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Despertar serbio

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Tomás Forster

Un heterogéneo movimiento de protesta viene expresando su descontento contra la corrupción y el autoritarismo del gobierno de Aleksandar Vucic. Rusia, la Unión Europea y los trasfondos de un conflicto abierto.

En las calles. Manifestantes con banderas serbias en la ciudad de Kragujevac. La tragedia en una estación de tren generó indignación y repudio.

Foto: Getty Images

Desde hace cuatro meses, Serbia atraviesa una intensa y persistente crisis política. El derrumbe de una marquesina en una estación de tren, reinaugurada poco tiempo antes en la ciudad de Novi Sad y que se llevó la vida de 15 personas, desató una creciente ola de indignación contra el gobernante Partido Progresista Serbio (SNS), de signo nacionalista-conservador y liderado férreamente por el presidente Aleksandar Vucic. 

El oficialismo sintió el impactó de las manifestaciones al punto tal que el primer ministro, Milos Vucevic, presentó su renuncia, así como también anunció su dimisión el alcalde de Novi Sad, Milan Duric, perteneciente al SNS. Lejos de apaciguar las aguas, ambas renuncias –sobre todo la de Vucevic– dejaron más bien un manto de dudas sobre el futuro de un poder central que hasta hace poco se ufanaba de su fortaleza.

La tragedia de Novi Sad, ocurrida el 1 de noviembre pasado en la segunda ciudad en importancia del país, fue entendida por los manifestantes como el símbolo de la corrupción imperante en el gobierno de Vucic, al que acusan de haber apresurado la finalización de la obra con fines propagandísticos y de no haber realizado los controles pertinentes. En tal sentido, los manifestantes exigen que se condene a los responsables y se publiquen todos los documentos ligados a la reforma. De fondo, los distintos sectores sociales que se movilizan cotidianamente, con los estudiantes a la cabeza, cuestionan a un Gobierno señalado por sus inclinaciones autoritarias consistentes en un dominio prácticamente total de los medios de comunicación, una presunta falta de transparencia electoral y un rígido conservadurismo en materia de creencias, valores y costumbres.

Una marea en las calles
El movimiento impulsado inicialmente por los estudiantes de la Facultad de Filosofía de Novi Sad, que rápidamente llegó a Belgrado y se extendió por todo el país, tiene actualmente el desafío de mantener la unidad entre los distintos actores y grupos que confluyeron en la protesta. Sin líderes definidos ni una organización estable, sin identificaciones ideológicas ni referencias partidarias explícitas, los jóvenes sumaron el apoyo de los agricultores, de los ambientalistas que se oponen a la extracción de litio con destino a la Unión Europea (UE), y de las clases bajas y medias urbanas que denuncian la falta de empleo por fuera de una red estatal con visibles rasgos clientelares. Tal como lo explica el investigador Oliver Jens Schmitt, experto en el sudeste de Europa, en una entrevista publicada en el portal de la Academia Austríaca de Ciencias (ÖAW), este movimiento significa en la historia reciente de Serbia «el más grande de su tipo, pero también está descentralizado y mal organizado. Esta podría ser su fortaleza y su debilidad al mismo tiempo. A pesar de todo, Vucic nunca ha estado bajo tanta presión como ahora».

Este último, figura dominante de la política local desde hace más de una década, planteó la posibilidad de llamar a un referéndum sobre su propia continuidad con la idea de apuntalar una estrategia de control de daños que le permita mantener con mano de hierro la dirección del país. El llamado a comicios anticipados ha sido un recurso utilizado habitualmente por el SNS desde que llegó al poder en 2012. En total, fueron cinco elecciones anticipadas en diez años. Las más recientes, realizadas en diciembre de 2023, cuando el SNS ganó con el 48% de los votos, suscitaron las protestas de la oposición y de amplias capas sociales que denunciaron fraude. De todos modos, el régimen gobernante conserva unas bases de apoyo nada desdeñables. Según Schmitt, «todavía cuenta con el apoyo de ciertos sectores de la población, especialmente de las personas mayores que temen el cambio» y también de «la Iglesia Ortodoxa. Vucic ha construido un sistema profundamente arraigado en Serbia».

En problemas. El presidente Aleksandar Vucic en una conferencia en Bruselas, Bélgica.

Foto: Getty Images

Líder cuestionado
Un breve racconto de la trayectoria de Vucic puede ayudar a explicar el modo en que ha ejercido el poder. Su historia política comenzó en 1993 cuando, con apenas 22 años, y en medio de la cruenta guerra que siguió a la disolución de Yugoslavia, se afilió al Partido Radical Serbio (SRS), de extrema derecha, y accedió a un escaño en la Asamblea Nacional. Desde ese lugar tomó notoriedad y, en 1998, pasó a convertirse en el ministro de Información de Slobodan Milosevic, el por entonces presidente serbio, que luego sería juzgado por el Tribunal de La Haya como criminal de guerra. En aquel tramo final del régimen de Milosevic, Vucic fue el encargado de implementar severas restricciones en materia de libertad de expresión. Con el final de las guerras balcánicas, luego de los bombardeos de la OTAN en 1999 y la caída de Milosevic en 2000, vino una etapa de relativo ostracismo para Vucic hasta que, en 2008, fundó el Partido Progresista Serbio (SNS), con el que viró hacia un posicionamiento más de centroderecha y pro Unión Europea. Cuatro años después, el SNS llegó al Gobierno en una coalición con el Partido Socialista (la misma fuerza que fundó y lideró Milosevic). Vucic fue designado vice primer ministro y luego, en 2014, primer ministro. En las elecciones de 2017 fue elegido presidente consolidando un liderazgo que, últimamente, aparece cuestionado como nunca antes.

En la tormenta del mundo
El escaso interés que Occidente –con la Unión Europea por un lado y Rusia, por el otro– depositó hasta ahora en la suerte del movimiento que se levantó contra el régimen de Vucic obedece a que ambos actores coinciden en brindarle un apoyo más o menos explícito al presidente serbio. Esta coincidencia puntual entre Bruselas y Moscú no resulta sorprendente si se tiene en cuenta que Serbia, en el último tiempo, emergió como el principal reservorio de litio de Europa. El mismo se encuentra en el valle de Jadar, en el oeste del país. La UE, con Alemania a la cabeza, viene mostrándose especialmente interesada por adquirir de primera mano esta codiciada materia prima. Existe, incluso, un acuerdo entre el Gobierno serbio y la UE para la extracción de litio que, firmado a mediados del año pasado, desató sonoras protestas por su posible impacto ambiental. 

En lo que refiere a la relación con Moscú, si bien Belgrado condenó el inicio de las hostilidades hacia Kiev, se manifestó al mismo tiempo en contra de la imposición de sanciones económicas a Rusia por una razón muy concreta: Serbia depende del gas ruso. Por último, una cuestión fundamental tiene que ver con el estatus final de Kosovo como Estado-nación soberano, esquirla de la «balcanización»/disgregación del antiguo territorio yugoslavo. Sobre ese marco, Kosovo, región habitada por una mayoría de origen albano-musulmán, declaró su independencia en 2008, pero hasta la fecha no goza del reconocimiento de muchos países, entre ellos Rusia. El apoyo del Kremlin es decisivo para Serbia, dado que el gigante euroasiático es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, y desde ese lugar ha vetado la independencia de Kosovo.

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