11 de marzo de 2015
En el mismo lugar donde hace 10 años George W. Bush presentaba a su coordinador para la «transición en Cuba» se encontraron los representantes de Cuba y Estados Unidos para avanzar en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países. El cambio es notable. La reunión en la sede del Departamento de Estado entre Josefina Vidal –directora general de Estados Unidos de la cancillería cubana– y Roberta Jacobson –secretaria asistente del Estado para los Asuntos del Hemisferio Occidental– estuvo marcada por el nuevo escenario planteado después de más de 50 años de ruptura. La postura de Estados Unidos es clara: el primer objetivo es abrir las respectivas embajadas y que los diplomáticos se puedan mover con libertad.
El diálogo no es sencillo aunque parece evidente que la intención es que las negociaciones lleguen a buen término. De hecho, algunos funcionarios ya han deslizado a la prensa que la intención es que la Cumbre de las Américas en Panamá a principios de abril sirva para mostrar que se ha cerrado una etapa. Para el Gobierno cubano un tema central en paralelo es que Estados Unidos los elimine de la lista de países «patrocinadores de terrorismo», lo que tiene efectos simbólicos y para las relaciones comerciales con terceros países. El tema político-diplomático tiene su arista económica en Estados Unidos, porque Cuba es apetecible para los negocios por su cercanía, como lo fue antes de 1959 cuando era uno de los principales destinos de las exportaciones del arroz norteamericano. Así se puede entender que empresarios agrícolas apoyen el levantamiento de las sanciones y se haya formado la Coalición Agrícola de Estados Unidos para Cuba, cuya presidenta es de la multinacional Cargill y cuenta con el apoyo de ex secretarios de Agricultura. El aspecto económico depende del político. Esto lo comprenden en La Habana y en Washington y por eso la próxima Cumbre en Panamá es tan importante. Allí, como mínimo, todos esperan «la foto».