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Gustavo Veiga - Desde Asunción

El oficialismo ratificó su hegemonía con el triunfo de Santiago Peña, delfín del expresidente Cartes. Gobernará con mayoría frente a una oposición fragmentada.

Amplia victoria. Peña, en el centro, celebra junto a Horacio Cartes, tras conocerse el resultado de los comicios del 30 de abril.

Foto: Télam

El Partido Colorado es un sello de identidad nacional. Fundado el 11 de septiembre de 1887, a sus 135 años lleva la mitad de su vida gobernando casi sin interrupciones el Paraguay. Su colosal maquinaria electoral, que contaba con 2.616.424 afiliados a diciembre de 2022, le permitió colocar en la presidencia al joven economista Santiago Peña. Este tecnócrata, formado en Estados Unidos y prohijado por el exmandatario y empresario multimillonario Horacio Cartes, fue funcionario del FMI y militó en el Partido Liberal por poco más de dos décadas. El 15 de agosto próximo asumirá la jefatura de Estado aunque no será el centro del poder. Su mentor, un financista de la política y líder de la principal fuerza del país, recibió una denuncia del Gobierno de EE.UU por ser «significativamente corrupto». Pero Peña, anticipándose a futuros condicionamientos que se anticipan desde Washington, dio un firme indicio de su lealtad a Cartes la noche de la victoria. Se deshizo en lisonjas y le agradeció el triunfo. Primero a «los paraguayos y paraguayas» y después al hombre que lo designó su ministro de Hacienda en 2015. Desde ese momento formaron una dupla inseparable.
La elección arrojó una serie de datos que marcan una realidad política diferente entre Paraguay y la mayoría de los países en Sudamérica. El éxito de Peña y el Partido Colorado que lo cooptó interrumpió la secuencia de victorias de candidatos progresistas y de izquierda desde la pandemia hasta hoy. Luis Arce en Bolivia, Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia y en octubre pasado Lula en Brasil venían señalando una tendencia en esa dirección. También detuvo la serie de derrotas para gobiernos oficialistas que parecía no tener fin por el desgaste que les provocaron sus malas políticas, las secuelas sanitarias del coronavirus, la crisis energética que derivó de la guerra en Ucrania y el descrédito de la clase política en general.
El Partido Colorado, el mismo con el que se mimetizó el dictador Alfredo Stroessner entre 1954 y 1989, el ganador de seis de las siete elecciones que hubo desde su derrocamiento, el que se impuso ahora con una diferencia de 15 puntos y medio sobre la Concertación del candidato Efraín Alegre, vio cómo quedaba despejada su continuidad en el Palacio López por una oposición fragmentada.
A la victoria de su fórmula presidencial, Peña-Alliana, le agregó una mayoría abrumadora en ambas Cámaras del Congreso. En el Senado obtuvo 23 de 45 bancas y en Diputados 48 sobre 80. Si a ello se le suman las gobernaciones en juego (el oficialismo ganó 15 de los 17 departamentos), la correlación de fuerzas es de una profunda asimetría. Peña y Cartes, para aprobar las leyes que consideren indispensables, podrán echar mano al quórum propio para sesionar y a la mayoría que tienen si quieren imponer su voto.

Una nueva cruzada
La debacle electoral de Alegre –por tercera vez consecutiva fracasó en su proyecto presidencial– arrastró además al Frente Guasú del exobispo Fernando Lugo, que se presentó dividido. Un sector de esta expresión de izquierda que gobernó entre 2008 y 2012, apoyó al candidato de la Concertación y otro a Euclides Acevedo, quien recogió un magro 1,36% de los votos. El expresidente paraguayo, convaleciente todavía de un ACV, ni siquiera consiguió mantener la senaduría para la que intentaba ser reelegido. En la Cámara Alta el peso electoral de su fuerza se fagocitó. De ocho bancas bajó a solo una, la que ocupará la exministra de Salud Pública y Bienestar Social de Lugo, la médica Esperanza Martínez. En Diputados apenas tendrá a Johanna Ortega. Dos mujeres en absoluta minoría.
Quien sí pudo festejar es el inclasificable Paraguayo Payo Cubas, de la Cruzada Nacional. Su fuerza sumó cinco senadores y varios diputados más. Se transformó en el tercer actor de importancia en el mapa político paraguayo, porque creció en su caudal electoral los últimos días previos a la votación. Alcanzó un 22,92% de los sufragios y sepultó las chances de la fórmula Efraín Alegre-Soledad Núñez, que había pecado de un optimismo desmedido.
El voto-rechazo contra el oficialismo se decantó por esta salida electoral populista, reaccionaria y de propuestas ambivalentes. Cubas se mostró partidario de extender las plantaciones de marihuana –Paraguay es el principal productor de Sudamérica y segundo de América toda detrás de México– al mismo tiempo que planteaba la pena de muerte para determinados delitos y el estado de excepción si hubiera llegado al gobierno. Sus seguidores incluso apostaron a más. Marcharon el 1° de mayo para denunciar un presunto fraude en los comicios que privarían a la Cruzada de más bancas.
Los demás candidatos a presidente cumplieron un papel testimonial. La mayoría con porcentajes por debajo del uno por ciento. El exarquero de Vélez, San Lorenzo y la selección paraguaya, José Luis Chilavert, apenas recibió 24.184 votos, el 0,80% del padrón. Ninguna de estas candidaturas presidenciales hubiera superado las PASO en la Argentina.
En Paraguay rige la Constitución de 1992 que prohibió la reelección presidencial, incluso por períodos alternados. Una señal de las cicatrices que dejó la dictadura de Stroessner, sintetizadas en el archivo del terror sobre el régimen descubierto el 22 de diciembre de 1992. La UNESCO lo declaró patrimonio documental mundial en vísperas de la victoria en las urnas de Juan Carlos Wasmosy, tan colorado como los presidentes que le sucedieron. En medio de sus divisiones internas que siguen vigentes, el partido político más dominante y aceitado de Latinoamérica no vio afectado su histórico poder de convocatoria electoral.
Ni siquiera la intromisión del embajador de Estados Unidos, Marc Ostfield, en los asuntos internos del Paraguay, ni la denuncia de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro, ni la catarata de imputaciones en contra de Cartes por corrupto detuvieron hasta ahora al Partido Colorado en su avance hegemónico. Cinco años más se mantendrá en el gobierno. Cinco años más colonizando el Estado y amurallado en el poder. 

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