23 de diciembre de 2015
En Buenos Aires nadie sabe que en el Delta del Paraná hay ciervos», dejó asentado Liborio Justo en Río abajo. A sesenta años de la primera edición del libro, los porteños siguen ignorando que a solo 40 kilómetros del Obelisco reside la población más austral del ciervo de los pantanos: el mayor cérvido de Sudamérica (1,20 m de alzada, sin contar los 60 cm de astas en los machos) y uno de los tres «ciervos anfibios» del planeta, junto al ciervo acuático chino –sin cornamenta pero con colmillos draculianos– y el barasingha de la India y Nepal. Y lo más triste es que, tras décadas de matanza y alteraciones ambientales, esta rareza zoológica está en peligro. Al despuntar el siglo, según estimaciones científicas, quedaba un número insuficiente para garantizar la supervivencia de la especie en el Bajo Delta: menos de 500 ejemplares. Por fortuna, el pantano demostró una inesperada capacidad para adaptarse al cambio más drástico operado en la región: las transformaciones que impuso el cultivo comercial de sauces y álamos –motor de la economía local– en sus ambientes naturales. De hecho, la mayoría de los ejemplares se encuentra hoy en predios forestales. Esto, coinciden los expertos, hace que el futuro del ciervo de las islas dependa de compatibilizar el manejo productivo de las forestaciones con su conservación. Para hacer frente al desafío, un grupo multidisciplinario –liderado por investigadores del CONICET y el INTA– puso en marcha el año pasado el Proyecto Pantano, con el apoyo del Banco Mundial. «Se trata del primer esfuerzo integral encarado en Sudamérica para conservar una población completa –y, probablemente, la más amenazada– del ciervo de los pantanos», señala el biólogo Javier Pereira, su director. Siete equipos científicos trabajan en simultáneo protagonizando un esfuerzo con escasos antecedentes en el país. Cuentan con tecnología de avanzada, como radiocollares satelitales, dardos anestésicos con sensores VHF, cámaras trampa infrarrojas y laboratorios de análisis genéticos y nutricionales de última generación. Sus objetivos son determinar la situación actual del ciervo delteño, inferir sus posibilidades de supervivencia a largo plazo y develar, entre otros aspectos, la composición de su dieta, el impacto que causa en las forestaciones –motivo de conflicto con los productores– o cómo utiliza su hábitat. La información obtenida permitirá planificar el desarrollo sostenible del territorio, establecer protocolos productivos que contemplen la conservación de la especie, definir corredores ecológicos, elegir las plantas más adecuadas para la restauración de flora nativa en los predios forestales y así diseñar una efectiva estrategia de conservación para el guasú-pucú de los guaraníes. «Lo más interesante del proyecto es que no se limita al aporte de la ciencia –destaca Pereira–. Trabajamos mancomunadamente con todos los actores sociales que comparten ambiente con el ciervo. En especial con los productores forestales, desde los más pequeños hasta las cooperativas y las grandes empresas». Es que, parafraseando a Tejada Gómez, para salvar al animal icónico del Delta hacen falta «todas las manos todas».
—Texto y fotos: Roberto Rainer Cinti