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Alertas rojas

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Néstor Restivo

La guerra entre Israel e Irán encendió las alarmas por el riesgo nuclear y el programa que desarrolla Teherán. Qué dice el Tratado firmado en 1968 con el fin de frenar la carrera atómica.

Instalación estratégica. Vista aérea de la planta nuclear de Natanz, Irán, una de las que atacó el ejército israelí en junio pasado.

Foto: Getty Images

La reciente «guerra de los 12 días» entre Israel e Irán, en el marco de varios conflictos armados que están reconfigurando el mapa mundial y que autores como Gabriel Merino han llamado, en el sitio Tektónikos, «guerra mundial híbrida fragmentada», encendió todas las alarmas, en particular por el riesgo nuclear. El país que atacó, Israel, posee armas atómicas pese a que ese arsenal solo estaría, en teoría, reservado a los miembros del Consejo de Seguridad (CS) de las Naciones Unidas. Pero se sabe que Israel nunca se distinguió en el respeto del derecho internacional. Y el país que contraatacó, Irán, desarrolla un programa nuclear ultraprevenido y controlado por Occidente y la autoridad competente, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), hoy conducido por el argentino Rafael Grossi.

Ocurrió como cuando, en este mayo, India y Pakistán volvieron a intercambiar ataques en la zona conflictiva y compartida de Cachemira. Ambos países, que ya estuvieron en guerra varias veces desde que se independizaron del colonialismo británico (gran responsable de los conflictos actuales, por el legado caótico que dejó) también poseen armas nucleares, igual que Israel, incumpliendo la mencionada reserva sobre el tema para los 5 miembros del CS.

En el conflicto entre Rusia y Ucrania, mejor entendido como entre la OTAN y Rusia, el tema vuelve a asomar, dada la posesión de ojivas nucleares de los rusos –según el Instituto SIPRI de Suecia, la mayor cantidad del mundo–, y las muchas centrales atómicas que poseen los ucranianos, quienes cargan con la fúnebre fama del desastre de Chernóbil.

Es decir, el actual reacomodamiento planetario, con un Occidente en declive y países del sur global más desafiantes, con los BRICS de vanguardia, conlleva riesgos que, cuando alcanzan la posibilidad de uso del «botón rojo», funcionan como reloj despertador para los fantasmas del Apocalipsis.

En un escenario completamente diferente al actual, el de la guerra fría de la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos y la Unión Soviética no entraron en choque directo, aunque sí mediante terceros países, porque el arsenal atómico que poseían ejercía una disuasión que, en una suerte de equilibrio de terror, paradójicamente lo evitaba. Salvando la distancia, otro ejemplo de disuasión mutua ocurrió entre Argentina y Brasil cuando recuperaron la democracia. En 1986, los gobiernos de Alfonsín y Sarney firmaron acuerdos de integración entre los cuales quizá el más importante fue el control de uno sobre otro de sus respectivos planes nucleares, pues hasta entonces y por varias décadas sus ejércitos venían jugando a la guerra imaginaria para no aburrirse en los cuarteles. 

Sur global. El presidente iraní, Masoud Pezeshkian, en la reunión de los Brics en Kazán, Rusia, en octubre de 2024.

Foto: Getty Images

Momento clave
Hacia mitad de la guerra fría, en 1968, se creó el Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT, en inglés), que entró en vigor dos años después. Tras una convocatoria de Washington, Londres y Moscú, se abrió una convocatoria con plazo final de suscripción en 1970 con una idea clara: frenar la carrera de armas atómicas luego de que su condenable puesta en práctica por parte de EE.UU. sobre población civil en Hiroshima y Nagasaki en 1945 y posteriores ensayos de otras potencias como China, Gran Bretaña o Francia (en la famosa isla Bikini, lo que le dio nombre a la nueva pieza de baño para mujeres por el impacto de la bomba, según dijo el creador de la prenda) la desatara. Ahí quedó establecido que solo a EE.UU., la URSS (hoy Rusia), Francia, Gran Bretaña y China, es decir los ganadores de la Segunda Guerra Mundial y los únicos que habían realizado ensayos nucleares antes de 1967, podrían poseer tal tipo de artefactos, lo que como ya se dijo, no se cumplió, ya que otros países avanzaron en su producción y posesión. 

El NPT tiene varios artículos que aluden al compromiso de no transferir tecnología a otros países con ese cometido, a no desarrollar nuevas armas, a someterse a un programa de revisión por parte de la OIEA, al uso de energía nuclear con fines pacíficos, como el caso de Argentina, y, entre otros, a que se avance en negociaciones sobre una hoja de ruta para ir reduciendo gradualmente hasta su liquidación el arsenal nuclear, una meta loable, pero de una notable candidez.

El Tratado fue firmado por casi toda la comunidad internacional y ratificado luego también por la mayoría, incluida Argentina. Las excepciones son India, Pakistán, Israel y Sudán del Sur. Corea del Norte sí lo suscribió, pero abandonó el pacto en 2003, en medio de los experimentos de su Gobierno en ese terreno y la disputa contra Japón y Occidente. 

EE.UU. y Rusia, los dos países con mayores capacidades (85% del total global de ojivas, se estima) sí son miembros del Tratado, y además, a lo largo de los años, negociaron en paralelo diversos acuerdos bilaterales. Los últimos de ellos fueron diversas versiones del START, pero luego de la actual guerra en Ucrania, el presidente ruso Vladímir Putin anunció que se iba de las negociaciones. 

En la línea de fuego

Asimismo, y respecto de uno de los «malos de la película», Irán, se cuenta con el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) de 2015, según el cual ese país negocia con los 5 del CS más Alemania y la Unión Europea su programa de enriquecimiento de uranio. Pero luego del ataque de Israel (entre otros lugares, a establecimientos que había supervisado la OIEA), el Gobierno de Teherán criticó al organismo por parcialidad y suspendió la atención a sus requerimientos, aunque dijo que sigue siendo miembro.

El «bueno» de la película a los ojos de los medios hegemónicos de Occidente, Israel, tiene, por su parte, lo que se conoce en hebreo como amimut, o «ambigüedad deliberada»: nunca confirmó ni desmintió que posee armas nucleares, aunque todo indica que las tiene, único caso en Medio Oriente, con la vista gorda de los poderes occidentales. 

En cuanto al NPT, es revisado cada cinco años por las Conferencias de Revisión. Y adicionalmente, cada año intermedio entre dos de esos encuentros se realizan sesiones del Comité Preparatorio, con el fin de acordar recomendaciones para el siguiente encuentro. Una burocracia más que necesaria. ¿También efectiva?

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