Informe especial | Entrevista a Mariana Eva Pérez

Otra vez Astiz

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Osvaldo Aguirre

«No se juntan solo para la foto», dice la autora de Diario de una princesa montonera sobre la visita de diputados a genocidas presos. Los hilos que unen la agenda de derechos humanos con otros reclamos.

Foto: Alejandra López/Planeta


La foto de los diputados libertarios y los represores en la cárcel de Ezeiza confrontó a la sociedad con notorios condenados por crímenes de lesa humanidad. Mariana Eva Pérez tuvo un estremecimiento en particular al reconocer entre esos rostros a Juan Carlos Vázquez Sarmiento, uno de los imputados por el secuestro y desaparición de sus padres, José Manuel Pérez Rojo y Patricia Julia Roisinblit, el 6 de octubre de 1978.

Vázquez Sarmiento estuvo prófugo durante 19 años y en 2023 fue condenado a 11 años de prisión por la apropiación de Ezequiel Rochestein Tauro. El represor actuaba en la Regional de Inteligencia Buenos Aires (RIBA), un organismo de la Fuerza Aérea que operaba en los partidos de Morón, Merlo y Moreno. Patricia Roisinblit estaba embarazada de ocho meses y dio a luz en la Esma a Guillermo Pérez Rojo, localizado en 2000. El grupo de tareas secuestró también a Mariana Eva Pérez, entonces de 15 meses, quien fue entregada a un primo, Marcelo Moreyra. El reclamo de justicia tiene una gran protagonista en Rosa Roisinblit, madre de Patricia y luego vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Autora de Diario de una princesa montonera, libro que recopiló textos escritos para un blog, y de la performance Antivisita. Formas de entrar y salir de la Esma, también licenciada en Ciencia Política, Mariana Eva Pérez advierte sobre la necesidad de insertar la agenda de derechos humanos en el contexto de los reclamos socioeconómicos ante la ultraderecha y de evitar errores del pasado reciente: «La propuesta no puede ser que sigamos aplaudiendo a las mismas figuras pensando que nos marcan el camino. Son figuras que no generan adhesión, por lo menos en las audiencias nuevas. Hay que probar otras estrategias».

–¿Cómo analizás la situación que se abre a partir de la visita de los diputados libertarios a los genocidas?
–Es evidente que no se juntan solo para la foto. Hay un temario concreto; pero nada de lo que se dice es una novedad, las defensas lo vienen planteando con mayor o menor éxito en las causas. El 27 de agosto va a comenzar el juicio por el caso de nuestra familia y el de Gabriel Pontnau, que era el socio de mi papá, y esta es la tercera fecha que nos asignan. En general los jueces rechazan los argumentos para las prisiones domiciliarias, aunque algunos son más laxos. El Tribunal Oral Federal 5 de San Martín tuvo una actuación ejemplar en el juicio anterior cuando Luis Trillo (a cargo de la RIBA en 1978) quedó preso apenas se supo que violaba la prisión domiciliaria, en Córdoba, donde salía a pasear el perro. Después, todas las veces que Trillo pidió domiciliaria se la negaron y hace poco murió.

–La visita a Ezeiza provocó repudios, pedidos de expulsión de los diputados y una investigación judicial. ¿Se puede reeditar la reacción que provocó en 2017 el 2×1 de la Corte Suprema en beneficio de los represores?
–Me cuesta analizar las cosas que pasan, porque están fuera de todo marco. En términos democráticos es gravísimo y acuciante, como también me parece gravísimo y acuciante el hambre, y no veo que haya la reacción que deba haber en torno a eso. ¿Una resistencia a qué hará que algo cambie? En algún momento vamos a dar vuelta esta situación, pero hoy no sé por dónde, no lo veo. No se trata de que vos y yo digamos basta, sino de que la mayoría del pueblo argentino diga basta a un conjunto de cosas. En los últimos años no logramos interpelar a la mayoría de la sociedad desde una agenda de derechos humanos y no puedo seguir pensando que mi agenda está por encima de los demás problemas del país. Es gravísimo, la democracia es el marco que nos va a permitir resolver los demás problemas. Pero no sé si el movimiento de derechos humanos tiene hoy capacidad de articular con otros actores, creo que se tiene que recomponer hacia su interior. Cuesta tener un discurso optimista en esta materia, pero le apuesto con todo a la Justicia. Ser querellante no es moco de pavo: da miedo en este contexto.

Entrar y salir de la Esma. Pérez en una escena de su performance «Antivisita».

Foto: Guillermo Turin Bootello

–Hace poco participaste en un debate sobre cómo reivindicar las demandas de la memoria ante el avance de las derechas. ¿Cuál fue tu planteo?
–Fue una actividad presencial para un público reducido, a partir del libro La llamada (de Leila Guerriero). Como ese era el disparador, me concentré en algunas cosas del libro. En mi lectura de La llamada destaco dos líneas grandes de omisiones. Por un lado una cuestión de clase: la posibilidad de contar esta historia como si solamente la hubieran pasado las elites, la del Colegio Nacional Buenos Aires, con una chica que puede mantenerse en el exilio porque la ayuda su papá desde Buenos Aires y después tiene un buen pasar económico; la periodista lo mismo, por momentos parecen dos chicas de clase alta charlando. Por otro lado, las infancias: ocupa muy pero muy poco lugar en el libro Vera Lennie, la chica que nace en la Esma. Es el tema que investigo, las infancias afectadas por la dictadura. Y en el cruce ciertas historias quedan sin contar. En la Esma no hubo solamente staff y mini staff sino algo que se llamó la perrada, que fue el trabajo esclavo menos calificado, los que hacían reformas, electricistas, albañiles, ellos también tenían hijos y sus hijos fueron directamente afectados por la patota, tuvieron que convivir en sus casas, fueron llevados a quintas, fueron incluso secuestrados. ¿Cuándo vamos a escuchar las historias de los hijos de la perrada? La violencia sexual ya se contó, no es tanto una novedad, el dato es que no se haya querido ver antes. Pero estas otras historias no se contaron; hay una responsabilidad social que también excede al movimiento de derechos humanos, para buscar esas historias que no son las de la clase media.

–¿El contexto resignifica hoy la Antivisita?
–Totalmente. Lo que está pasando es impresionante, a fin de mes vamos a hacer otra función en el Centro Cultural Urondo. Es un ritual de encontrarse y de intentar hacer este duelo colectivo y mirar todo de nuevo. En la desnaturalización de la mirada sobre la Esma está implícito revisar cosas que se hicieron, cómo se hicieron y qué vale la pena sostener. En su momento quisimos cuestionar ciertas narrativas hegemónicas sobre estos espacios y ahora nos encontramos con que la obra vuelve a ser actual en su denuncia y en dar testimonio sobre estos tipos, como los que visitaron los diputados, de qué pasaba en la Esma, que hubo 30 partos en condiciones inhumanas y la mayoría de los bebés fueron robados. La obra pone el foco en ese aspecto: la violencia estatal, obstétrica, de a ratos es decir «y les recordamos que estamos hablando de cosas muy graves, como torturar embarazadas, robarse bebés». De pronto la obra vuelve a tener un contenido de denuncia, que antes esquivábamos todo el tiempo. En realidad la Antivisita juega a romper el discurso museográfico, pero en el fondo volvemos a decir lo que dijimos. Cuando hablo de tener pesadillas con Astiz es este Astiz. ¡Otra vez Astiz! Creíamos que ya estaba en la cárcel.

–Después del triunfo electoral de La Libertad Avanza se empezó a hablar sobre la necesidad de volver a contar la historia. ¿Cómo lo plantearías?
–El desafío es contar la historia de una manera que no sea repetir lo mismo, que incluya otra gente que no se sintió incluida en la narrativa que construyó el kirchnerismo y cierta parte de los organismos de derechos humanos, esa cosa celebratoria y triunfalista de lo supuestamente conseguido y de lo que se estaba llevando a cabo, que supuestamente querían los desaparecidos. Hay que recuperar consensos más amplios: fue un error muy serio solapar la identidad del movimiento de derechos humanos a cierto peronismo de izquierda cuando lo que está en juego no son cargos ni llegar al Gobierno sino una defensa de los derechos humanos que nos permita seguir funcionando como democracia. Ojalá podamos armar otro discurso que nos permita conectar con una mayoría que crea también que es una agenda importante para todos. En la crisis de 2001 sí se pudo articular un reclamo que era nuestro, del movimiento de derechos humanos y de los familiares de desaparecidos, con algo que le pasaba a la mayoría del pueblo argentino. En ese momento quedaron más expuestos los fundamentos económicos de la dictadura y el link con ese presente. Algo de ese orden se tiene que dar para que volvamos a traer nuestra agenda linkeando el presente con aquello no saldado.

–Entre las nuevas formas de contar la historia está el Diario de una princesa montonera. ¿Cómo fue recibida la reedición?
–Me acaban de dar una noticia hermosa: se reimprime de vuelta. Lo supe la semana pasada pero no llegué a alegrarme públicamente por las cosas que están pasando. Y estoy trabajando en una novela, de vuelta sobre el temita, cosa que no se me había dado desde la ficción. Creo que va a ser un poco incómoda, también. Pero bueno, es lo mío.

–Ahora estás con los preparativos para el cumpleaños de tu abuela.
–Sí, cumple 105 años, el 15 de agosto.

–¿Cómo es la relación con tu abuela?
–Bueno, soy la persona que se ocupa de ella y su referente en el hogar donde vive. Está súper bien, en un lugar de la colectividad judía que se llama Ledor Vador («De generación en generación»), donde la aceptaron con sus ingresos y por ser quién es, como forma de reconocerla. Eso es reparador, sin duda le puedo poner esa etiqueta. Estoy muy agradecida por donde está y ellos tienen muy bajo perfil, por eso los nombro. No es la misma de antes, pero me sorprende con cosas. Hace unos meses le dije si se acordaba del juez (Daniel) Rafecas, porque lo fui a ver. «¡Rafecas!», me dijo (se ríe), e hizo que le contara todos los detalles. La lucidez, la conciencia y el reclamo la mantuvieron aferrada fuertemente a la vida. Por otra parte siento que hay alivio en haber soltado un poco la lucha. Es el descanso que se merece. El otro día, como hacía un tiempo que no conversábamos nada de esto, le pregunto «¿Vos te acordás que te juntabas con otras abuelas?» Me miró con una cara… como diciendo «¿Te pensás que soy boluda?» (se ríe). Con mi abuela soy todas: soy un poco yo, un poco mi vieja, un poco cualquiera de sus cuatro hermanas, un poco su mamá.

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