Informe especial | Entrevista a María Pía López

Un mundo peor

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Esteban Magnani - Fotos: Jorge Aloy

Gobiernos atendidos por sus dueños, gestión tecnocrática de las emociones e inéditas formas de explotación: para la socióloga, estamos viviendo un brusco cambio de era. Nuevas confrontaciones y nuevos sujetos.

Cada vez más analistas intentan explicar lo que ya se percibe como un cambio de paradigma general en la manera de organizar globalmente la economía, la política y la sociedad, y cómo eso se entreteje con nuevas tecnologías y formas de ser y estar en el mundo. La trama es larga y las grandes explicaciones parecen necesarias para encontrar sentido en un momento histórico muy particular.

«Lo que veo es que hay un cambio evidente en el modelo de acumulación. Estamos en un pasaje que va hacia una acumulación que pasa por la gestión digital del mundo, una economía de los datos», explica la doctora en Ciencias Sociales María Pía López, quien viene reflexionando sobre estos temas. «Ese cambio –dice–, por supuesto tiene un soporte material, pero claramente no promueve un modelo industrialista. Creo que estamos viendo algo que durante siglos no veíamos con esta claridad, al menos desde la Revolución Francesa hasta acá: el Gobierno es manejado por sus propios dueños. Y eso plantea otra cuestión que es qué pasa con la democracia», continúa la ensayista, docente e investigadora.

–¿Está en juego la democracia?
–En el caso de Trump, de Estados Unidos, es claro que sí. Y acá estamos en un borde también complejo: aparecen los mecanismos democráticos formales, un sistema electoral, algunas leyes, pero todo reducido a su mínima expresión. Y después, cuando se resuelve la cuestión electoral, se suprimen las condiciones mismas de este proceso. La democracia tenía que ver también con una profesionalización de los cuadros estatales, esas burocracias necesarias para la gestión de la continuidad de lo público. Todo eso fue suspendido en este nuevo Gobierno de los dueños.

–Recién hiciste énfasis en una gestión digital informática de la sociedad, ¿eso es causa o consecuencia de estos dueños del sistema gobernando directamente?
–Es ambos al mismo tiempo. Me parece que la dimensión de la transformación tecnológica es abrumadora. Es algo que no podemos terminar de pensar ni entender. En la pandemia resultó evidente que estábamos al borde de esto, pero ahora ya estamos en una realidad completa de ese sistema de pensamiento.

–¿Es como un proceso que se retroalimenta? ¿Un cambio en el modo de acumulación a través de los datos permiten otra gestión de la realidad, desde los negocios hasta las subjetividades, lo cual fortalece este modo de acumulación?
–Y lo vuelve más espantoso. En ese sentido siento que estamos ante un cambio de época brusco, que apareció otra cosa, otro modo de vida, otro modo de sentir. Por ejemplo, en los comienzos de internet existía la fantasía de que eso era democrático, de que siempre iba a ser así. Y ahora es claro que no y que está en riesgo la experiencia colectiva democrática.

–¿Y qué ven los dueños de la Argentina en Milei?
–Yo creo que hay algo que es muy profundo de ese empresariado: la idea de que hay que terminar con la Argentina peronista, aunque se lleve puesta el mercado interno. Que es la oportunidad de cambiar las leyes laborales, la idea de derechos organizando la vida, las jubilaciones y los sindicatos. Para mí es la decisión de terminar con la Argentina del peronismo.

–Se vuelve a hablar mucho del conductismo, de un Gobierno de las emociones y de la posibilidad de condicionar respuestas en las masas.
–No solo el conductismo: también la neurociencia. El otro día leía un libro de Federico Pavlovsky sobre apuestas online donde contaba la cantidad de inversión que tienen en Silicon Valley en neurociencia. Ahí se estudian cosas como cuántos segundos necesitás para resolver una decisión satisfactoriamente sin que te cause, por ejemplo, frustración, y cómo eso organiza nuestro consumo digital. Ese saber preciso está en Duolingo, en cómo usamos las redes, en cómo compramos… Diseñan sus plataformas en base a lo que saben sobre la liberación de neurotransmisores. Esto genera un escenario muy catastrófico, porque si la sociedad se puede moldear así y estos sistemas tienen dueño, entonces estaríamos condenados a un nuevo tipo de régimen de explotación y servidumbre, que es otra cosa.

–¿El avance de este modelo tiene que ver con el fracaso de cierto progresismo que se enfocó en los derechos de las minorías, pero no atendió las necesidades de las mayorías?
–No. No creció la subordinación al mundo tecnológico por el fracaso de los progresismos, porque toda sociedad es siempre el conjunto de las insatisfacciones. No habría forma de gestionar sin que exista esa insatisfacción. Yo creo que lo que aparece es otra cosa. Porque, si no, es como subirse a pegarle a la lengua de los derechos, a la lengua del progresismo en nombre de este momento histórico del capitalismo que igual se hubiera realizado.

–Steve Bannon, asesor de Trump, señaló como un gran traidor de los ideales progresistas a Barak Obama, que rescató a los bancos y fondos de inversión con fondos públicos. ¿La bandera por los derechos de las minorías no fue utilizada por el neoliberalismo? Ahora la ultraderecha aprovecha eso para distraer de lo que viene realmente a hacer.
–Lo que llamamos progresismo es un conjunto de luchas sociales y el neoliberalismo no va a mejorar las condiciones de las mujeres, los negros, los trans u otras minorías. De algún modo, se le da una racionalidad a la derecha cuando se dice eso. Para mí hay que abrir una pregunta por «lo otro» del capital. Si lo que está construyendo el capital con este uso de la tecnología es una nueva oligarquía del gobierno del capital y del mundo, lo que hay que preguntarse es qué hay del otro lado, con qué se confronta eso. Y lo que confronta con mucha intensidad en las últimas décadas es ese movimiento donde no aparece tanto la condición de clase, pero sí otros sujetos habitualmente llamados de las minorías. Ese es el sujeto que efectivamente confronta y produce una argumentación en esa confrontación.

–La ultraderecha no se propone mejorar tampoco la situación de todos. Es abandonar los derechos para beneficio de los más fuertes.
–Claro. Para mí le pregunta es: «Lo que existe ¿qué potencia tiene?». Y yo veo una potencia de construir otro tipo de experiencia, otro tipo de socialización, otro tipo de organización que es lo opuesto a lo que construye ese otro mundo digital. Hay una experiencia sobre la que se sostiene esta subjetivación, pero solo podemos responder con otras experiencias. Pero si no hay otras experiencias de vida, otros horizontes, es imposible. Cuando ellos argumentan contra los derechos es para decir «Dejemos al poder en su estado puro y duro». Cuándo se usa ese argumento, ¿quiénes pierden? No pierde el capital. Entonces, ¿qué significa decir que tiene razón? Entiendo el argumento que sostiene que decir que todos tenemos derechos mientras los pibes que trabajan en Rappi sienten que no tienen ningún derecho y por eso votan a Milei. Me parece que eso permite entender algo, pero al mismo tiempo empieza a entregarle una racionalidad. Porque siempre va a ser mentira que el derecho es universal para el cien por ciento de la población. Siempre alguien no va a poder acceder a algo a lo que tiene derecho. Lo que hace la derecha muy eficazmente es decir ahí tenemos un problema en la relación entre lo universal, las minorías, y en vez de resolverla en profundidad dice «seamos sinceros, no hay derechos para nadie». Al denunciar solo quieren ratificar el poder.

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