11 de noviembre de 2015
Desde hace aproximadamente una década el fenómeno migratorio desde las ciudades hacia las zonas rurales serranas (en su mayoría de jóvenes) constituye un fenómeno que forma parte de un proceso global que trasciende lo transitorio o la expulsión por situaciones de crisis económicas.
De norte a sur del país, pero con grandes concentraciones en algunos valles de las serranías cordobesas de Calamuchita, Punilla, Traslasierra, Paravachasca, se fueron estableciendo familias de origen urbano, que sin abandonar en su totalidad profesiones u oficios, se convirtieron en cultoras de la naturaleza, la agroecología, la bioconstrucción, las medicinas alternativas, el parto humanizado, la pedagogía (Waldorff/Montessori/Cosettini), el consumo consciente y el comercio justo, modificando los territorios con improntas citadinas. «Me iba muy bien en la ciudad de Buenos Aires pero quería darle una vida de mayor calidad a mi pequeña hija, así que compré un pedazo de tierra en La Rancherita y con nuestras manos levantamos esta casa con barro y paja prensada –cuenta María Lourdes, pionera en la zona de Paravachasca en producir alimentos y cosméticos agroecológicos, organizadora de la 1º Expo Agroecológica de Alta Gracia–. Lourdes, junto con productores de la zona, luchan por convertir a Alta Gracia en el Centro Nacional de la Agroecología, instalando un espacio permanente para la visibilización de productos y experiencias sustentables.
«En este confluir de relaciones en los pueblos rurales, entre los actores nativos del campo con los nuevos habitantes que llegan de las ciudades, va surgiendo un nuevo espacio de “lo común” donde se producen relaciones y diferentes vínculos», explica Luciana Trimano después de estudiar comportamientos socioculturales en Traslasierra para su tesis De la ciudad al campo. Tensiones entre culturas emergentes y preexistentes. Comunidades a entender desde las heterogeneidades y «tensiones en el estar, no exentas de conflictos que hay que resolver», señala Trimano.
«Nos pegó fuerte la tierra y ya no volvemos a la ciudad. Dejamos la ciudad de Córdoba para vivir en Agua de Oro, en las Sierras Chicas» –asegura Adrián, acompañado por Pilar, en su puesto de venta de harinas integrales de trigo–. «Nos dedicamos familiarmente a la molienda artesanal y a la construcción de piletas de natación con purificación natural, ya que también soy arquitecto pero en Ambitectura. Creemos que el lugar donde uno vive es transformador pero no hay milagros, el cambio es primero un gran trabajo interno», aclaran. «Podemos considerar que esta neorruralidad –sostiene Trimano– se trata de un asunto de coyuntura dado que la gente decide establecer su lugar de residencia en el campo y genera una ruptura con la urbe criticando tal modelo. Pero también son de corte estructural debido a que se trata de una tendencia poblacional a nivel global aunque todavía no tenga un rostro bien definido. Esta disposición, hoy minoritaria, nos está revelando un proceso social, demográfico, cultural, económico y político de reestructuración del campo pero también de la ciudad».
—Texto y fotos: Bibiana Fulchieri