Las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera han aumentado en la última década, lo que está provocando un peligroso incremento de la temperatura global. Efectos sobre los ecosistemas y la vida cotidiana. La situación de Argentina y la compleja relación entre ecología y pandemia.
24 de junio de 2020
Australia. Incendio en el estado de Gales del Sur, en diciembre de 2019. 10 millones de hectáreas en todo el país fueron arrasadas por las llamas. (AFP/Dachary)
El 22 de abril pasado se cumplió el 50º Aniversario del Día de la Tierra, establecido en Estocolmo en 1972, durante la primera conferencia internacional sobre medioambiente. Sin embargo, no solo durante esa jornada el planeta es noticia. Siempre lo es. No pasa un solo día sin que los medios hagan referencia a fenómenos naturales extremos: aumento de la temperatura global, derretimiento de hielos en los polos, muerte masiva de animales, ciclones, inviernos crudísimos, olas de calor mortales y toda clase de calamidades asociadas con la aceleración del cambio climático (CC) que está viviendo el planeta desde hace al menos 70 años. Incluso hoy, en tiempos de pandemia, pese a que hay menos circulación de transporte aéreo y terrestre, la contaminación no se detiene. De hecho, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) señala en su último informe anual que 2019 cerró una década de valores inusuales de calor y fenómenos meteorológicos de efectos devastadores: 2019 fue el segundo año más cálido del que se tengan datos.
Según el informe, se ha acelerado uno de los factores clave que provocan el calentamiento global y en consecuencia el CC: las concentraciones de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera llegaron a un nuevo máximo histórico de 407,8 partes por millón en 2018, y en 2019 volvieron a aumentar. El CO2, uno de los gases más contaminantes, permanece por períodos prolongados en la atmósfera y en los océanos, incluso hasta por siglos enteros.
Para Inés Camilloni, doctora en Ciencias de la Atmósfera e integrante del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA-UBA), «el valor de referencia previo a la Revolución Industrial era de 280 partes por millón de CO2, ahora estamos en las 413 partes por millón, y progresivamente está creciendo en forma cada vez más acelerada. El calentamiento de la Tierra produce que cambie no solo la temperatura sino que se modifiquen otras variables, como la lluvia, la humedad, la dirección del viento, la nubosidad y el nivel del mar. Esto tiene incidencia no solo en los valores promedio de estas variables –que en algunos lugares tienda a llover más, en otros menos–, sino también en la ocurrencia de lo que nosotros llamamos “eventos extremos del clima”».
El pasado diciembre finalizó en Madrid la 25º Conferencia de las Partes (COP25) sin grandes resultados. Se trata de la reunión de los países firmantes del Convenio Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) que se convoca cada año para llegar a consensos que permitan reducir las emisiones de gases contaminantes. El Acuerdo de París de 2015 determinó como objetivo global que el calentamiento global no sobrepase los 2°C (idealmente los 1,5°C) y reducir las emisiones en un 40% con respecto a los niveles de 1990 para 2030; sin embargo, al finalizar esta última COP25 quedó en evidencia que todavía se está muy lejos de esa meta, aun cuando los científicos llevan décadas advirtiendo del peligro. Bruno Giambelluca, responsable de la campaña de Clima y Energía de Greenpeace, reflexiona: «Asistí a la última COP en Madrid y pude comprobar que no se llegaron a acuerdos importantes por la simple razón de que los gobiernos no generan los suficientes compromisos para afrontar la crisis climática que se está viviendo. Eso –señala el ambientalista– hace que ciertos países no sean lo suficientemente ambiciosos respecto a la hora de abandonar los combustibles fósiles: que en lugar de 2050 sea 2030. Si se estableció llegar a 1,5°C en determinado año, no podemos, de seguir la situación actual, llevar el incremento de la temperatura promedio a más de 3°C».
México. Inundaciones en Yucatán causadas por la tormenta tropical Cristóbal. (AFP/Dachary)
Canadá. El casquete polar Ártico viene perdiendo hielo en forma constante. (AFP/Dachary)
En su «Revisión de la Contribución Determinada a Nivel Nacional» de 2016 al Acuerdo de París, la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación (hoy Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible) establece que «la Argentina no excederá la emisión de 483 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente (tCO2eq) en el año 2030. La meta se logrará a través de la implementación de una serie de medidas a lo largo de la economía, focalizando en los sectores de energía, agricultura, bosques, transporte, industria y residuos». Este compromiso del entonces Gobierno de Mauricio Macri en muchos aspectos no pasa de un mero gesto de buena voluntad, ya que las medidas que se han venido tomando para reducir las emisiones no fueron contundentes, y mucho menos durante la gestión de Segio Bergman al frente del área.
Deshielo acelerado
Otro dato preocupante es el derretimiento de los hielos polares. Era sabido ya que el casquete polar ártico viene perdiendo hielo en forma constante, pero se ha comprobado que en la Antártida se da el mismo fenómeno. Según un estudio satelital de la NASA y la ESA (la Agencia Espacial Europea), se estima que ambos casquetes pierden cerca de medio billón de toneladas de hielo por año. Lo inquietante es que este ritmo se ha multiplicado por seis en apenas tres décadas. Modelos de simulación por computadora dan por hecho que para 2050 el Ártico perderá todo su hielo en las temporadas de verano.
Giambelluca. «Los gobiernos no generan compromisos para afrontar la crisis.»
Camilloni. «Las soluciones requieren fuentes de financiamiento importantes.»
Albareda. «El calentamiento afecta la reproducción de las tortugas marinas.»
Rignot. «Hemos desencadenado la retirada de los glaciares en Groenlandia.»
Consultado por Acción, el glaciólogo estadounidense Eric Rignot, de la Universidad de California, y especialista en la interacción de los hielos con el clima, señala: «Hemos desencadenado una retirada irreversible de los principales glaciares en Groenlandia, con la amenaza de elevar el nivel del mar unos 3 metros en los próximos siglos. Y la retirada de hielos de la Antártida occidental contribuirá otros 3 metros». Rignot y su equipo estudiaron el derretemiento del glaciar antártico Denman y comprobaron que entre 1996 y 2018 retrocedió 5 kilómetros, enviando al mar grandes volúmenes de agua dulce que en el futuro podrían elevar el nivel del mar cerca de 1,5 metros. Si un solo glaciar podría provocar tales consecuencias, ¿cuántos metros entonces se elevarían los mares si se derritieran por completo las colosales masas de hielo que están sobre el continente antártico? La cifra que estimó Rignot en su respuesta es escalofriante: «La capa de hielo antártica alberga el equivalente a 57 metros de aumento global del nivel del mar, considerando que solamente la parte más vulnerable de la Antártida, donde el hielo tiene su base por debajo del nivel del mar, alberga un volumen de hielo suficiente para elevar el nivel del mar unos 19 metros si se derritiera por completo y volcara al mar».
Otro de los grandes problemas que desencadenó el calentamiento global es la fusión de los glaciares de montaña que se encuentran sobre los continentes, además del antártico. Gracias a su lento derretimiento natural, los glaciares han venido alimentando ríos y proveyendo de agua potable a miles de poblaciones a lo largo de los siglos, pero la actual aceleración de su fusión hace que también estos beneficios estén en grave peligro (ver Glaciares: pérdida irrecuperable).
A fines de 2019 y comienzos de este año Australia se vio asediada por incendios voraces que arrasaron con 10 millones de hectáreas, arruinaron cosechas, destruyeron 2.500 edificios, provocaron la muerte de 50 personas y los daños económicos y a la naturaleza fueron enormes. El fuego, descontrolado, se cobró la vida de 500 millones de animales.
En todo el mundo, centenares de especies están sufriendo los estragos del CC, ya sea por la destrucción de sus hábitats como por los efectos directos del aumento de la temperatura global. Por caso, algunos osos polares, ante la falta de alimento debido al éxodo de especies por el derretimiento de los hielos, están cayendo en el canibalismo.
Rusia. Un oso polar camina por la ruta en las afueras de la ciudad de Norilsk. (AFP/Dachary)
Un ejemplo de cómo los efectos del CC pueden modificar variables impensables es el de las tortugas marinas. Según explicó a Acción Diego Albareda, veterinario e investigador del EcoParque de Buenos Aires, «hay estudios científicos sobre un problema que se da en las zonas de anidación de latitud tropical. Allí sí se nota un impacto directo porque afecta la cuestión reproductiva». Según explica el especialista «los huevos tienen básicamente un ciclo de entre 45 y 60 días de incubación. Lo que es importante en este punto es que la determinación del sexo está dada por la temperatura en el nido, la llamada “temperatura pivotal”. Lo que está pasando es que al aumentar la temperatura por efecto del cambio climático, lo que produce es que nacen más hembras que machos. Eso se llama feminización de las poblaciones».
Financiamiento
Aun con todas estas alertas, ponerse de acuerdo entre los gobiernos que integran la ONU parece ser un horizonte todavía muy lejano. Lo cierto es que el tiempo apremia, porque la contaminación continúa y el clima del planeta no distingue fronteras y encuentra a cada país llevando a cabo sus políticas ambientales según sus propios intereses.
Gran parte de esta encrucijada pasa por la economía, hoy muy golpeada a nivel mundial por la pandemia de coronavirus (ver Limpieza obligada), ya que la clave para avanzar en las cuestiones ambientales son las inversiones para producir energías limpias, tal como aclara Camilloni: «Las soluciones al cambio climático requieren de fuentes de financiamiento importantes, de tecnologías, porque significa reconvertir la forma en que se produce energía. Pasar del uso de petróleo a fuentes renovables: energía solar, eólica. Para eso alguien tiene que invertir».
Tanto científicos como ambientalistas tienen al menos un punto de coincidencia: el tiempo se está agotando. Para Rignot, «el futuro depende de cómo manejemos el planeta. Si minimizamos nuestras emisiones de carbono y encontramos una forma eficiente de reducir las concentraciones en la atmósfera, todavía hay tiempo para, por ejemplo, retrasar el derretimiento de los hielos polares por muchos siglos más. Detenerlo puede ser muy difícil, pero es posible aminorarlo. En este momento, lamentablemente, no estamos desacelerando en absoluto».
La mirada cooperativa
Cuidar la casa común
«Nuestra casa común está en peligro. Hay modos de producción y consumo que agreden constantemente a la naturaleza. No es mucho el tiempo que tenemos para revertir esta situación. Debemos actuar ahora, con nuestros valores y principios como bandera, para demostrar a escala global que es posible desarrollar una economía con inclusión social y protección de los recursos naturales». Con estas palabras, Ariel Guarco, presidente de la Alianza Cooperativa Internacional (ACI), se refiere al tema del Día Internacional de las Cooperativas 2020 –que se conmemora, como cada año, el primer sábado de julio–: la acción por el clima. La consigna está en consonancia con el 13° objetivo de la Agenda 2030 para Desarrollo Sostenible, lanzada por la Organización de las Naciones Unidas en 2015. «El movimiento cooperativo puede utilizar esta oportunidad para alzarse como actor global del cambio y colaborar con sus socios en la comunidad internacional. Este esfuerzo colectivo puede tener un impacto considerable en la agenda sobre el clima y lograr una transición ecológica justa para todas las comunidades, sin dejar a nadie atrás», agrega el presidente de la ACI. Y alerta sobre las graves consecuencias que tiene la problemática ambiental, sobre todo en los grupos más vulnerables: pequeños agricultores, las mujeres, los jóvenes, los pueblos indígenas y las minorías étnicas.