28 de agosto de 2023
El testimonio de un joven salvadoreño expone el drama humano detrás de las estadísticas: «Si un policía te mira mal o le respondes de una manera que a él no le gusta, puede llevarte, por el motivo que sea, y no tienes dónde reclamar». Así le confía a ACCIÓN, un estudiante universitario de 28 años. Se llama Ramiro, usa peinado prolijo y anteojos de técnico informático. Cuesta confundirlo con un sicario de la maras «Salvatrucha» o «Barrio 18», dos las pandillas más grandes de El Salvador.
Fundadas en los 80’s por migrantes latinos, las maras aparecieron en las calles de Los Ángeles (EE.UU.) como grupos de autodefensa, pero derivaron en poderosas redes multicrimen, dedicadas al narcotráfico, trata de personas, tráfico de armas, tráfico de inmigrantes, extorsión, sicariato y robo. Aquella generación de pandilleros eran menores de edad y con experiencia en combate durante la guerra civil salvadoreña (1979-1992). A mediados de los 90’s, el gobierno estadounidense los extraditó a sus lugares de origen, y hoy tienen parecencia en países del norte, centro y sur del continente. Es difícil calcular su número exacto, pero son fácilmente reconocibles por sus tatuajes. Ramiro viste una chomba magas cortas, para soportar las temperaturas de la capital, San Salvador. No tiene tatuajes, pero sí mucho miedo, y pide preservar su identidad.