Mundo | UNA ELECCIÓN CRUCIAL

Cuenta regresiva en Brasil

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Ricardo Gotta

Lula –primero en todas las encuestas– y Jair Bolsonaro encarnan dos modelos de país antagónicos. La campaña electoral de un comicio con impacto en la región.

San Pablo. El líder del PT junto a una multitud durante el lanzamiento de su campaña. El exmandatario visitó la planta de Volkswagen, en São Bernardo do Campo.

Foto: Schincariol/AFP/ Dachary

La imagen del ultraderechismo adepto a Donald Trump irrumpiendo en el Capitolio el 6 de enero de 2021 retumba en el inconsciente de toda la dirigencia brasileña. En muchos sentidos. El 2 de octubre, el gigante sudamericano empezará a decidir en las urnas si Jair Bolsonaro (67 años) prosigue el direccionamiento neoconservador o si Luiz Inácio Lula Da Silva (76) intenta rencauzar al Brasil en la ruta emprendida entre 2003/2010, cuando el obrero metalúrgico nacido en la pobreza de Caetés logró el portento de llegar al Palacio de Planalto.
El destino de la mayor potencia sudamericana es inexorablemente el destino de la región. Con 212,6 millones de habitantes (más de 156 millones habilitados para sufragar), la mitad del continente en esa misma fracción de su superficie. El 5° país más poblado del mundo. El 8º por su PIB, unos 3,5 billones de dólares. Hace unos días, los banqueros que almorzaban con Bolsonaro le festejaron su frase que dice que, en caso de ser derrotado, el país se sumaría «al trencito de Cuba, Venezuela, Argentina, Chile y Colombia» y que se votará en una batalla entre el «bien y el mal». Mientras, un informe de la Universidad Católica confirmó el ominoso récord de 19,8 millones de pobres, solo en centros urbanos. La mayor urbe, uno de los puntales del Partido dos Trabalhadores (PT), San Pablo, duplicó los 2 millones de pobres que tenía cuando arribó Bolsonaro.
El eventual balotaje será el 30 de octubre. Un tema central lo generan los sondeos que, desde un principio, anuncian una cómoda ventaja de Lula, pero con la incógnita de si quebrará la barrera del 50%, y si podría hacerlo incluso en primera vuelta. Una mirada es que las encuestadoras más creíbles siguen posicionando al candidato del PT en derredor de los 46 puntos; alguna lo presenta con una leve tendencia de declive, aunque no bajaría de los 43. En tanto, ubican a su contrincante con algunos puntos arriba de los 30 y en un crecimiento más o menos manifiesto tras su andanada de medidas. Entre ellos, el incremento del gasto social, la reducción del valor de los combustibles y el control de la disparada inflacionaria. La predicción más conservadora advierte que podría arrimar hasta el 36% y cercar la diferencia en los 7 puntos.
Son 12 los candidatos para competir en octubre. Todas las mediciones ubican tercero al laborista Ciro Gomes (¿los votos que le faltan a Lula para vencer en primera vuelta?) y luego la senadora Simone Tebet, de la centroderecha del MDB, ya con solo 2%.

De norte a sur
Aun antes de ser candidato, Lula tuvo un sorprendente acercamiento a Fernando Henrique Cardoso y luego apostó a una alianza con quien compitió y derrotó en las presidenciales de 2006, Geraldo Alckmin, de peso en el espectro del centro, más allá de pertenecer al Partido Socialista. No le restó críticas por izquierda al líder petista, aun en la razón de una apertura imprescindiblemente amplia para vencer a JB. Esa alianza significa, además, un acercamiento al poder real vinculado con la industria, con seria influencia en San Pablo (donde Alckmin fue gobernador dos períodos no consecutivos), en detrimento del poder financiero que con amplitud y resolución apoyó (y apoya) a Bolsonaro. Incluso Lula padeció su otrora cercanía a empresarios como Marcelo Odebrecht, cuya empresa (más poderosa que otros colosos regionales como Techint) resultó luego involucrada en el Lava Jato: el juez Aldo Moro, clave en la llegada de Bolsonaro al Gobierno, fue quien encarceló y proscribió en su momento a Lula, aunque no por esta causa.
Desde un principio, el PT y aliados (PSB, PV, PCdoB, PSOL, Rede, Solidaridade, Avante y Agir) convocan al «Brasil por la esperanza» fortaleciendo las candidaturas regionales. Lula-Alckmin emprendieron una furiosa recorrida por todo el país, en actos que conmueven por su masividad. Por caso, cuando se lanzó formalmente la campaña, Lula llegó a la automotriz de São Bernardo do Campo, en San Pablo, donde en 1962 perdió el meñique izquierdo en un accidente con un torno. Donde ahora dijo: «Fue aquí donde todo ocurrió: aprendí a ser persona, adquirí conciencia política». También allí trató a su adversario de «genocida» y «negacionista» por los 680.000 muertos que el Covid provocó en el país.

Por los votos o por la fuerza

Verborragia. Discurso de Bolsonaro en Juiz de Fora, Minais Gerais. El presidente ultraderechista inició su campaña en la ciudad donde fue apuñalado, en 2018.

Foto: Pimentel/AFP/DACHARY

Bolsonaro, en los últimos meses, multiplicó sin pudor el gasto en bienestar social, al tiempo que no dejó de blandir la «amenaza comunista» que viene por la «propiedad privada». ¿Hasta dónde será capaz para mantenerse en el poder? En Brasil se huele a fraude. Una posibilidad es que recurra a una enmienda de la Constitución con el fin de que los expresidentes cuenten con inmunidad al convertirse en «senador vitalicio», figura que se aplicó, por caso, en Italia con Silvio Berlusconi, y en Chile, al punto que Augusto Pinochet falleció con ese título.
Otros sectores van incluso más allá. «Prefiero un golpe que la vuelta del PT. Millones de veces. Nadie hará negocios con Brasil como hacen con varias dictaduras en el mundo», incitó en las redes un empresario inmobiliario de Río, identificado como José Kury. Según el portal Metrópoles solo replica la intención de muchos otros poderosos que lo hacen más subrepticiamente y se animan a convocar para el 7 de septiembre, cuando se celebren los 200 años de la Independencia, a que el pueblo se «una a los militares para que quede claro de qué lado está el Ejército». Otros, en cambio, convocan a «clausurar » el Parlamento y la Corte Suprema con una «intervención militar», ante la inminencia de un triunfo popular.
Un ardid para ganar un voto (o más de uno) y, eventualmente, si debe dejar el Gobierno, haber convertido al país en tierra arrasada es provocar cambios estructurales en la economía y en la sociedad. El analista Andrés Gaudin define: «Bolsonaro sigue su marcha atrás acelerada hacia la caverna de sus orígenes». La privatización de las empresas energéticas es un ejemplo más que simbólico.
Otro más: para una sociedad tan fervorosamente mística como la brasileña, rescataron una antigua propuesta de sectores pentecostales, el homeschooling, al que le adosan un sistema que alienta el castigo físico sobre sus hijos, aunque «evitando lesiones graves, marcas visibles y humillación pública». Produce escalofríos observar cómo justifican el uso de la «vara» con antecedentes bíblicos. El castigo físico, desterrado de las escuelas brasileñas en 2014, fue promovido por Bolsonaro en su campaña de 2018. Ahora, con la urgencia de adhesiones, la vuelve a agitar Alexandre Magno Moreira, exministro de Derechos Humanos en 2019/20 y uno de sus asesores. La intención es que sea aprobada en Diputados antes del 2 de octubre. La campaña incluye un curso virtual llamado «Direito das Familias» en el que alecciona, sin pudor: «El castigo físico siempre debe tener un fin, debe hacerse con calma, paciencia (…) La vara mantiene a raya la necedad del corazón».
Los hechos lo marcan, la historia lo impone: en Brasil, el 2 de octubre se pone en juego mucho más que la elección de un nuevo Gobierno.

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