Opinión

Ezequiel Fernández Moores

Periodista

Entre el amor y el espanto

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Voz de la tribuna. Bandera a contramano de una práctica instalada en las hinchadas.

Foto: Getty Images

La canción sirvió a la Policía de la Provincia de Buenos Aires en 1981, plena dictadura, para lanzar la campaña del Operativo Sol en la Costa Atlántica. La voz de una niña llamada Gracielita cantaba con letra de Poggy Almendra: «Bobby, mi buen amigo, este verano no podrás venir conmigo/ hoy escuché cuando papá decía que esta vez no te podrá llevar/ Bobby no me extrañes mucho, pronto voy a regresar/ cuida todos mis juguetes, Bobby no te portes mal». La policía recordaba así a la ciudadanía que no podía llevar a sus mascotas en el auto si viajaba a la Costa. Los hinchas comenzaron a adoptarla para saludar especialmente la salida de sus equipos a la cancha: «Boca/River (el equipo que fuere), mi buen amigo, esta campaña volveremo’ a estar contigo/ Te alentaremo’ de corazón,  esta es tu hinchada que te quiere ver campeón/ No me importa lo que digan, lo que digan los demás/ Yo te sigo a todas partes, cada vez te quiero más». Es uno de los mejores momentos de cancha. Un canto colectivo de fidelidad que se sigue cantando aún hoy. Porque el fútbol, pese a todo, sigue siendo una máquina de ilusiones de la fiesta popular. 

Pero, con los años, la letra de esa misma melodía fue mutando hasta llegar a su versión más viralizada de estos últimos tiempos.

Advertencia: es letra de hinchas de Nueva Chicago dedicada a sus rivales clásicos de Almirante Brown en nuestro fútbol de ascenso, Far West sin ley de la pelota criolla: «Escuchen, corran la bola, se hicieron putos los negros de Casanova/ Qué lindo es ver, vamo a coger, allá en los ranchos cerca de la Ruta 3/ Los negros llegan de noche y se visten de mujer, para hacer un par de pesos porque tienen que comer». Toda la discriminación junta. Todo celebrado.

Tanto que un grupo de hinchas la cantó en plena fiesta en las calles de Doha, ante las cámaras de TyC Sports, durante el Mundial de Qatar. La letra, claro, tenía esta vez, adaptación dedicada al nuevo humillado: «Escuchen, corran la bola, juegan en Francia pero son todos de Angola/ Qué lindo es, van a correr, son cometravas como el puto de Mbappé/ Su vieja es nigeriana, su viejo camerunés, pero en el documento, dice nacionalidad francés». El cronista Matías Pellicioni la reprobó al aire de inmediato, pero el video se hizo viral. 

Fue aun más rápido el corte del vivo que hizo en su Instagram Enzo Fernández dentro del micro fiestero de la selección, posvictoria ante Colombia en la final reciente de la Copa América en Miami, cuando él y algunos de sus compañeros comenzaron a cantar esa misma canción. Fue más rápido, sí, pero también inútil. Enzo fue el primero que se equivocó y el primero que se disculpó. Amenaza ser también el primer sancionado. Poco favor le hicieron los hinchas de River el domingo en el Monumental. Se sumaron al homenaje cantando justamente la canción que hoy Enzo quiere olvidar. Y que amenaza convertirse en nuevo himno, a tono con los tiempos de odio.    

Hit reciente
En nuestras canchas, naturalizamos la tradición (no exclusiva de Argentina) de burlarnos del rival del modo más hiriente posible. Que «Brasil está de luto, son todos negros, son todos putos». Que «a estos putos les tenemos que ganar». Que «eso no es un arquero, es una puta de cabaret». Que «son de Bolivia y Paraguay». Que «quiero ganar la Libertadores y una gallina matar» y un hit más reciente en el que, ahí sí, los árbitros paran el partido hasta que cese el canto: «En el barrio de La Boca viven todos bolivianos, que cagan en la vereda y se limpian con la mano/ Los sábados en la bailanta se van a poner en pedo, y se van de vacaciones a la playa del Riachuelo/ Hay que matarlos a todos mamá, que no quede ningún bostero». También se detenía (y se detiene) el partido cuando los hinchas de Chacarita le cantan a los de Atlanta: «Ahí viene Chaca por el callejón, matando judíos para hacer jabón». Hitler, claro, es un límite.

El espanto es permitido en casa en nombre del «folclore», de nuestra «viveza» o de lo que fuere. Porque supuestamente no somos un país racista, porque no tuvimos colonias, porque los colonialistas no pueden darnos lecciones, etcétera. Otros recuerdan que la libre expresión de la tribuna también llevó a cantar contra la dictadura, o entonar la Marcha Peronista en tiempos de prohibiciones. No importa que ese «juego» haya provocado que llevemos más de diez años sin hinchas visitantes en nuestras canchas y que casi todos los fines de semana siga habiendo violencia y hasta muerte en los estadios. Difícil bajar hoy los niveles de odio en un país que votó como presidente a un candidato con la ofensa como bandera. Que gobierna insultando a rivales propios, extranjeros e inventados. Insulto habilitado.

El mundo mira
Ser campeón tiene sus privilegios, pero conlleva obligaciones. Y cuando sos campeón del mundo te mira el mundo. Ya no nos sirve el argumento del folclore para habilitar cualquier insulto al rival. Más aún cuando la burla expone viejos y profundos dolores del otro. Días atrás escribí en otro artículo que si Enzo Fernández (que no fue el único que cantó) pidió perdón, por qué no debatir si realmente no deberían hacer lo mismo la AFA y la selección toda, capitán incluido (antes, además, de que la propia FIFA pueda exigirlo a través de eventuales sanciones). La cloaca rentada de las redes canceló cualquier debate. Puro insulto. Previsible. Aburre hoy más el insulto que la tan mentada «corrección política». 

En 2015, el periodista alemán Christoph Biermann llegó a Buenos Aires para conocer el famoso folclore de nuestras canchas. Los primeros minutos fueron envolventes, una sensación de ambiente único, todos obligados a cantar, platea y popular juntos. A los minutos siguientes, la sensación, me contó Biermann, dejó de ser envolvente.

La describió como «intimidante». Había que seguir cantando. Son canciones que tienen hasta libro propio. Que cuenta origen e historia de cada una. Y que recuerda la paradoja de haber ido a la cancha con novia brasileña fascinada porque escuchaba a los hinchas entonando la melodía de «Cidade maravilhosa». La canción postal de Río de Janeiro. «Llena de encantos mil/ Corazón de mi Brasil». Los hinchas simplemente cantaban: «Castrilli, hijo de puta, la puta que te parió».

El libro es de 2020. Su autor, Manuel Soriano, lo llamó Canten putos!

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