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La casita de Kiki

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La casita de Kiki es un lugar de encuentro en las entrañas de la villa 20, en el barrio porteño de Villa Lugano. Sus puertas están siempre abiertas para todos aquellos que quieran participar, como los más de 40 chicos y chicas de todas las edades que forman parte de los talleres artísticos o de las actividades recreativas; o los que durante todo el año reciben apoyo escolar para primario y secundario. Y también es donde se comparte la merienda. La casita es sobre todo mucho esfuerzo, mucho corazón y una fuerte convicción de que es posible un mundo mejor.
En 2007 un grupo de jóvenes, en su mayoría estudiantes secundarios, comenzaron a trabajar en el barrio. Primero, en lugares improvisados o prestados por los vecinos; también alquilando espacios. Dos años más tarde, el destino de este grupo de estudiantes se cruzó con una realidad trágicamente cotidiana en las barriadas más pobres de la ciudad: en pleno invierno de 2009 Jonathan Kiki Lezcano y Ezequiel Blanco fueron asesinados por un policía que dijo que intentaron robarle. Ezequiel tenía 25 años y Kiki, 17. Sus cuerpos sin vida fueron depositados en la morgue judicial y poco después enterrados en una fosa común como NN. De poco sirvieron las declaraciones de vecinos que fueron testigos de la paliza que la brigada policial que actúa en el barrio le dio a Kiki. Tampoco sirvió hallar el video –filmado por el propio personal policial– minutos antes de que el adolescente muriera, donde se lo ve terriblemente golpeado, mientras se escuchan risas e insultos de fondo. Kiki y Ezequiel pasaron así a integrar la lista –cada vez más larga– de víctimas de gatillo fácil que desde 1983 y de acuerdo a datos de la Coordinadora contra la represión policial e institucional (Correpi), asciende a casi 3.000, en su mayoría varones, jóvenes y pobres. Angélica Urquiza, mamá de Kiki, no estaba dispuesta a que la muerte de su hijo quedara impune y en el ancho y solitario sendero en busca de justicia conoció a los estudiantes que venían  trabajando en el barrio. Juntos proyectaron la construcción de la Casita. Avanzando contra la corriente, sin ningún apoyo económico, siempre a pulmón, juntando dinero con rifas, kermesse y venta de panes rellenos, durante un año y medio, entre los compañeros y los vecinos, ladrillo a ladrillo la Casita se hizo realidad.
En el barrio la imagen de Kiki está en murales y paredes pintadas. Y también en el frente de la Casita, que se agranda para brindarles un espacio de expresión y contención ya no sólo a los más chicos, sino también a los pibes más grandes, en su mayoría adolescentes. En el primer piso recién inaugurado tendrán lugar las actividades de promoción de la salud y prevención de enfermedades y se proyectarán también las excursiones para los chicos de la colonia que funciona cuatro veces por semana en verano. «Los talleres y el apoyo escolar están hoy en día sobre ruedas –remarcan orgullosos en su blog los integrantes de la agrupación–, mientras intentamos resolver la construcción del baño para dinamizar las actividades. Por supuesto con miras a seguir creciendo y sin más recursos que nuestro propio esfuerzo».

—Texto y fotos: Walter Sangroni

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