Informe especial

La radio, siempre la radio

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Con 100 años de sonidos acumulados, la radio argentina no vive en el geriátrico de los medios de comunicación. Es bisabuela por edad, lo que la vuelve algo repetitiva y uniforme, pero haciendo un promedio entre Cadena 3 y Vorterix, o entre Rivadavia y El Destape, no diré que es una pendex, pero se la escucha fresca, entretenida, variada y mucho más plural que la televisión. La radio mantiene algunas de sus imbatibles promesas básicas, comenzando por su cercanía, calidez y compañía. Y también:
1) Por su condición masiva, prepara su mensaje para alcanzar a millares, pero al llegar a los oídos de cada uno pareciera que le llegara en exclusividad al que lo escucha.
2) Entre los grandes medios, es el que menos intermediaciones tiene, el que menos palpa de ideas a quiénes la hacen y entre los que la consumen y, por eso, es el más democrático.
3) Tiene la virtud de demandar poco. En la portátil del año del cuete solo reclamará un par de pilas y en el receptor digital o en el teléfono de ultimísima generación precisará que el streaming no decaiga.
Por algunas de estas cosas, y muchas más, están –en inevitable modo grieta– los que la amamos incondicionalmente (es mi caso) y los que en nombre de la modernidad la quieren condenar a ser la eterna hermanita débil. Fue subalterna de diarios y revistas, de cableras y señales noticiosas de cable, de la televisión (siempre) y últimamente de las redes sociales. Ni hablar de ese crimen de lesa comunicación que es colocar cámaras en los estudios de radio.
Con semejantes intromisiones lo que se consiguió fue poner en duda máxima la tan mentada magia de la radio. Pero no todas las culpas son de los otros. La radio de hoy tiene puntos luminosos, pero también lunares preocupantes de los que no siempre se hace cargo. Veamos. Desde que a principios de la década del 60 la televisión privada le arrebató casi todos los géneros, la radio tuvo escasa o nula voluntad de pelear por recuperarlos. Un caso patente es el de los radioteatros, recién ahora reivindicados por jóvenes rupturistas. Como mucho, conservó el segmento matutino hasta convertirlo en su horario principal.
La adecuación tecnológica es permanente, pero eso no tuvo equivalencia en la renovación de figuras en los últimos 30 años. De la mañana a la noche la radio de hoy, sin distinciones de frecuencias, es demasiado parecida. Tiene que ver esto con la vigencia de un mono-género, el magazine, que es esa clase de contenido en el que se supone, cabe todo, desde el análisis de política internacional hasta el chiste oportuno, del chisme sobre la estrella de moda a la hora, la temperatura y la humedad.
Ahora la radio argentina se esfuerza por dejar atrás sus últimos rasgos analógicos para convertirse en digital ciento por ciento. La consigna «Corré a bajarte la aplicación» recluyó en el desván de los objetos inútiles a la entrañable expresión «En este mismo punto del dial». Gracias a internet, la radio ya tiene alcance planetario. La que se viene será cada vez más temática, atenta a intereses específicos, posible de ser escuchada donde y cuando el oyente disponga.
Si, como dice la canción, me dan a elegir, me quedo con la experiencia de muchas radios online sostenidas por sus oyentes, que eluden lo fácil y toman riesgos; le sigo poniendo fichas a las radios públicas; y mantengo la esperanza de que proyectos novedosos cuestionen a la pobreza posibilista y precarizada y que la radio de autor supere a multimedios y multiplataformas. Más temprano que tarde, el podcast se convertirá en palabra superlativa de la actividad radial. Pero, en cualquier caso y antes de convertir el recurso en superstición de moda, apelo a una frase que hace poco me dijo Lalo Mir y que es válida tanto para la radio más trucha como para la mejor equipada: «Podés tener un micrófono de 20 pesos, un equipo de transmisión de 1 kilowatt, pero si tenés algo que decir, podés mantener una ciudad despierta toda la noche».

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