26 de junio de 2014
Cada cuatro años se desarrolla un evento que se espera y se vive entre entusiasmos, ansiedades, proyecciones y hasta temor. Es que el Mundial de Fútbol, como ningún otro evento deportivo, desata fervores masivos, altera el ritmo normal de sociedades de los cinco continentes y refuerza pertenencias en torno de los designios azarosos, y no tan azarosos, de la pelota. Brasil organiza el torneo por segunda vez en su historia; país futbolero por excelencia, aunque envuelto en protestas sociales que cuestionan los gastos excesivos que supuso la organización del evento en desmedro de otras áreas como la salud, la educación y el transporte. Pese al tenso clima social, la vigésima edición del certamen reúne atractivos que potencian la gran fiesta del fútbol. Banderas, disfraces, rostros pintados, símbolos, bailes y espíritu de celebración dan forma a un torneo que asume las características de auténtico ritual. Hinchas de 32 selecciones de los cinco continentes aportan color y protagonismo, en una muestra más de que la Copa del Mundo trasciende lo que sucede dentro de la cancha y expone su condición de acontecimiento social y cultural: un acontecimiento en el que interviene el negocio que aturde, con su disputa entre marcas deportivas, la inversión millonaria en televisión y los nacionalismos exacerbados, pero también genuinas pasiones y legítimos duelos de estilos y tradiciones futbolísticas.
Así, los 12 estadios que albergan el Mundial de Brasil exhiben multitudes heterogéneas y tonalidades de las más diversas. La presencia sudamericana, región donde el fútbol genera adhesiones íntimas y especialísimas, es una de las notas destacadas, teniendo en cuenta la cercanía geográfica con el país anfitrión y la participación de 6 selecciones –Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador y Uruguay– nucleadas en la Conmebol (Confederación Sudamericana de Fútbol), hecho que no sucedía desde 1930, la primera edición de un torneo que no demoró en convertirse en fenómeno global. También desfilan por las remozadas canchas brasileñas hinchas de equipos europeos con historia grande en mundiales y de países asiáticos, africanos y del resto de América y Oceanía, convocados –todos– a una fiesta global que viven como si la distancia que separa un mundo de otro no fuera impedimento para aportar sus mejores trajes a la cita mundialista.
Fuera de los estadios, y más allá de las protestas, la Copa del Mundo también se juega en los denominados Fan Fest. Para aquellos que no consiguieron entradas para los partidos, en playas, plazas y parques públicos, los hinchas siguen los partidos en pantallas gigantes montadas por la FIFA, disfrutan de shows artísticos y llevan a cabo un intercambio cultural atípico.
Dentro de la cancha, el foco está puesto en los equipos y en el elenco de estrellas que aspiran a consagrarse en el Mundial. Y en los rostros, máscaras y disfraces, que son parte fundamental de un encuentro con ribetes de carnaval popular y de drama deportivo, cuando, durante un mes, el tiempo parece suspenderse para dar lugar a la celebración del juego más universal de todos.
—Texto: Pablo Provitilo
Fotos: AFP Dachary/Archivolatino