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América Latina en el ring de Trump

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Néstor Restivo

Defensor de la Doctrina Monroe, el magnate apuesta a consolidar la dominación histórica de Washington en la región con un staff ultraderechista. La remilitarización y el lazo con México.

Sintonía fina. Marco Rubio, designado como flamante secretario de Estado, junto a Trump y la gobernadora de Arkansas, Sara Huckabee Sanders, en Carolina del Norte.

Foto: Getty Images

América Latina y el Caribe (ALC) se preparan para el nuevo Gobierno de Donald Trump. «Amigo» de Macri, Milei, Bolsonaro y poco más en la región, el magnate de Nueva York va diseñando su plan para el sur del río Bravo con viejas canciones.

El aislacionismo en política exterior de Trump, que en lo económico va en yunta con proteccionismo, corresponde a una de las viejas escuelas del liderazgo tradicional de la nación norteamericana, desde su origen. Pero no compete a ALC. Lo demuestra uno de los antecedentes más claros de esa corriente: la Doctrina Monroe de 1823, a la que siguió otra de nombre más explícito unas décadas después, la del garrote. Es decir, el desprecio de Trump por la ONU, la OTAN o tratados multilaterales siempre que no beneficien a su país tiene como contracara el pretendido o efectivo dominio de lo que llama «patrio trasero».

Desde ya, el sesgo aislacionista de hoy no es igual al de los tiempos de James Monroe o el vaquero Teddy Roosevelt; se adapta al siglo XXI y ostenta tentáculos globalistas como los de Elon Musk u otros colaboradores de Trump, cuyo gabinete mezclará a reaccionarios de todo pelaje con financistas de Wall Street, ambiciosos agentes inmobiliarios con estrellas deportivas o faranduleras, exfuncionarios de su presidencia y cuadros del viejo Partido Republicano.

Durante su reciente campaña electoral, en la que no ocultó xenofobia hacia «latinos» o «hispanos», el magnate reivindicó esa doctrina de hace 200 años. Recordemos que en la primera gestión Trump (2017-21), el secretario de Estado (canciller) fue un fan de la Doctrina Monroe, a la que añoraba: Rex Tillerson.

La táctica trumpista tenderá a privilegiar lazos bilaterales con Gobiernos amigos, como el del argentino Milei, ningunear instrumentos regionales multilaterales y radicalizar diatribas con los «malos» de la película como Cuba o Venezuela. Siguiendo con el espejo de la anterior experiencia en la Casa Blanca, a Tillerson le sucedió Mike Pompeo, armador de la ultraderecha global, quien junto con el consejero de Seguridad Nacional John Bolton, confeso promotor de golpes de Estado, agudizó el combate contra Cuba, Venezuela, Nicaragua o Bolivia mediante sanciones económicas. Y ahora ocupará el principal sillón del Departamento de Estado un hijo de familia cubana exiliada como Marco Rubio, furioso anticastrista, antiperonista y otro «amigo» de Milei. Su segundo será Christopher Landau, exembajador en varios países de ALC e hijo no solo de otra familia emigrada de Cuba, sino conocedora de cómo hacer sentir el rigor de Washington en el área: su padre fue también embajador en países del hemisferio sur. Completa el cuadro para la región un viejo conocido, Mauricio Claver-Carone, tan reaccionario (e igualmente de origen cubano) como los demás, que este lunes fue designado encargado para América Latina dentro del Departamento de Estado.

Escaramuzas y excepciones
La remilitarización de los lazos EE.UU.-ALC y la idea de «zonas de influencia» asoman como otra clave, aquí considerando como contrincante a China, cuya presencia en el área no se amilana. En rigor, en este asunto habría una continuidad con la línea saliente de Joe Biden, cuando las misiones del Comando Sur a la región, con su jefa Laura Richardson envalentonada en cada patrullaje, fueron asiduas.

Caso aparte. Claudia Scheinbaum, presidenta mexicana, da una conferencia en el Palacio Nacional, en octubre pasado.

Foto: Getty Images

Se descuentan diferencias en el trato por país o sub-zona. Centroamérica y El Caribe, con excepciones, son el primer círculo en materia de «seguridad», que más bien es control absoluto. En Sudamérica, EE.UU. se siente más cómodo con el área andina, dada su mayor afinidad al «libre comercio» y menos ambición industrial y científico-técnica, excepto que gobiernen, en el pasado, la UP de Allende en Chile, muchos más cerca de Rafael Correa en Ecuador o ahora mismo el MAS en Bolivia, o de Gustavo Petro en Colombia. Con el Mercosur, en cambio, ha habido siempre más encontronazos (en el frustrado ALCA o en la patética OEA, por ejemplo), salvo con Milei, totalmente alineado con su país, a quien buscará afianzar como cabecera de playa con un nuevo embajador también del exilio cubano, el empresario de la salud y médico Peter Lamelas. Y queda México, un caso excepcional.

Allí ya hubo escaramuzas retóricas con la presidenta Claudia Sheinbaum, quien tiene la palabra tan pausada pero tan filosa (aunque más dulce) como la de su antecesor López Obrador. Desde que gobierna MORENA, el Gobierno mexicano es soberanista y no se deja avasallar, ya sea en la revisión del acuerdo de «libre comercio» norteamericano o en el tema migratorio, dos capítulos clave del lazo bilateral junto al narco y la seguridad. Allí será embajador de EE.UU. Ronald Johnson, exmilitar y antiguo CIA.

El ring está listo, aunque en esa vecindad las peleas se han cocinado en lentas negociaciones de mutua conveniencia o dirimido por puntos y sin nocauts.

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