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Museo Nacional de Bellas Artes

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Cuando se visita una exposición de obras de arte, pocos imaginan que detrás de lo que se muestra al público se esconde un sinnúmero de trabajos, cuidadosos y dedicados, para que cada una de las obras se exhiban adecuadamente para el deleite. Este es el mundo de los restauradores.
Mercedes de las Carreras es museóloga, estudió en Europa y trabajó muchos años en la Fundación Antorchas. En la actualidad dirige el trabajo de los restauradores del principal museo argentino y ella misma interviene en el minucioso trabajo de preservar las obras. Telas, papeles, yeso, madera, metales, todas los materiales pasan por las manos del equipo del área de Gestión de Colecciones antes de ser vistos por el público. Su campo de acción se extiende desde la opinión respecto a la adquisición de una obra hasta su embalaje para traslados.
Su tarea específica se centra en la conservación preventiva, todo lo referido a humedad, luz y ambiente del espacio donde se expondrán las obras. Solo si es necesario se abocan a la conservación, interviniendo la obra, buscando detener el deterioro y solo ante casos excepcionales, se adentran en la restauración propiamente dicha, entendida como la intervención sobre lo estético.
El taller de restauración lleva la impronta de esos lugares bellos tanto por las huellas que ha dejado el tiempo en su infraestructura como por su uso. Allí descansan marcos, telas y otros soportes acomodados con mucho cuidado, conviviendo con herramientas y elementos de trabajo. Un Pellegrini (Carlos Enrique) o un Greco descansan apoyados sobre las paredes esperando su turno paras ser intervenidos. Sin embargo, su tarea no se restringe solo al espacio del taller. En los momentos de inactividad del museo, los restauradores trabajan también en las salas, ya que las obras de gran tamaño no pueden ser transportadas ni retiradas de su lugar. Allí se las arreglan para llevar adelante el trabajo «in situ».
Con la restauración no se pretende ocultar el paso del tiempo de las obras, sino mantenerlas libres de polvo, preservar las maderas de los marcos y hasta eliminar los insectos de las telas. Tareas todas que requieren de un mantenimiento permanente.
Con el paso de los años la profesión de restaurador de piezas de arte  en nuestro país fue desarrollándose y especializándose, pasando por una primera etapa «amateur» hasta la actualidad, que se dicta a nivel universitario una licenciatura. De aquellos primeros tiempos es conocida la anécdota de «la donación de María Luisa Bemberg». En 1985, la cineasta donó la obra Bords de riviere de Alfred Sisley, al Museo Nacional de Bellas Artes. Como Bemberg vivía muy cerca del Museo, personal de la institución fue a retirar la tela a su casa, la descolgaron de la pared y la llevaron caminando. En la actualidad llevar adelante un traslado así sería inconcebible. La pieza habría sido embalada especialmente y en un transporte seguro, aunque el traslado hubiese sido por unos pocos metros.
Para Mercedes, la pieza más importante que debieron restaurar fue Santa Conversación de Niccolò Pisano, un oleo sobre tabla del Siglo XVI. Lo mira con orgullo y amor mientras piensa en las más de 8.000 piezas que pasan cada año para mantenimiento en el taller que ella dirige.

—Texto y fotos: Martín Acosta

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