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El horror después del horror

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Manuel Alfieri

Se cumplen dos años del ataque de Hamas contra Israel y de la ofensiva militar ordenada por Netanyahu en Gaza. El drama humanitario y las denuncias de genocidio en el enclave palestino. Negociaciones por el cese del fuego.

Dolor. Familiares y allegados reunidos en Reim, Israel, en la víspera del segundo aniversario del ataque terrorista.

Foto: Getty Images

Fue un ataque brutal que obtuvo como respuesta una ofensiva militar devastadora. Dos años pasaron desde entonces y lo que corrió bajo el puente no fue precisamente agua, sino sangre. Mucha sangre.

Aquella trágica madrugada del 7 de octubre de 2023 quedará como una huella indeleble en la memoria del pueblo israelí. El ataque de Hamas comenzó por aire y luego siguió por tierra. En pleno Shabat, cientos de combatientes del grupo armado ingresaron a Israel y perpetraron una inédita masacre, con un saldo de 1200 muertos y 251 personas secuestradas. El episodio más atroz ocurrió en el festival musical Nova, a pocos kilómetros de Gaza, donde se registraron 260 muertes. Documentos e informaciones difundidos por algunos medios señalan que, días antes del ataque, los servicios de inteligencia de Israel habían advertido al gobierno sobre actividades sospechosas por parte de Hamas. Las alertas, sin embargo, no fueron escuchadas ni atendidas por ningún alto mando militar ni, tampoco, por el premier israelí, Benjamin Netanyahu.

El atentado fue un punto de inflexión; un antes y un después en la historia del conflicto entre Israel y Palestina. Al día siguiente, Netanyahu dio inicio a la política de demolición total de Gaza. Las postales del horror volvieron a copar las redes y las pantallas de los televisores: casas, escuelas y hospitales destruidos; familias enteras que se quedan sin nada, obligadas a emigrar; chicas y chicos asesinados por un misil o un disparo.

La ciudad quedó reducida a escombros. Hoy, quien no muere en un bombardeo, lo hace por la falta de agua, comida, medicación o atención médica. Las víctimas fatales ya son más de 66.000, en su gran mayoría civiles. Los desplazados son 900.000, en una población total de dos millones. Los que quedan subsisten solo gracias a la ayuda humanitaria, constantemente boicoteada por Netanyahu.

Devastación. Humo negro tras un nuevo bombardeo del ejército de Israel en Gaza, el 5 de octubre de este año.

Foto: Getty Images

Una comisión investigadora de la ONU, recientemente, definió el accionar del Gobierno israelí: se trata de un genocidio. Lo mismo sostiene B´Tselem, una ONG humanitaria de Israel, que en su informe «Nuestro genocidio» acusa al Gobierno de su país de perpetrar «homicidios en masa», «intentos de limpieza étnica» y una serie de prácticas que tienen por único fin «destruir a la sociedad palestina».

Según había dicho Netanyahu, el objetivo de semejante campaña militar era eliminar a Hamas y recuperar a todos los rehenes secuestrados. Dos años después, no sucedió ni una cosa ni la otra: Hamas continúa operando y todavía hay 48 personas en cautiverio.

Nadie sabe con precisión cuántas están vivas ni en qué condiciones.

Para sus familiares, hay un único responsable: el propio Netanyahu, al que acusan de priorizar las exigencias guerreras de su gabinete –copado por la extrema derecha– para sostenerse en el poder, en lugar de buscar posibles acuerdos para allanar la liberación de rehenes. «Imaginen escuchar los bombardeos y saber que son sus hijos los que están siendo atacados por el Gobierno israelí (…) Un miedo abrumador nos domina. No podemos comer ni dormir. Nuestros hijos son sacrificados en el altar de Netanyahu», dijo Einav Zangauker, madre de Matan, un joven de 25 años secuestrado por Hamas.


Diálogo y urgencias
La ofensiva israelí provocó el movimiento de algunas fichas en el tablero geopolítico internacional. A lo largo de estos dos años, una veintena de países que no reconocían a Palestina cambiaron de postura y comenzaron a hacerlo: Reino Unido, Portugal, Francia, Canadá y Australia, entre los más significativos. El repudio a la barbarie encontró en la misma vereda a socialistas, como Pedro Sánchez, y liberales, como Emmanuel Macron. El reclamo de la coexistencia de dos Estados crece con cada misil que cae sobre Gaza, como crece también la solidaridad a nivel global: la bandera palestina ondeó en masivas movilizaciones en Alemania, Italia, España, Argentina, México y, por supuesto, en todo el mundo árabe.

Washington. Trump y Netanyahu, reunión en la Casa Blanca el 29 de septiembre de este año.

Foto: NA

Sobre la mesa hay una «propuesta de paz». Así la llamó su autor: el jefe de la Casa Blanca, Donald Trump. Se trata de un documento de veinte puntos que incluye un alto el fuego inmediato, intercambio de rehenes y un nuevo Gobierno en Gaza supervisado por el llamado «Board of Peace», un organismo internacional que presidiría el propio Trump y del que también formaría parte el ex primer ministro británico Tony Blair.

El punto más cuestionado –incluso por algunos aliados de Israel y EE.UU.– fue el que refiere a la posible «relocalización temporal» de la población gazatí mientras dure la etapa de «transición». Alemania, Francia, España, Turquía, Arabia Saudita y otros Gobiernos expresaron su preocupación debido a que dicha reubicación podría derivar en una expulsión forzada. Algunos incluso lo consideraron un intento de vaciar Gaza para consolidar la ocupación israelí. La propuesta tampoco contempla de forma clara ni inmediata el reconocimiento del Estado palestino. Por ese motivo, Hamas respondió que se limitaría a discutir únicamente el intercambio de los rehenes israelíes por prisioneros palestinos. Todo lo demás quedaría para «más adelante».

Al cierre de esta nota, y en la víspera del segundo aniversario del ataque del 7 de octubre, funcionarios de EE.UU., Israel y Hamas iniciaban las rondas de diálogo en Egipto para alcanzar una tregua que posibilite dicho intercambio. Según confiaron fuentes de la negociación a distintos medios internacionales, se espera que las reuniones se extiendan por «unos días». Respecto del posible desenlace, todos expresan cautela y sostienen que, por el momento, lo que prima es la incertidumbre. El mundo sigue las negociaciones con expectativa. En caso de llegar a algún tipo de acuerdo, será la llegada de un período de paz después de un tiempo demasiado largo de violencia, barbarie y muerte.

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