Informe especial

Las mil caras de Diego

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Fiel a su origen de barrio y protagonista de las mayores hazañas del fútbol argentino, Maradona encarnó –en la cancha y fuera de ella– el sentimiento de los más débiles frente al poder. El impacto planetario de su muerte y la dimensión política de su figura en la cultura popular.

Devoción. Con banderas, pancartas y camisetas, una multitud se congregó en Plaza de Mayo para despedir al ídolo popular, el 26 de noviembre. (Flor Guzzetti)

Dentro de las mil vidas de los 60 años que vivió Diego Armando Maradona, hubo mil caras. Porque siempre hubo un Maradona para cada gusto, para cada instante. Se ve en las imágenes que circularon desde su muerte, en esos gif donde se fusionaron el Diego de Fiorito, el de Argentinos, Boca, Barcelona, el del juvenil y el de España 82, el del Napoli y México 86, el del saco de piel y el del casamiento en el Luna Park, el de las lágrimas de Italia 90 y las del 94, el del patrullero de la calle Franklin y la vuelta al Sevilla y Newell’s, el del mechón con Boca y el de La noche del Diez, el de la Praderita en La Habana y el del palco en la Bombonera, el del abrazo con Carlos Menem y las charlas con Fidel Castro, el del tatuaje del Che y el del tren del Alba. El de Dubai, el de Sinaloa, el de La Plata y el que siempre volvía a su casa, a Fiorito.
Una de esas caras la tiene en la pared de su casa Norma Moreira. Ahí cuelga un cuadro de Estrella Roja, el club de la infancia de Maradona. Norma es vecina de Villa Fiorito, de la casa donde nació Diego. El día de la muerte de Maradona, descolgó el retrato y lo sacó a la calle. Lo llevó al día siguiente a la 9 de Julio. Los hinchas se tomaban fotos con él, con ella, con su dedo señalando a un pequeño Diego, la imagen por la cual se entiende que le hayan puesto «Pelusa». Una de sus tantas caras, la de Fiorito.
Diego no solo nació ahí un 30 de octubre de 1960. No solo vivió ahí con su padre Don Diego, con su madre Doña Tota, con sus siete hermanos, durmiendo todos en una pieza. No solo jugó a la pelota en las canchitas de tierra. Maradona llevó en su talento desmesurado el orgullo de la villa. Ninguna muerte es igual a otra pero hay muertes incomparables. La de Diego Maradona tuvo un impacto planetario, tapa de todos los diarios del mundo, informes de radio y televisión en todos los idiomas, millones de clics en internet. Y también las paredes, los murales. En Siria o Nápoles. En Bangladesh o Buenos Aires. Tres días después de su muerte, una bandera con su rostro apareció en una protesta en Francia. Y en los estadios de todo el mundo cada equipo lo recordó a su manera.
«Diego representó cosas tan diversas para cada uno que todos tienen su Maradona –le dice a Acción la periodista Ángela Lerena–. Nápoles tiene su Maradona. Rosario tiene su Maradona. La Plata tiene su Maradona. Boca tiene su Maradona y Argentinos Juniors tiene su Maradona. Y en otros lugares más alejados donde no sentís que puede haber ningún vínculo posible con la Argentina ni con Diego también tienen su propio Maradona y lo están llorando. Esa condición universal y a la vez individual que tenemos cada uno de nosotros de Maradona lo hace más mágico todavía».

Estadio Azteca. El astro culmina su obra frente a Inglaterra, en México 86. El gol es unánimemente elegido como el mejor de los mundiales. (AFP/Dachary)

La muerte de Diego clausuró una época. Con él se fue el último mito global del siglo 20, una universalidad inigualable. «La de John Lennon –dice el guionista y humorista Pedro Saborido– fue una muerte planetaria. Pero con pocas imágenes, fotos en los diarios, el vía satélite, la radio. Con Maradona a los cinco minutos acá nos enteramos qué hicieron en Bangladesh». ¿Qué otra muerte podría impactar así? ¿Es posible que en el mundo se construya otra figura como la de Maradona? «Se terminó la era de la totalización –opina Saborido–, de la masividad al mango. Ahora con las redes tenés una segmentación por la que podés conocer a veinte ídolos. Quizá aparezca algo como Maradona, pero por ahora no. Porque nadie puede decir “hagamos que haya un escritor mejor que Jorge Luis Borges”. Eso pasa o no pasa».
«Va a ser muy complicado construir un ídolo popular de esa dimensión», dice el antropólogo José Garriga Zucal. «Es muy difícil que se construya un Maradona en un mundo de individualismo extremo –agrega–. El proceso de construcción de la idolatría de Diego se dio en un momento más colectivo. Hoy casi todo lo colectivo está mal visto, se cree que se pierde la esencia. Por eso construir idolatría es más difícil. Nadie desea ser parte de lo colectivo. Maradona fue el último gran constructor de una idolatría dentro de un proceso de colectivización».

Una carta de identidad
Para Lerena, Maradona fue el futbolista que más la acercó al fútbol cuando era chica y su amor por la pelota era incomprendido por quienes la rodeaban, los que creían que el fútbol era solo un asunto de hombres. «Me sentía un poco Diego esquivando patadas, levantando la cabeza y buscando el arco. Y esa sensación de cercanía con el fútbol y el juego me trajo hasta acá, fue la que hizo que pudiera dedicarle la vida a este deporte». A los 18 años, cuando terminó la secundaria, su mamá le regaló un pasaje a Francia para visitar a una tía. Ángela viajó con una remera de Diego –que se mandó a hacer– gritando un gol. Se convirtió en su pasaporte y compañía. «Maradona –dice– representó muchas cosas distintas. Fue el mejor jugador de todos los tiempos, el orgullo de ser argentinos, nuestra carta de identidad; la lucha de los más vulnerables contra los poderosos, y también en algunos momentos de su vida resultó él un poderoso. Este último tiempo vimos la versión de Diego más vulnerable, más frágil, pero hubo un momento en que no se le podía cuestionar sus decisiones».

Saborido. «Las caras de Diego son siempre de revancha.»

En esas mil caras de Maradona, Saborido elige una. «A mí me gusta el Diego del Scania, el humor de Maradona», dice el autor de los libros Una historia del fútbol, Una historia del peronismo y Una historia del Conurbano. Y hay mucho de peronismo en Maradona, que además se reivindicaba como tal. «De alguna manera es un tipo que siguió siendo adorado pese a las cagadas que pudo haber hecho. El peronismo tuvo a Menem, López Rega, hizo mil desastres, pero siguió siendo más fuerte que sus errores. Y a la vez Maradona está hecho de revanchas. De que lo silben los italianos y gane, de estar todo el tiempo contestándole a alguien. Mauricio Macri también construyó a Maradona, que siempre necesitó ir contra alguien. Las caras de Diego son siempre de revancha, el “la tenés adentro”, o cuando le gritó un gol a la cámara en el Mundial 94».

Lerena. «Representó cosas tan diversas para cada uno que todos tienen su Maradona.»

Garriga Zucal, quien en 2018 fue uno de los organizadores de las Jornadas Maradona en la Universidad de San Martín, sostiene que nadie interpeló tanto lo nacional y lo popular como lo hizo Diego. «Tuvo una capacidad de interpelar políticamente a los argentinos. Esa fue la construcción de su figura pública, polémica pero siempre vinculada con el pueblo. Estaba con Menem, pero de algún modo el pueblo estaba con Menem. El antimacrismo del último tiempo fue muy fuerte, como su cristinismo. Y por supuesto interpelaba a algunos y dejaba a otros afuera», sostiene el antropólogo.

Garriga Zucal. «Tuvo una capacidad de interpelar políticamente a los argentinos.»

Y es que Maradona nunca dejó de tomar posición. Nunca fue prescindente. Sea en el fútbol, sea en política, sea en la vida en general. Por eso también siempre se intentó separarlo en dimensiones, la deportiva y la personal. «Al principio podía ser una prenda de unidad, cuando era aséptico –explica Saborido–. Pero cuando tomó posición política dejó de serlo, cuando arrancó con su vida de Rolling Stone empezó a asustar. Maradona era otra oportunidad para opinar, para tomar postura. Y odiarlo fue también darle una entidad. Diego está hecho de los odios y como cualquier fenómeno popular necesita su némesis. Ahí también es como el peronismo, el odio lo construye».
Maradona fue el crack que dejó una huella profunda en todos los clubes donde jugó. «El que enhebró en toda su carrera un sinfín de frases que explican cada momento, hasta el final, cuando en la Bombonera, después de retirado, bajó la persiana de su carrera con “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”». A lo largo de todo eso, estuvo la Selección argentina, un vínculo intocable que hizo cumbre con sus goles a los ingleses y la copa en México 86, pero que también se afianzó en la derrota. Y luego está el entrenador, casi un asterisco en su camino, aun cuando ese pasaje incluyó haber dirigido a la Argentina en el Mundial de Sudáfrica.

Más que humano
«Ese tiempo como entrenador de Gimnasia queda resignificado con su muerte», dice Lerena. «A mí no me gustó lo que hizo en la Selección como entrenador. Y no entendía desde el punto de vista futbolístico qué ganaba Gimnasia. Sí desde el marketing, pero no desde el juego. Ahora termino agradeciéndole al Lobo por haberlo contratado. Porque el fútbol argentino terminó siendo un tour de despedida», dice la periodista, que además de trabajar en campo de juego para TNT Sports, es comentarista de la TV Pública. «El Maradona de Gimnasia volvió a interpelar a muchos argentinos. Fue a dirigir a un equipo que estaba peleando el descenso, es un gesto populista muy maradoniano. Y también hay algo del fracaso que es digno. Porque apuesta a jugar a pesar de que puede perder. Eso genera un vínculo con los que pierden todo el tiempo», explica Garriga Zucal.

Nápoles. Un hincha agita una bandera frente al estadio Diego Armando Maradona. (Monteforte/AFP/Dachary)

Queda saber cómo interpelará su muerte a ese fútbol argentino. Qué representará desde ahora Maradona. «Él ya tenía estas condiciones de deidad por esa sensación de que hacía cosas que no pertenecían al mundo de los humanos. Ahora se convirtió en una leyenda, va a seguir existiendo en nuestras cabezas y nuestro corazón. Muchas veces los deportistas usan la tristeza para sacar fuerzas. Ojalá que con la Selección pueda pasar eso. Que Diego pueda funcionar como inspiración», sostiene Lerena. «Los ídolos populares encuentran su espacio», dice Garriga Zucal. Otros mitos argentinos están ahí. El Che está en las banderas, en las remeras, en la acción política. Carlos Gardel está en sus tangos y sus películas, y en el “cada día canta mejor”. «Así se lo mantuvo vivo –agrega Saborido–. Como Evita, que quedó en el “Volveré y seré millones”. No está claro que lo haya dicho, pero ella vuelve una y otra vez. Te convertís en un símbolo».
Cada quien se quedará con ese símbolo, con su Maradona, pero hay uno que vuela alto. Está en la pared de la casa de Norma, en un cuadro. Es un Diego sonriente y juvenil que apoya su mano en una pelota de cuero. Inmortal. El Maradona de Fiorito, ahí donde siempre dirán que Diego es más de ellos que del resto.

Juntos. Diego con Hugo Chávez y Fidel Castro, en un encuentro en La Habana en 2011. (Minci/AFP/Dachary)

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