8 de octubre de 2024
Mientras retorna el antagonismo entre el PSOE y el PP, el partido de Abascal sufre un declive electoral que complica su plan de articular a las fuerzas reaccionarias. El desafío de «Se acabó la fiesta».
Madrid. Discurso de Abascal en un acto rumbo a las elecciones europeas celebradas en junio de este año.
Foto: NA
A finales de 2013, cuando un grupo de dirigentes, que venían del ala más conservadora del Partido Popular (PP), anunciaron la creación de Vox, parecía impensado que una expresión de la extrema derecha accediera al Parlamento español o integrara alguno de los Gobiernos de las llamadas comunidades autónomas. La sombra del franquismo se cernía como un límite para que cualquier experimento partidario, plausible de ser identificado con ese sombrío antecedente, pudiera cruzar el rubicón de la normalización político-institucional y alcanzara ámbitos de representación. Sin embargo, en los años siguientes, varios elementos locales e internacionales se combinaron para que a Vox se le abriera una ventana de oportunidad.
El nuevo impulso que tuvo la avanzada posfascista con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2016, el desencanto que generó el gobierno del PP encabezado entonces por Mariano Rajoy (2011-2018) entre los sectores más duros de la derecha española, la crisis vinculada a la cuestión migratoria y los efluvios de nacionalismo cerril que se suscitaron a propósito del proceso independentista en Cataluña configuraron el contexto particular en el que emergieron Santiago Abascal y sus huestes.
Finalmente, en 2018, Vox dio el zarpazo en las elecciones autonómicas de Andalucía y obtuvo 12 escaños, entrando por primera vez a un Parlamento regional. A partir de entonces, protagonizó un crecimiento moderado pero sostenido que lo llevó a tener 33 diputados nacionales y a conformar gobiernos de coalición con el PP en varias de las comunidades autónomas y ayuntamientos o municipios.
Contrastes y reordenamientos
Sin embargo, la actual situación de Vox presenta más dudas que certezas. Su capacidad de fungir como articulador de la denominada «Internacional Reaccionaria» y de propiciar una activa red ultraconservadora, sobre todo entre España y América Latina mediante el llamado Foro de Madrid (que tuvo su más reciente edición en Buenos Aires con la presencia de Abascal y Javier Milei), contrasta con el magro resultado que tuvo en las elecciones europeas de junio pasado, en las que quedó tercero (con el 9,56% de los votos, a más de 20 puntos de distancia del PSOE y del PP, y en las que empeoró su performance respecto de las elecciones generales del 2023 cuando obtuvo el 12,38%).
A este cuadro, hay que añadirle la irrupción en esos mismos comicios de «Se Acabó La Fiesta» (SALF), un nuevo espacio de ultraderecha liderado por el influencer Alvise Pérez que sumó más de 800.000 votos y obtuvo tres eurodiputados, «pescando» mayormente en una parte del electorado aparentemente afín a las «propuestas» de Abascal.
De todos modos, resulta indudable que la incidencia de Vox en el clima social y político excede los términos electorales. Su ostensible influencia en el corrimiento hacia la derecha en el debate público español se liga con el reposicionamiento del PP que, ante la amenaza de perder una parte significativa de su electorado, ensayó desde hace un tiempo una radicalización aún más conservadora, montada sobre muchos de los tópicos machacados por Vox. Es decir: si el PP pudo relanzarse como el partido dominante entre las derechas españolas, las «nuevas» inflexiones que tomó el campo conservador fueron trazadas por Vox y se entreveraron con la agenda ultraregresiva de la «Internacional Reaccionaria».
En el caso de Vox, la defensa encendida de una postura ultraneoliberal en temas económicos convive con la reinstalación, de acuerdo con un artículo publicado por el investigador Víctor Albert-Blanco en la revista Nueva Sociedad, de «un discurso identitario y nacionalista», en el que «la religión emerge como un recurso simbólico para justificar las posiciones del partido respecto a las políticas morales, la agenda feminista y los derechos lgbti+».
Las dos corrientes ideológicas que parecen convivir en Vox, la neoliberal-autoritaria y la social-identitaria (con una primacía de la primera, en la categorización que proponen los especialistas Ismael Seijo Boado y Joan Antón-Mellón en su estudio conjunto publicado en la revista Disjuntiva, de la Universidad de Alicante), configuran una fuerza en la que coexisten ciertos elementos que la acercan tanto a experiencias como la iliberal o nacional-conservadora de Viktor Orbán como, en simultáneo, a las extremas derechas latinoamericanas, con los paleolibertarios de Milei a la cabeza, que imponen la desregulación de mercado a ultranza junto a elevadas dosis de lo que Boado y Antón-Mellón refieren como el «autoritarismo social y reaccionarismo moral» propios del antedicho neoliberalismo autoritario.
En ese marco, la reciente salida de Vox del grupo Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) en el Parlamento regional y su sorpresiva incorporación a Patriotas por Europa, un bloque recientemente creado que pretende liderar Orbán, puede ser leída tanto como una muestra de la afinidad de Vox con las fuerzas social-identitarias de la extrema derecha europea, de Orbán a Marine Le Pen, como un interrogante sobre un posible atenuamiento de la postura «atlantista» que Vox venía manteniendo, evidenciada hasta ahora en su alineamiento acrítico con Washington y Bruselas respecto al conflicto ruso-ucraniano.
Alvise Pérez. El influencer, que tiene como referentes a Trump y Bukele, se prepara para una rueda de prensa, en julio.
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Un nuevo agitador
No menos importante a la amenaza para la vida democrática que sigue representando Vox, se agrega ahora la súbita aparición de SALF. Este espacio, más bien una suerte de agrupamiento «3.0» liderado por el agitador digital Alvise Pérez, consiguió el 4,59% en las elecciones parlamentarias europeas, mediante una campaña sumamente agresiva y centrada totalmente en las redes sociales. Pérez exhibe un estilo muy similar al de Milei, al que incluso le copió argucias como el anuncio de que donará su sueldo de diputado por el Parlamento europeo tal como hacía el actual presidente argentino cuando era diputado.
Alvise Pérez, que también tiene de referentes a Trump y al salvadoreño Nayib Bukele, pasó de ser parte de Ciudadanos, aquella fuerza que resultó un emergente por derecha de la crisis de 2011 de la que también surgiera Podemos, a mostrarse como un outsider y servirse de las retóricas de la antipolítica mientras azuza algunos de los tópicos usuales de las extremas derechas como el antifeminismo, la propagación de datos inventados o groseramente manipulados, y otros elementos específicos de los posfascismos europeos como la islamofobia, las posiciones anti-migratorias y las críticas a la burocracia que gobierna la UE desde Bruselas.
Pérez hizo, desde los tiempos de la pandemia, una utilización descarnada de las llamadas fakes news o «bulos», como se les dice en España, situando como principal destinatario de sus dardos al Gobierno de Pedro Sánchez, pero atacando también a políticos de otros partidos e incluso a periodistas. Su aparición supone todo un desafío para el predominio que el partido de Abascal ejerció hasta ahora al interior de la extrema derecha española.