Informe especial | SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Ochenta años, horror y después

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Telma Luzzani

La contienda, de cuyo final en Europa se cumplen ocho décadas, hundió a la humanidad en la devastación y dio origen a un nuevo orden geopolítico. Del Holocausto a la crueldad que persiste.

Celebración en Moscú. La gente saluda a un integrante del ejército soviético en la Plaza Roja.

Foto: Getty Images

Un artista anónimo captó el instante conmovedor en el que el pueblo ruso se lanzó a la Plaza Roja el 9 de mayo de 1945. Los ojos emocionados e incrédulos, los abrazos, el hambre y la tragedia tallados en los gestos de esperanza hablan, en la foto, del fin de la guerra. Y aunque miles de retratos similares se tomaron en cada rincón de Europa, este tiene algo especial: se ven mujeres de todas las edades, niños y niñas, algún anciano, pero no hay hombres.

La Segunda Guerra Mundial (iniciada por Adolf Hitler el 1° de septiembre de 1939, al invadir Polonia, y finalizada en 1945, con la rendición de Alemania y Japón), hundió a la humanidad en una de las experiencias más extremas de la Historia. Aún hoy se desconoce la dimensión exacta del desastre, pero se calcula que murió más del 2% de la población mundial, cerca de 100 millones de personas, y que un 58% de ellos eran civiles.

El genocidio contra el pueblo judío en los campos de exterminio; la eliminación física de gitanos, homosexuales, comunistas, discapacitados y todos aquellos considerados «enemigos» de la raza aria; la brutalidad de la conquista alemana en otros países europeos en nombre de la supremacía racial, todo esto quedó al descubierto con el fin de la guerra. Solo la llamada «solución final», planificada por el Tercer Reich, asesinó al 90% de los judíos polacos y dos tercios de la población judía en Europa.

El país que más muertos tuvo en esta guerra –y esto refleja la foto– fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), con alrededor de 26 millones de víctimas (casi el 14% de su población), más de 70.000 pueblos y ciudades arrasadas, además de enormes pérdidas materiales: el 20% de su capacidad industrial y daños incalculables en agricultura y ganadería.

El segundo país con mayores pérdidas humanas fue China, con aproximadamente 15 millones de víctimas. La historia oficial china calcula que fue el doble y denuncia una malintencionada visión occidental que pasa por alto a Oriente y centra la narrativa de la victoria aliada solo en el escenario europeo.

El tercer país con más muertos fue Alemania: unos 7 millones. El cuarto, Polonia, con más de 4 millones. Estados Unidos fue uno de los menos afectados, con apenas 500.000 bajas (casi todas militares). Cuando terminó la guerra, frente a un mundo mayormente devastado, EE.UU. se encontraba en una situación excepcional: no tenía daños que reparar, ya que su territorio continental no había sido atacado, era el principal acreedor mundial y tenía casi las dos terceras partes de la producción industrial global.


Sobre las ruinas
Alemania firmó su capitulación ante las fuerzas aliadas compuestas por la URSS, EE.UU., Reino Unido y Francia el 8 de mayo de 1945 (en horario europeo) o el 9 de mayo (según el huso horario de Moscú). El nazismo y su propuesta de supremacía racial estaban derrotados. El Reino Unido, hasta entonces la gran potencia mundial, se hundía en una decadencia irreversible y el sistema internacional conocido hasta entonces había colapsado.

Meses antes de la victoria contra el nazismo, en febrero de 1945, cuando la derrota de Alemania era cuestión de meses, el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, el líder soviético José Stalin y el primer ministro británico Winston Churchill se reunieron en la ciudad ucraniana de Yalta para negociar las reglas y el balance del poder para la nueva era.

Reunión clave. Churchill, Roosevelt y Stalin en Yalta, meses antes del final de la guerra.

Foto: Getty Images

Era el inicio de una etapa histórica singular, en la que dos nuevas potencias, EE.UU. y la URSS, que defendían principios ideológicos antagónicos –capitalismo y comunismo respectivamente– se disputaban la hegemonía mundial. Ambas confrontaban en todos los campos y cada una creó las estructuras e instituciones convenientes para sostener sus objetivos. Con la desaparición de la URSS, en 1990, el orden prevaleciente –el actual, aunque en declive– fue el construido por EE.UU.

Ya antes de la derrota nazi de 1945, Washington había diseñado la creación de los organismos internacionales y domésticos necesarios para afirmar su poder en esta nueva fase, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (hoy Banco Mundial), cuyo objetivo apuntaba a estabilizar y controlar el comercio global.

En la reunión con representantes de 44 naciones (incluida la URSS), entre el 1° y el 22 de julio de 1944, en el complejo hotelero de Bretton Woods (New Hampshire, EE.UU.), la Casa Blanca impulsó fuertemente y logró el reconocimiento de estos dos bancos que finalmente comenzaron a operar en 1946. También en esa cumbre se selló la primacía del dólar como moneda de reserva y referencia global, estructura que –como muchas de las otras pergeñadas en aquel momento– tiembla por efecto de cierta tendencia a la desdolarización.

La URSS no ratificó el pacto de Bretton Woods y denunció más tarde, ante las Naciones Unidas, que esos acuerdos representaban un reparto asimétrico en favor de EE.UU. Argentina, gobernada por Juan Domingo Perón, no adhirió al FMI, recién lo hizo la dictadura militar que lo derrocó en 1955.

El «reparto asimétrico» que denunció Moscú era escandaloso. En 1947, entre Washington y Londres habían acaparado el 50% del poder de decisión (un voto de EE.UU. equivalía al 34,23% del total y uno de Gran Bretaña al 14,17%). Latinoamérica y el Caribe, región considerada como firme aliada de EE.UU., tenía apenas un 8,38% de los votos.

Hace 80 años finalizaba la Segunda Guerra Mundial en Occidente. Sin embargo, la crueldad no había llegado a su límite. El 6 y 9 de agosto de 1945, el Pentágono, en un acto de perversidad radical, lanzó dos bombas atómicas, una sobre Hiroshima y otra sobre Nagasaki. El 2 de septiembre, Japón firmó su rendición.

Durante varias décadas se creyó que la infamia de las bombas, que el nazismo y su regodeo en la crueldad, que los argumentos canallas para justificar la barbarie no volverían nunca más. Hoy la pulsión tanática se llama Gaza, odio a los inmigrantes y más de 1.000 millones de personas en el mundo que viven en una extrema pobreza multidimensional. El humanismo es la salida, pero seguimos a prueba.

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