabe que estamos en un proceso inverso al del ascenso social. Los chicos de hoy, incluso en Argentina, son más pobres que sus padres y sus padres son más pobres que sus abuelos. Entonces, ¿para qué van a tener hijos? Por eso hay un descenso de la procreación, del deseo, un deseo que ahora se juega a través de las redes, de los contactos virtuales.

–¿Los jóvenes cómo reaccionan ante las intervenciones represivas con respecto a las redes?
–Tienen infinitas estrategias, porque son muy inteligentes. Suele decirse que hay una reducción en la capacidad de simbolización de las nuevas generaciones y es cierto si se evalúa con los criterios tradicionales de la educación de 30 o 40 años atrás. Pero los pibes desarrollan estrategias originales y novedosas. El fenómeno de los raperos, por ejemplo, ha construido otro lenguaje del que los adultos estamos excluidos. No hay más que ver una batalla de raperos para darse cuenta de cómo dominan el ritmo y la rima, y de los recursos lingüísticos y la velocidad que tienen, difícil de seguir para un adulto. Lo mismo pasa con los juegos.

–Otros actores son los influencers. ¿Cómo los analiza?
–Los chicos no aspiran a ir a la facultad y recibirse de abogados. Aspiran a ser influencers, ese es el modelo de éxito, de triunfo. No hay un proyecto colectivo, el modelo es sálvese quien pueda, cada uno por su lado, a matar o morir, a ganar o perder. El gran problema que tienen los pibes es cómo van a sobrevivir, cuál es el mundo que les espera. Si los adultos tenemos que preguntarnos algo es qué mundo les dejamos y qué hicimos o dejamos de hacer para que estén en esa situación.

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