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Desánimo electoral

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Diego Pietrafesa

Tras unos comicios marcados por el alto ausentismo, dos candidatos salpicados por su historial se medirán en el balotaje. La crisis económica, en el centro de la escena.

Cara a cara. José María Figueres y Rodrigo Chaves, en San José. Ambos serán protagonistas de la segunda vuelta, el 3 de abril.

CAMPOS/AFP/DACHARY

Cuatro de cada diez no fueron a votar: el resto tuvo que dividir preferencias entre 25 postulantes a la presidencia y en la recta final a la Casa de Gobierno de Costa Rica quedaron un ex primer mandatario y también exsocialdemócrata devenido pronto en neoliberal entusiasta y un exministro de Economía denunciado por haberle propuesto una «orgía con seis animales distintos» a dos jovencitas a su cargo mientras era miembro del Banco Mundial. Demasiado Macondo para un país reconocido por su larga trayectoria democrática en la región y calificado como «el más feliz de Latinoamérica» por un estudio patrocinado por las Naciones Unidas. La evaluación no especifica quiénes gozan de tal privilegio, toda vez que el país se encuentra con los peores índices de desigualdad del continente y una situación económica que contrasta con el azul mágico del océano Pacífico y el mar Caribe.
El gran ausentismo en la primera vuelta y la polarización en los resultados vuelven complicados los futuros pronósticos. Más cuando uno de los contendientes tenía en los sondeos previos un 5% de preferencias y llegó al segundo puesto fuera de programa, con casi el 17% de los sufragios. Rodrigo Chaves quedó diez puntos atrás de José María Figueres. Ellos dos dirimirán la contienda el próximo 3 de abril. Tercero (y muy cerca, con el 14,8%) se ubicó un predicador evangélico, Fabricio Alvarado, que había ganado la primera vuelta en 2018, rozando por entonces el 25%. Del cuarto al sexto puesto, los candidatos reúnen más del 32% de los votos. La fragmentación de la voluntad popular terminó de pulverizar a la agrupación gobernante, que ya venía golpeada por su gestión: Partido Acción Ciudadana, que puso presidentes en 2014 y 2018, se llevó ahora menos del 1% y no sumó ningún representante al Parlamento.
«Estamos a un paso de empezar la transformación de Costa Rica, ganamos esta primera ronda por un robusto margen y eso nos da también una enorme responsabilidad», señaló Figueres, de 67 años, presidente de la Nación a los 39, entre 1994 y 1998. Decidido a «transformar y rescatar» a su país, el candidato carga con una conversión peculiar en su ideología. Hace dos décadas aparecía como una figura moderadamente progresista en espejo de su padre, quien fue tres veces primer mandatario y se convirtió en héroe nacional al abolir el Ejército en 1948 tras triunfar en la última guerra civil de su territorio.

Pesada herencia
El hijo también ganó una medalla, la de los conversos. Apenas asumió dejó de lado todo lo parecido al estado de bienestar: dio marcha atrás al proceso de nacionalización bancaria, cerró el Banco Anglo (la entidad financiera estatal más antigua del país), debilitó el sector público, atacó a maestros y sus organizaciones sindicales, desfinanció el sistema de pensiones. Sobreviviente de denuncias de corrupción por haber recibido sobornos y otorgado préstamos irregulares a empresas privadas, propone hoy una mejora en la calidad de vida de sus compatriotas, la protección del medioambiente, la abolición de la explotación de hidrocarburos y la reasignación de fondos jubilatorios para la obra pública.
«Vamos a dejar atrás el conflicto, la confrontación estéril; les ruego que nos aboquemos todos juntos a crear los consensos para reorientar el rumbo del país y relanzar la prosperidad de nuestro pueblo», declamó Chaves, de 60 años, durante seis meses ministro de Hacienda del actual Gobierno. Diferencias internas y opiniones encontradas, sobre todo en materia de política fiscal, lo removieron de su cargo. Había trabajado antes durante tres décadas en el Banco Mundial. Tenía allí una carrera de expectante ascenso hasta que lo derrumbó una investigación iniciada por el propio organismo ante dos casos de «insinuaciones sexuales» y un «patrón de comportamiento inapropiado no deseado» contra dos trabajadoras de la entidad.
Comparte con su oponente la formación en suelo norteamericano: Figueres se graduó en la academia militar de West Point, él se doctoró en Ohio y recibió una beca de la Universidad de Harvard. Promete aumentar inversiones en energía verde, reordenar el presupuesto público y lanzar una pensión mínima universal.
Los desafíos del próximo mandatario serán, antes que nada, socioeconómicos. Las dificultades comenzaron hace 15 años, cuando se firmó el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y Estados Unidos: se ajustaron los gastos estatales, se desequilibró la balanza comercial y se acrecentaron las inversiones de mera especulación financiera. Hoy la pobreza es del 23% y la pobreza extrema del 6%, valores desconocidos para el último medio siglo. La desocupación se mantiene estable (14,4%) pero la informalidad laboral supera el 40%. La deuda pública alcanza el 70% del PIB pese a los recortes que impuso la resistida reforma fiscal de 2018, que sacudió la placidez del sistema político al ruido de masivas protestas callejeras.
Figueres y Chaves tendrán un escollo adicional y no menor: la apatía del electorado y cierta desesperanza entre los votantes. Ninguno parece convencer en la tarea de recuperar un estado de bienestar que parece ahora lejano.

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