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Rosario, fútbol y algo más

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En Rosario habita la pasión por el fútbol. Dentro de sus fronteras se dibujan las marcas de una ciudad ganada por ese viejo rito dominguero, aunque la televisión haya hecho trizas el almanaque e imponga otros días y horarios para ver a Newell’s o Central. De norte a sur y de este a oeste, pasando por el Parque de la Independencia y Arroyito, cada barrio esta tramado por los colores y los testimonios urbanos de una identidad que el pueblo newellista viste de rojinegro y los centralistas de auriazul. Paredones abandonados, exteriores de viviendas, refugios de colectivos, bancos y árboles de plaza, muros o columnas del alumbrado le dan soporte a pintadas futboleras que pretenden instalar un espacio de pertenencia y desafían los cuidados de la arquitectura municipal. No faltan pintadas en las paredes de los museos o en edificios históricos, marcando la incontinencia de una práctica cultural que siempre estuvo dispuesta a ciertos desbordes iconoclastas y suele poner en debate los límites establecidos entre «folclore» y «vandalismo».
Según la investigadora Lilia Gándara, los graffitis actuales evocan los primeros trazos del hombre en las piedras de las cavernas. Las pinturas y escrituras urbanas conservan las huellas de aquel gesto primitivo, abriendo un abanico histórico que se remonta a las antiguas inscripciones descubiertas en Pompeya y llega hasta nuestros días con el propósito de delimitar un espacio, dar cuenta de una identidad o propagar la imagen de un grupo social. Durante el siglo XX fueron muy conocidas las pintadas usadas por las bandas gangsters estadounidenses para demarcar las diferentes zonas de influencia o la fraseología contestataria inspirada en la revuelta de estudiantes y obreros franceses de mayo de 1968, y cuyos lemas aún suelen replicarse en las paredes del mundo como mensaje de lucha: «La imaginación toma el poder» y «Prohibido prohibir», entre otros.
Por su parte, en aquellos años también proliferaron las figuras expresivas impulsadas por el movimiento hip hop, al que se le adjudica la generalización de los graffitis que hacen un culto del diseño y el cuidado estético.
Estas y otras tantas formas de comunicación callejera conviven hoy en las grandes metrópolis. La geografía urbana está poblada de esas voces sociales que se expresan en las paredes y dejan el rastro de una demanda popular, las celebraciones colectivas o son vehículo de intimidaciones e injurias anónimas que suelen colarse entre la propaganda política y las ofertas comerciales que inundan las ciudades. Las pintadas futboleras arrastran con muchas de estas particularidades. En ellas puede notarse la inmediatez de las pintadas en aerosol o una puesta en escena que rememora hechos y personajes mitológicos en la vida de Newell’s y Central. Son clichés gráficos convertidos en señal de pertenencia. Inscripciones de amor y de guerra que se entrecruzan por toda la ciudad e instalan un diálogo de sordos  repleto de superposiciones y tachaduras. La práctica se repite cada día, mientras las autoridades municipales discuten la manera de frenar la «invasión» de los espacios públicos y privados. Leprosos y canallas. Enemigos íntimos en una ciudad que escribe y reescribe sus leyendas, que en ocasiones excede los rituales simbólicos.

—Texto: Lautaro Cossia
Fotos: Carlos Carrión

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