Informe especial | FIN DE LA EMERGENCIA SANITARIA

Lecciones y cicatrices

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María José Ralli

¿Qué mundo nos dejó la pandemia que la OMS acaba de dar por finalizada? Lejos del deseo de «salir mejores», el COVID reveló sociedades frágiles y desiguales. Política y salud.

Foto: Getty Images

El covid-19 «ya no constituye una emergencia de salud pública de importancia internacional», declaró el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus. Así, la autoridad internacional daba por finalizada la emergencia sanitaria global por covid el pasado 5 de mayo.
Tedros señaló que ahora «es momento de que los países pasen del modo de emergencia al manejo de la covid-19 junto con otras enfermedades infecciosas», recomendó que «lo peor que cualquier país podría hacer ahora es interrumpir el trabajo» y advirtió que el fin de la emergencia «no implica que la covid haya terminado».
El 11 de marzo de 2020 la palabra «pandemia» iba a marcar el rumbo de los años venideros y en poco más de tres años generaría una crisis sin precedente en materia sanitaria: se notificaron alrededor de 765 millones de casos confirmados y más de 6,9 millones de muertes en todo el mundo, aunque aún a diario se registran nuevos casos con significativas diferencias regionales y el impacto podría ser todavía mayor: estimaciones de la misma OMS concluyen que las víctimas mortales podrían llegar a los 17 millones.
Si cuando irrumpió la crisis sanitaria ya existían alarmantes niveles de desigualdad entre la población del planeta, el covid, con su enorme efecto destructivo, profundizó las heridas y dejó comunidades devastadas, países con sus economías contra las cuerdas, desconfianza en las instituciones, diferencias en la gestión política y sanitaria y aumento de las inequidades. 
De un momento a otro la humanidad desconcertada vivió confinamientos, aplaudió a los equipos de salud, se solidarizó con el otro, abrazó la esperanza de una salida colectiva, la virtualidad se convirtió en un gran experimento planetario y se dispararon al aire promesas como «de la pandemia saldremos mejores». El «enemigo invisible» había llegado para igualar en la incertidumbre pero también para desenmascarar privilegios.
«Todas las pandemias dejan una cicatriz», ilustró en una entrevista Nicholas Christakis, médico y sociólogo, director del Human Lab de la Universidad de Yale y sintetizó: «Una pandemia es la pérdida colectiva de una forma de vida».

Salud en agenda
Así como tras un terremoto bajo los escombros quedan los vestigios de su magnitud, el fin de la emergencia sanitaria global por covid pone al descubierto qué mundo dejó esta enfermedad que durante más de tres años rigió la vida de las personas en todos los rincones del globo. Cayó como una bomba y las esquirlas todavía se expanden e impactan.
Para el médico infectólogo Omar Sued, expresidente de la Sociedad Argentina de Infectología y una de las caras más visibles durante la emergencia sanitaria en el país, la pandemia «nos dejó muchas enseñanzas de salud pública pero también frustraciones.
«Hizo clara, evidente y palpable la necesidad de tener sistemas de salud fuertes, contar con cobertura universal, con acceso a análisis y tratamientos gratuitos para todos, así como la importancia de los sistemas de información para hacer el seguimiento epidemiológico». Sin embargo, reflexiona, después del pico de muertes «las acciones para sostener estos sistemas resilientes, fuertes y con recursos humanos comprometidos, se van desvaneciendo y vemos con mucha tristeza cómo los trabajadores de la salud, que eran héroes al inicio de la pandemia, hoy están en peores situaciones, con salarios que no mejoraron». Para Sued tampoco se concretaron las reformas que necesitan los sistemas de salud, «ni siquiera en las ciudades con mayores recursos, una situación que preocupa frente al escenario de una posible próxima pandemia». 
Tomás Orduna, médico infectólogo y asesor del Gobierno durante la crisis sanitaria, reflexiona que «a la cabeza quedó la importancia de la salud pública y la fortaleza que debe tener a la hora de enfrentar una situación de una patología emergente tan poderosa». «La humanidad fue claramente sorprendida y la respuesta de una salud pública fuerte es una gran enseñanza, que ha tenido que ser la guía para dar respuesta», añade y subraya: «Tenemos que seguir fortaleciendo la salud pública, antagónica de algunos de los mensajes que vemos de ideólogos políticos hablando de minimizar el rol del Estado en el manejo de la salud, cuando justamente la pandemia demostró su importancia». 
Ignacion Maglio, miembro del Consejo Directivo de la Red Bioética de la UNESCO, también rescata «la gran respuesta de los equipos de salud que permitió que no existiese tanta carga de sufrimiento y muerte». En el país, sobre 11 millones de internaciones hospitalarias hubo 100.000 muertes, un dato que refleja la contención y el compromiso del sistema sanitario aunque, según Maglio, «desde la bioética no hubo inversión y reconocimiento a los propios equipos de salud». «Hoy no se consiguen médicos y médicas en determinadas especialidades que implican una tarea abrumadora y de mucha carga emocional, el burn out no solo no se aligeró, sino que se incrementó y la pauperización de los trabajadores de la salud es una de las grandes lecciones no aprendidas de la pandemia».

Investigación y desarrollo
«Es necesario, y también es otro poderoso aprendizaje, seguir fortaleciendo a la ciencia nacional a través de la Agencia de Ciencia y Tecnología y el Conicet, como quedó demostrado, para que los investigadores puedan generar respuestas adecuadas no solo en una emergencia sino de manera permanente», advierte Orduna. El infectólogo apunta además a la jerarquización de la investigación con la producción pública de medicamentos, insumos y vacunas como punta de lanza, teniendo en cuenta que en momentos de mayor zozobra, cuando en el mundo escaseaban insumos y elementos de protección, «la respuesta salió desde la industria nacional que estaba ociosa». 
Mantener la vigilancia epidemiológica para poder detectar precozmente la aparición de algún nuevo patógeno que tenga la capacidad de producir epidemias o pueda ser el inicio de un evento de salud pública de interés internacional, también es otra de las lecciones aprendidas. «Es imprescindible trabajar en forma mancomunada para dar estas respuestas con los países de la región y para eso es importante fortalecer la reunión de salud del Mercosur y de la Unasur», subraya Orduna. 
«La evidencia de que no se sale solo se dijo mucho en Argentina», recuerda Sued, y si bien destaca «la cooperación, la solidaridad global, con respuestas coordinadas y en forma multilateral, hemos visto mucho egoísmo». «Las vacunas han sido un ejemplo de que faltan mecanismos para que los avances tecnológicos estén disponibles para todos», añade. 
La jefa de gabinete del Ministerio de Salud de la Nación, Sonia Tarragona, dijo por estos días en el marco de la primera reunión presencial del Programa de Transferencia de Tecnología de ARNm de la Organización Panamericana de la Salud que «la pandemia nos ha enseñado la importancia de la producción local de tecnologías sanitarias, como las vacunas. La colaboración público-privada es esencial para cumplir con estos objetivos, para dar una respuesta inmediata a futuras emergencias».
El programa surge a partir de la necesidad de los países en desarrollo de superar los obstáculos a la fabricación y el suministro, la acumulación de vacunas por los países ricos y la venta prioritaria de vacunas, por parte de las grandes compañías farmacéuticas, a Gobiernos que pagaban precios más elevados.

Aprendizajes
La infectóloga Liliana Calani es coordinadora de la División de Prevención de Infecciones Asociadas a Cuidados de la Salud del Ministerio de Salud de la provincia de Neuquén, fue convocada para la implementación de estrategias de bioseguridad cuando irrumpió la pandemia y destaca el trabajo en red y articulación transversal y multisectorial que se logró para su abordaje. «Se tejieron redes y eso fue clave; redes regionales, nacionales e internacionales; esta es una de las lecciones aprendidas que podemos sostener», celebra al tiempo que analiza que «la pandemia desnudó la importancia del control de las infecciones y la falta de infraestructura adecuada para enfrentar una crisis». «Hoy podemos capitalizar todo el aprendizaje, desde la higiene de manos a los mecanismos de control de infecciones y seguridad», subraya la especialista. 
Después del cimbronazo que vivimos «no somos los mismos –advierte Calani–. La memoria, lo escrito y lo investigado nos da herramientas para enfrentar una eventual próxima pandemia, pero no podemos decir que estamos preparados». 
Tras años de «poner el cuerpo» a muchas otras epidemias, considera que también de esta «hemos aprendido». «Luego de mucha incertidumbre pudimos entender el mecanismo de transmisión y llegaron las vacunas», recalca. Ante la emergencia y reemergencia de nuevos patógenos, agrega, «seguramente estamos mejor preparados, pero no sé hasta qué punto».
La médica infectóloga también destaca que la comunidad «se apropió de las medidas de seguridad y autocuidado» y en este punto también coincide Sued, que destaca el rol de la ciudadanía a la hora de ponerle un freno a las pandemias y frenar la diseminación de las enfermedades infecciosas. «Esto involucra el autocuidado, la prevención, las autopruebas, son lecciones aprendidas muy importantes, sobre todo para las epidemias que están hoy vigentes, como sífilis y VIH», sostiene. El especialista celebra, además, el hecho de que las conductas de los individuos puedan modificar el riesgo «y que las mismas personas estén involucradas para frenarlas».

Crisis y vulnerabilidad
La pandemia dejó repercusiones no solo en el ámbito de la salud, sino también en el campo económico, político y social. Desde una perspectiva ética develó la vulnerabilidad como parte de la condición humana, lo que Maglio señala como «una enorme epidemia de la soledad». «La virtualización de las relaciones a través de chats, videos y diversas plataformas, incluso la medicina a través de la telemedicina, está provocando una profunda deshumanización», dice y advierte que «sin encuentro humano no hay paz social posible». 
Con su «gran capacidad desnudatoria», la pandemia también dejó un profundo malestar y lejos de las primeras consignas de «nadie se salva solo» o «vamos a salir mejores», reveló un mundo más frágil, desigual e inseguro y profundizó estos rasgos.
«El surgimiento de las voces y fanatismos que plantean la violencia como estrategia política y la degradación del otro, la injuria y el escarnio, también es un evento adverso de la pandemia», reflexiona Maglio y ahonda: «La virtualidad y la digitalización de las relaciones provoca aislamiento y soledad y es uno de las grandes y nefastas consecuencias». 
Orduna también recuerda el concepto de «que nadie se salva solo» y recoge la enseñanza: «Ante la llegada de este virus pandémico, lo que mejor hicimos fue poder trabajar en conjunto todos más allá de una grieta que por momentos puso de algún modo en riesgo esa respuesta». 
Maglio reconoce que, a pesar de su mirada un poco pesimista, «que no es más que descriptiva de la realidad», mantiene un optimismo moderado en cuanto a que, de alguna forma, «la condición humana va a poder reflejar la necesidad de una nueva ética». «Quizás esta crisis como una nueva oportunidad de cambio tenga que ver con enterrar estas prácticas y desenterrar nuevas formas de vinculación social y de solidaridad, y de mantener la esperanza intacta –concluye– . Como decía Paulo Freire, la gran exigencia de hoy es la esperanza».