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Dos Españas en disputa

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Ricardo Gotta

Los conservadores ganaron aunque no podrán formar Gobierno ni siquiera con los escaños de Vox, la ultraderecha que se desinfla. Los partidos independentistas, claves para el PP y el PSOE.

Madrid. El presidente Pedro Sánchez en el búnker socialista con sus seguidores, tras conocerse los resultados de este domingo 23 de julio.

Foto: Getty Images

«Hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Antonio Machado dibujó en palabras certeras a la España de la Guerra Civil. Hoy la guerra es otra. Pero también hay dos Españas.
El Passatge de Bofill se ahogaba en un susurro, ante la Plaza de la Sagrada Familia. En el 11 de ese callejón, los militantes miraban los ventanales del edificio beige, la sede en Barcelona de Junts per Catalunya (JxC). Caía la noche en la jornada más calurosa del verano español. El hastío reflejaba los resultados electorales del 23-J. JxC perdió un diputado: solo tendrá siete en la futura cámara.
A 500 metros, en Carrer de Sardenya 175, el ánimo se derrumbaba aún más. En la sede de Esquerra Republicana de Catalunya esperaban un pobre escrutinio, pero no como para soltar seis de sus 13 escaños y quedarse solo con siete.
Siete y siete. Una debacle electoral para ambos (el PS catalán sumó sus siete diputados), aunque la diferencia sustancial es la mirada hacia el futuro. Esquerra, como en 2019, no duda: acordará elegir nuevo Gobierno con el PSOE. Pero en el 2° piso de ese edificio beige, Carles Puigdemont i Casamajón, impertérrito con su peinado raya al medio, arrojó cortas parrafadas cargadas de doble mensaje. «Nuestros votantes, programa, compromiso han sido y son las referencias de nuestra acción política». Es el expresidente de la Generalitat, pero más aún es el hombre fuerte de Junts, uno de sus fundadores. «JxC no le debe nada a nadie más que a sus votantes», aseguró sin la menor sonrisa.
Esos votos de Junts, aun en el desánimo, son la llave para que la centro-izquierda retenga el Gobierno: la alternativa es que lo haga el conservadurismo. Incluida la extrema derecha. Nada menos. Una coalición PP-Vox implicaría el retorno de la ultra al Gobierno, la primera vez tras la muerte de Francisco Franco en 1975. Nada menos.

En el laberinto
Se requiere que al menos 176 diputados, la mitad más uno del pleno, voten un mismo nombre para solicitarle al rey Felipe VI que se avenga al ritual de aceptación del nuevo Gobierno. Si no ocurriera, él mismo debería convocar a nuevas elecciones: ocurrió en 2019, cuando crujió la democracia y España escarmentó un escabroso tránsito por ese peligroso laberinto.
Desde el último 28 de mayo, cuando la derecha liderada por el Partido Popular le dio una paliza en las autonómicas al Partido Socialista Obrero Español y sus socios, pasaron, en esencia, dos cosas. Una: las predicciones que, en tendencia abrumadora apuntaban a un futuro Gobierno de la República, al menos, conservador cuando recostado a la ultra. Otra: el presidente Pedro Sánchez sacudió el tablero en una inesperada jugada, adelantó casi medio año la correspondiente consulta popular, y si bien muchos despotricaron por la movida, la realzan los resultados de este 23-J.
Sánchez lo hizo: todo indica que seguirá sentando sus reales en un elegante butacón de La Moncloa.

Jugada maestra
Erigieron un escueto balcón-escenario en plena calle. La camisa de jean remangada, pose canchera, micrófono en mano, amplia sonrisa. Un rato antes emitía el sufragio: «No somos favoritos, pero tengo buenas vibraciones». Cuando se quebró la veda, le volvió la ironía al cuerpo: «La derecha está desfondada». Tal vez más tarde fuera al Luna Rossa, en el centro madrileño a degustar su pizza favorita, que él bautizó «cojonuda». Un Pedro Sánchez Pérez-Castejón exultante junto a María Jesús Montero. El padre de la criatura, madrileño de Tetuán, 51 años, autor de su autobiografía Manual de resistencia. Dijo que «el bloque involucionista del PP con Vox ha salido derrotado».
Le levantó el brazo a su ministra de Trabajo, Yolanda Díaz Pérez. Hija de militantes comunistas y ella misma afiliada al PC, también hizo una jugada maestra para derrumbar definitivamente a Podemos, y acumular por izquierda en favor de la alianza gobernante: convirtió su Movimiento Sumar en partido, lo inscribió el 31 de mayo y menos de dos meses después logró 31 escaños.
De todos modos, necesitan de Junts y de ERC. También de los seis diputados independentistas vascos de Euskal Herria Bildu, de los cinco del Nacionalista Vasco y del único del gallego BNG. Esas bancadas ya han sumado para la investidura presidencial en el pasado y, ante la duda, Aitor Esteban (PNV) despotricó sobre Feijóo: «Cruzó una línea roja con sus alianzas con la ultraderecha». Por otro lado, Euskadi va a elecciones en 2024 y el Gobierno central ya arriesgó promesas de apoyo.
Todo suma. Tal vez por eso, en Junts saben que sus siete votos (tres por Barcelona, dos por Girona, uno por Tarragona y otro por Lleida) pesan toneladas. En línea con Puigdemont, la diputada Miriam Nogueras envió un mensaje en catalán: «Nosotros no haremos presidente a Sánchez a cambio de nada».

Un lamento, a la derecha
Banderas celestes vibraban ante la madrileña esquina angulosa de Génova 13. Arriba todo el PP hacía cuentas. Se cumplían las predicciones: cerca de 300.000 votos más que el PSOE, los valores reiteraban la tendencia de mayo y las bancas obtenidas dibujaban el orgulloso número de 136, un portentoso crecimiento de 47 diputados. ¿Cómo no celebrar? La realidad marca que los números no alcanzan. Siquiera con el único voto de Unión del Pueblo Navarro (UPN).
En la funcional torre gris de calle Bambú 12, la dirigencia de Vox escrutaba los resultados con perplejidad. La niña bonita de estas elecciones solo se quedó con 33 escaños, 19 menos de los que acumulaba. Santiago Abascal no es Javier Milei pero se le asemeja cuando promete medidas apocalípticas, en su caso que no basta con «echar» a Sánchez sino derogar «todas las políticas que nos han traído hasta aquí». Porque, claro, «solo Vox se atreve al cambio». Transpirado, no solo por los más de 30° de la noche madrileña, llegó a admitir antes que ninguno de sus colegas de facción, lo que consideró «una mala noticia para muchos españoles: Pedro Sánchez, aun perdiendo las elecciones puede bloquear una investidura».
Por lo pronto, Alberto Núñez Feijóo debe estar mascullando bronca por haber dejado la «silla vacía» en el segundo debate: apabulló en el primero a Sánchez y cantó victoria. Ahora, más tarde que temprano, aseguran que allí perdió la ventaja que había acumulado quien logró rescatar al PP del ostracismo al que lo sumergió Pablo Casado Blanco. El propio expresidente de la Xunta de Galicia, abrumado, al conocerse los resultados, no evitó un manotazo de ahogado: «Hay que escuchar a los españoles: han querido que el PP ganara las elecciones, nos corresponde formar Gobierno. Siempre ha ocurrido en la democracia española; ojalá que España no se bloquee».
No pasarán. «Hay mucha gente que duerme más tranquila en España. En esta ocasión la extrema derecha fue tomada en serio. Y el voto popular la castigó. España le dijo no. La gente cantó en la calle no pasarán, y no han pasado. La alegría mostró sus vísceras y un soplo de vida nueva bailó en las esquinas. Todos los violines del mundo están sonando», escribió desde Logroñés el argentino y exfutbolista José Luis Lanao.
Adiós, entonces, a las políticas antisistema en España. Al menos, por el momento. La pregunta que cabe apunta a si la ultraderecha no es, en algún sentido, un producto devenido del marketing como lo que se muestra en España. O será que los conservadores tradicionales «encontraron cobijo en la derecha menos bullanguera», en contraposición a un «espacio que se había convertido en una amenaza por su discurso demasiado corrido al neofranquismo», como definió el analista Alberto López Girondo.
¿Una minoría ruidosa? ¿Un mensaje para las derechas: no sirve ultraderechizarse? ¿España, un espejo que adelanta para la Argentina?
Íñigo Errejón, líder de Más País, también con la alegría a flor de piel, aseguró: «Se pasaron de soberbios. Las derechas produjeron una derrota moral en ciertas mayorías: la partida estaba perdida antes de empezar. Aceptamos el reto, pero no como una pelea entre presente y pasado. Nos metimos la vida cotidiana de la gente y el guion se les cayó. Lo que esperaban que sería un desfile militar se les ha atragantado. Una victoria de quienes han dicho: no me da la gana tener miedo».
Las próximas horas serán de febriles negociaciones. El jueves habrá escrutinio definitivo, incluidos votos en el exterior y el resto de los 2,5 millones que optaron por sufragar por correo. El 17 de agosto se formarán las nuevas Cámaras. El 21, Felipe VI convocará a los diputados al Palacio de la Zarzuela y les encomendará la investidura del nuevo Gobierno. Por formalidad, primero al más votado, Núñez Feijóo. Aunque lo más factible sea que en una segunda votación, Sánchez retenga su cargo. Si no ocurriese, el rey podría volver a disolver el congreso para llamar a nuevas elecciones en menos de dos meses.

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