24 de agosto de 2023
El golpe de Estado puso de relieve el rechazo al colonialismo francés en el continente. Recursos naturales e historia de un conflicto con impacto geopolítico.
Niamey. Manifestantes apoyan al ejército contra las sanciones de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental, en una movilización en la capital del país.
Foto: Getty Images
El 26 de julio pasado, un golpe de Estado militar de características anticolonialistas –todavía en desarrollo– destituyó, en Níger, continente africano, al presidente prooccidental Mohamed Bazoum. La actual junta militar gobernante adoptó el nombre de Consejo Nacional de Salvaguardia de la Patria (CNSP).
Las primeras medidas decretadas por el CNSP apuntan a políticas soberanas y de corte independentistas. La de mayor impacto fue la suspensión de las exportaciones de uranio y oro a Francia (país que, continuando con su política de saqueo, compra los minerales a precios irrisorios y, en lugar de pagarlos con euros, lo hace en francos africanos, moneda atada al euro que le impide a Níger autonomía monetaria). El uranio nigerino abastece el 40% de las centrales nucleares generadoras de electricidad en Francia (hay fuentes que asegura que esa cifra está más cercana al 70%) y por ser casi gratis, le permite a los franceses tener industrias más competitivas.
¿Qué sucedió? En las primeras horas del 26 de julio, el vocero de los insurrectos y jefe de Estado Mayor, coronel mayor Amadou Abdramane, acompañado por nueve soldados vestidos con uniforme de combate, informó al pueblo de Níger, por la TV pública nacional, la destitución del presidente.
«Nosotros, las fuerzas de defensa y seguridad, hemos decidido poner fin al régimen que ha producido un continuo deterioro de la situación de seguridad y una mala gobernanza económica y social. Se pide a todos los socios externos que no interfieran. Las fronteras terrestres y aéreas están cerradas hasta que la situación se estabilice», declaró Abdramane.
Paralelamente, en la residencia oficial, el presidente Bazoum era retenido por el general Abdourahman Tchiani, jefe de la Guardia Presidencial y una de las principales cabezas del golpe. Dos días después, el 28 de julio, el general Tchiani asumió la presidencia del Consejo Nacional de Salvación Pública y, en un discurso en cadena nacional por la televisión estatal, aseguró que la intervención militar había sido necesaria para evitar «la desaparición gradual e inevitable» del país ya que, aunque Bazoum afirmaba que «todo va bien… la dura realidad es que hay un montón de muertos, desplazados, humillación y frustración».
Números extraoficiales hablan de aproximadamente 2.000 asesinados (en lo que va del 2023), por grupos yihadistas. Según el nuevo régimen estas organizaciones obedecen clandestinamente a la CIA estadounidense y a los servicios de inteligencia de Francia. Varios expertos en África no descartan que esos países occidentales, en lugar de actuar en forma directa, incentiven a esos grupos a realizar acciones terroristas, a generar el caos o a desencadenar guerras de africanos contra africanos.
El mandatario derrocado, Bazoum, claramente alineado con los gobiernos de Washington y París, había sido elegido en 2021. Sin embargo, lejos de gobernar en forma democrática adoptó de inmediato prácticas autoritarias como el control de los medios de comunicación, bloqueo de Internet, represión y persecución de movimientos populares como el M62. El líder de esta organización, Abdoulaye Seydou, encarcelado en 2022 por «difundir informaciones destinadas a perturbar el orden público», fue liberado el pasado 14 de agosto por orden de la nueva junta militar del CNSP.
La explosión popular al conocerse la destitución de Bazoum fue impactante. Decenas de miles de nigerinos se volcaron a las calles para apoyar al CNSP. Muchos protestaron frente a la embajada de Francia y reclamaron el fin de la presencia militar francesa en Níger. Hubo algunos manifestantes que, junto a la bandera nigerina, portaban la tricolor de Rusia y pancartas con la inscripción «Merci Wagner», en agradecimiento al ejército de mercenarios rusos que hasta hace poco actuó en Ucrania y que tiene presencia en distintos países de África desde hace décadas.
Cambios imparables
La gran mayoría de los países de África, como Níger, fueron invadidos por los colonizadores europeos. Ellos trazaron fronteras arbitrarias, separaron etnias, unieron en un mismo territorio pueblos culturalmente disimiles, e hicieron enfrentar a unos contra otros mientras los despojaban de sus riquezas naturales. Abordar la historia de la conquista francesa en Níger en el siglo XIX es hundirse en atrocidades inenarrables. Como casi toda África, Níger se independizó en el siglo pasado (agosto de 1960). No obstante, la verdadera soberanía no llegó. Hoy es un país rico en petróleo, oro, cinc, uranio, estaño, hierro, entre otros, pero también uno de los más endeudados con el FMI y el Banco Mundial.
Según la base de datos de este último banco, Níger tiene 26 millones de habitantes y a pesar de sus riquezas naturales más de 10 millones de personas (48% de su población) vive en la pobreza extrema. El 80% de la población carece de energía eléctrica, pero su uranio ilumina dos tercios de Francia. La esperanza de vida es una de los peores del mundo: en promedio un nigerino o nigerina vive apenas 44 años. Más del 70% es analfabeto. Tienen muchos hijos: más de 7 por mujer como promedio, pero también la tasa de mortandad infantil es una de las más altas del planeta. La mayor parte del pueblo (90%) profesan el culto musulmán sunita. La lengua oficial es el francés.
La sublevación de Níger forma parte de una transformación muy profunda en África, acelerada por la reconfiguración que está provocando en todo el planeta la guerra entre Rusia y la OTAN en Ucrania. Las últimas insurrecciones en países vecinos como Mali (2021) y Burkina Faso (2022) también son parte de esa metamorfosis.
El dominio francés en esta región –zona que el Eliseo considera «su patio trasero»– está declinando de forma irreversible. Las juntas militares que asumieron en Mali y Burkina Faso expulsaron las tropas occidentales en su territorio. Mali cerró una base estadounidense de drones y, en su nueva Constitución, eliminó el francés como lengua oficial.
Los militares franceses expulsados de Mali después del golpe del 2021 se cobijaron en Níger, cuya frontera con Libia, Nigeria, Chad, Malí y Sudán lo convierte en un país estratégico también para Estados Unidos. Con esta nueva junta militar antiimperialista en Níger, corren peligro, por un lado, las tropas francesas y la Base Aérea 201 del Pentágono (abierta en Níger en 2019 para desarrollo de drones) y, por el otro, el predominio de la OTAN en la zona.
Las presiones de Washington y París hasta la fecha no han tenido éxito. Argelia, Malí, Burkina Faso y Guinea apoyan al flamante Consejo Nacional de Salvación de la Patria. Incluso un país prooccidental clave como Nigeria rechazó la posibilidad de desplegar tropas como forma de solucionar la crisis.
¿A quién le conviene un conflicto en África Occidental? Ni a China –que tiene muchos buenos negocios– ni a Rusia. Tampoco a Europa, ya afectada por la situación en Ucrania. Otra guerra significaría más migración a través del Mediterráneo y trabas para el flujo esencial de recursos naturales para su economía. A EE.UU., por el contrario, no le afecta: está lejos; no tiene grandes intereses en la región y puede convertirse en un escenario de inestabilidad que ponga palos en las ruedas de sus rivales.
Como se dijo, el golpe está aún en proceso. El presidente Mohamed Bazoum no ha firmado su renuncia y no se descarta que sea enjuiciado por traición a la patria. Según el medio Al Jazeera, los jefes militares prooccidentales de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS) no descarta intervenir militarmente en Níger. Todos los escenarios están abiertos, pero hay algo definitivo: los cambios en África son imparables.