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La Mona a flor de piel

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El año pasado, la Legislatura de la ciudad de Córdoba declaró  patrimonio cultural provincial al cuarteto en todas sus manifestaciones: música, letras y baile. La distinción es un homenaje a todo el fenómeno popular que nació en 1943, mezcla de paso doble y tarantela, gracias al mítico Cuarteto Leo, liderado por Leonor Marzano, pianista y compositora a la que apodaban «madre del baile del tunga tunga cordobés». Los planes oficiales contemplan otros honores: el «Camino a la fama del Cuarteto», un paseo con esculturas de artistas representativos,  placas de mármol con los hitos del fenómeno y una parquización especial que haga amable el recorrido. Este reconocimiento, más allá de las polémicas, está atravesado por un profundo sentido de identidad  y pertenencia, que tiene cómo ídolo mayor a Carlos la Mona Jiménez, el más convocante y carismático fenómeno cuartetero de todos los tiempos.
Daniel Zen –director de la revista La Mona– afirma que «basta presenciar un solo baile de cuartetos para darse cuenta de la enorme identificación del público con su ídolo». Y agrega: «Hay que ir un viernes a la noche al Club Sargento Cabral a ver a la Mona y observar la piel de los bailarines; muchísimos tatuados con la Mona, una marca eterna».
«Yo sería algo así como el tatuador oficial de la Mona», cuenta Damián Godoy. «Empecé haciéndome uno y después tatué casi todo el cuerpo a mi hermano. Seguí con murales en mi casa. Anuncié que iba a tatuar gratis en el Cabildo de Córdoba y desde ahí, ya no paré. A todos los que aman a la Mona y no tienen recursos no les cobro. Quiero llegar a hacer 10.000 tatuajes», señala eufórico.
La casa de Godoy está en el popular barrio de Guiñazú, al norte de la capital cordobesa; en un diario peregrinar, los admiradores de la Mona se congregan, llevados por algún tipo de ritual, para organizar la presencia de la barra «Los tatuados de Guiñazú» en los próximos bailes. «Lo mío es una demostración de amor total porque no hay nadie como él para cantar todas nuestras verdades –relata Lucas, hermano de Damián–. Empecé por tatuarme los brazos, la espalda, la cintura, el pecho, y ahora las gambas. Quiero batir el record de ser el más tatuado con la Mona».
Hay un culto especial  hacia estos tatuajes, que ya dejó de ser un tabú para convertirse en un símbolo contundente de adhesión afectiva al ídolo. «Con estos tatuajes queremos que la Mona sepa que nuestro amor es incondicional –aclara Leonel Márquez–. Él ya nos conoce. Somos parte de la leyenda», sostiene.
Los varones eligen, por lo general, una canción completa para estamparla en su espalda,  mientras que las mujeres apelan a una frase corta y romántica. «Deseaba hace mucho tatuarme a la Mona, para mí es lo más grande que hay –confiesa Fernanda Villarroel–, pero tenía un poco de miedo porque hubo casos de discriminación muy grande. Pero al decidirme me grabé una frase de su canción «Solo tú» y ahora no me importa si me miran mal o me discriminan. Por él  me banco todo».
«Para que se entienda bien –señala Damián–, la Mona y Córdoba son nuestras pasiones totales; por eso decimos que la Mona es Córdoba y Córdoba es la Mona. Así, de una y para siempre».

—Texto y fotos: Bibiana Fulchieri

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