6 de junio de 2013
Cobijo Urbano es un bachillerato popular que funciona en la localidad de Loma Hermosa, en el partido bonaerense de San Martín. Emplazado en un terreno recuperado tras la crisis de 2001, fue diseñado bajo las pautas de la arquitectura natural –ladrillos de adobe y techo vivo–, y en su construcción participaron –y participan– vecinos, cooperativistas de Argentina Trabaja y estudiantes universitarios. En muchos casos, quienes con sus manos levantaron las paredes, son hoy estudiantes. Y los nuevos que se sumaron al proyecto completan el círculo y participan también de las jornadas de trabajo voluntario en la escuela. El bachillerato transita su segundo año de existencia, con un cupo de 30 estudiantes en cada año y una plantilla de docentes que reúne a estudiantes de la Universidad Nacional de San Martín –cercana al colegio– y vecinos de Loma Hermosa y barrios aledaños.
Si bien la arquitectura de Cobijo Urbano toma como parámetros la concepción de la construcción de los pueblos originarios –natural y cooperativa– también hacia adentro las formas educativas responden a un modelo alternativo. «La crisis educativa se manifiesta en los sectores más vulnerables. En los secundarios donde empiezan 15 chicos, lo terminan 5. El docente se ve totalmente superado porque las herramientas pedagógicas que aprendió no le sirven para enfrentar la realidad de los pibes», cuenta Florencia, quien fue docente de educación secundaria convencional y hoy trabaja en bachilleratos para adultos y en Cobijo, donde la herramienta para responder a esta problemática hace eje en la educación popular.
«A los barriletes, los vamos a ir a buscar cuando falten», dice un profesor a la clase, como metáfora para explicar el «seguimiento de cada chico», y también como regla de convivencia, que insta por igual a estudiantes y docentes a estar atentos al compañero que no asiste a clases, para llamarlo o bien ir a buscarlo a su casa, y conocer la problemática que le impide concurrir a la escuela. La idea es arbitrar los medios disponibles para que el chico se reintegre al curso.
En un principio, Cobijo se gestionó a través de organizaciones barriales y universitarias. Sin embargo, pasaron dos semanas, y la caja la manejaba un alumno, las tareas de seguimiento y jornadas de trabajo voluntario se debatían en clase, y hasta los locros y eventos contaban con la participación plena del estudiantado. Una gestión que desde sus inicios hasta hoy, hace de la participación y la autoorganización de todos los involucrados –docentes, alumnos y vecinos– los dos pilares de su funcionamiento.
En las clases, todos tienen voz. Los saberes se comparten porque los estudiantes, en su mayoría adultos trabajadores, traen la experiencia práctica y la tarea de la educación popular es rescatar esa experiencia, esas voces y ponerlas en valor.
Cobijo, poco a poco, se erigió en un punto de organización territorial, en un espacio donde estudiantes, docentes –y hasta los mismos vecinos–, interactúan, debaten sobre la forma de educarse, de relacionarse, de hacer política. «Las clases van dando cuenta de que nos han contado mal la historia», sostiene uno de los alumnos. Y agrega: «La historia es hoy, y se hace participando».
—Texto y Fotos: Facundo Nívolo